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  • Aquellas novelitas baratas para escribir tu propia aventura

    » Clarin

    Fecha: 16/09/2025 21:09

    Hace unos días mi hermano me recordó el nombre de quien ha sido una de mis influencias literarias más fuertes y tempranas, y también la más secreta, Don Marcial Lafuente Estefanía (España 1903-1984). Era hijo de un profesor especializado en el Siglo de Oro español. Él fue conocedor también, pero resultó ingeniero industrial. La Guerra Civil Española lo hizo general de artillería en el ejército republicano y preso del régimen franquista a su final. Comenzó a escribir en la cárcel, para ocupar el tiempo y dar a leer a sus compañeros de infortunio. A su liberación, en 1943 y en lo más crudo de la posguerra, hizo de la necesidad virtud y se reconvirtió en escritor para parar la olla escasa. Escritor de un solo rubro y género: novelas del oeste. Se calcula que escribió más de 2.600 (sí, dos mil seiscientas) novelitas de menos de cien páginas. Esas “novelas del oeste”, y él también, se transformaron en un género en sí mismo. Junto con las “novelas de amor” de Corín Tellado fueron el puntal y la base del éxito de la editorial catalana Bruguera, donde quiso el destino me editaran mi propia novela de aventura más de cincuenta años después. Esas novelitas sin prestigio estaban destinadas a adultos no lectores, que no accedían siquiera a ver esos dramones en los cines. Para pobres, para decirlo pronto, que no tenían acceso a la literatura. Se vendían en kioscos y “estancos”, eran más bien vergonzantes y se leían casi a escondidas. Estaban pensadas como la contracara masculina de las novelas de amor destinadas a las muchachas del servicio doméstico. Unos soñaban con la justicia a los golpes y las otras con el matrimonio como únicas fórmulas aprobadas de superación social. En estas había romance (no sexo) y en las otras, violencia muy acotada, con una serie de fórmulas probadas donde el héroe individual siempre triunfaba. Finalmente, ambas terminaron dialogando con las telenovelas, los western y las historietas de la temprana década del 60, para luego entrar en una rápida declinación, barridas por los nuevos vientos que comenzaban a soplar en todas partes. Sin embargo, y tal vez a pesar de los objetivos crematísticos de su autor, en las novelas de Don Marcial alentaba un espíritu diferente, no domesticado, que hablaba por los intersticios de las fórmulas consagradas. Un aliento a aventura, a libertad, que pese a mi condición de lector impúber no dejaba de advertir. Algo menos explícito que en Oesterheld, por ejemplo, pero así de irredento.

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