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  • Populismo y polarización van de la mano

    » Clarin

    Fecha: 16/09/2025 21:10

    Sin polarización no habría populismo y viceversa. Son uña y carne. Se necesitan para existir y se interrelacionan y complementan como un todo. Sin polarización el populismo no lograría propagarse socialmente al perder el motor que favorece su toxicidad. Nace, como hemos visto, de la mano de Carl Schmitt, de entender que lo político se define siempre desde la relación amigo-enemigo y que la política es, por ello, un conflicto permanente e irresoluble que divide la comunidad. El desenlace es una especie de guerra civil, sin derramamiento de sangre, que rompe la sociedad por mitades. El populismo vive de cavar trincheras que convierten la política en campos de batalla cultural. Así movilizan malestares que se organizan como fuerzas de combate contra la alteridad elegida como enemiga y frente a la que se necesita vivir en permanente tensión para cerrar filas entre los afines y construir narrativas cada vez más dogmáticas. Los malestares son excusas que ayudan a culpabilizar de ellos a los enemigos y justificar por qué se combate a estos con tanto ahínco y por qué se desatiende todo lo demás. Convertida la política en una guerra perpetua, la democracia se hace populista también. Da o quita razones con el argumento de tener un solo voto de más para decidir. Para conseguirlo vale todo, pues atribuye el derecho a la arbitrariedad democrática en la que desemboca la legitimidad si la definimos como un poder absoluto para ser obedecido al tener el mayor número detrás. De ahí que la democracia populista sea en la práctica una democracia gubernativa que desprecia la democracia parlamentaria porque esta se basa en reglamentar la mayoría sometiéndola a límites formales que protegen a la minoría para que pueda trabajar la alternancia. Por eso es fundamental combatir el populismo desactivando la polarización. Si se debilita esta, se perjudica al populismo y se procede a su paulatina moderación. Algo que debe ser una prioridad para los partidos que no son por principio populistas, pues el populismo polariza para generar un automatismo determinista en los mensajes que acaba haciéndolos totalitarios al ser guiados estructuralmente por el odio hacia el contrario. Un proceso contaminante que no se detiene en la simplificación de la respuesta a la complejidad de los problemas, pues se basa en el odio, como decíamos, y se proyecta inmisericorde sobre el culpable de aquellos, y que solo puede ser aquel que el populismo considera su enemigo. Odio que, además, no se detiene, sino que escala sin remedio y legitima todo cuanto hacen y dicen los populistas, pues, al basar sus acciones en la dicotomía amigo-enemigo, el populista necesita odiar al enemigo para vivir enfrentado a él agónicamente. Para combatir la polarización hay que rechazarla y, sobre todo, no practicarla. A la polarización no se le puede responder polarizando. Como tampoco se puede dar respuesta al odio odiando. El “tú más” no sirve. Ahonda la profundidad de las trincheras que rompen la comunidad para instalarnos en el choque tribal entre amigos y enemigos. Por eso, hay que rechazar la polarización desde una actitud que no la alimente. Algo que solo puede hacerse desde la convicción teórica y emocional que busca la reconciliación entre iguales. No desde la actitud desdeñosa del reproche intelectual que afea la culpa de los que odian. Eso exige creérselo, defenderlo y practicarlo sin miedos ni cálculos. Hay que tratar de convencer a la gente de que dividir la sociedad odiando al otro no es práctico, tampoco útil y menos aún inteligente. Pero, sobre todo, lo que hay que hacer y explicar hasta la saciedad es que la polarización, si se define por algo, es por su profunda inmoralidad. Es nihilista y hace imposible la convivencia armoniosa entre la gente al destruir la noción de bien común. Hannah Arendt pensó mucho sobre ello. Lo hizo en el contexto de una reflexión más amplia sobre dónde estaban los orígenes del totalitarismo. Lo analizó en tres obras relacionadas entre sí: Diario filosófico, Entre el pasado y el futuro y Ensayos de comprensión . A través de ellos expuso cómo la fragilidad de la condición humana asentada sobre el mundo y sobre la relación que entablamos con los otros nos obliga a asumir la responsabilidad democrática de cuidarnos unos a otros en términos morales. Algo que pasa por desterrar de la manera de relacionarnos con el otro el odio que polariza y salvaguardar, por el contrario, la mundanidad que hace posible la democracia y que no es otra cosa que reconocernos compartiendo una vecindad de valores que debemos respetar si queremos sacar provecho moral a las diferencias que nos complementan y que necesitamos para alcanzar nuestra completitud ética. Y es que sin el otro estamos amputados. Funcionamos demediados y por eso la polarización nos empequeñece como sociedad. Para superarla cuando habita entre nosotros solo es posible, si somos demócratas de verdad, la reconciliación. Como apunta Arendt, la reconciliación opera como una forma de solidaridad que solo puede nacer si comprendemos que, frente a la injusticia del conflicto que provoca la polarización, somos todos responsables de ella si no se neutraliza, aunque no seamos conjuntamente culpables de sus causas. Por eso, la reconciliación, pensaba Arendt, provee un espacio moral para la política que, si se complementa con el perdón recíproco, habilita también un nuevo comienzo para una mundanidad democrática compartida que necesita poner su contador a cero. Una forma política que transforme el corazón de piedra de los polarizados en otro comprensible o de carne, que sea capaz de superar el odio o la indiferencia hacia los otros porque se fía de poder seguir compartiendo juntos el mañana.

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