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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 15/09/2025 10:55
La espectacularidad geológica del Desierto Blanco convierte a Egipto en un destino ideal (foto: Wikipedia) El Desierto Blanco de Egipto recibe a sus visitantes con un espectáculo natural que desafía el tiempo y la imaginación. Situado a unos 370 kilómetros al suroeste de El Cairo, este enclave único combina majestuosidad, misterio y aventura con una belleza que trasciende lo terrenal. La experiencia de recorrer este paraje resulta inolvidable: “En el desierto, todo tiene solución. Excepto el viento”, explicó Ahmed, uno de los tantos guías expertos en recorrer estos lares, en diálogo con The New York Times. Formaciones de piedra caliza: esculturas esculpidas por el viento El paisaje del Desierto Blanco —o Sahara el Beyda— está dominado por colosales formaciones de piedra caliza calcárea, moldeadas durante miles de años por la erosión eólica y las dunas móviles. Estas esculturas naturales emergen como figuras fantásticas: algunas recuerdan a enormes aves rapaces, otras evocan la silueta de la Gran Esfinge, camellos o criaturas salidas de un sueño. Durante una tormenta de arena, el escenario adquiere una aura de irrealidad. Las rocas, ya imponentes bajo el sol, se convierten en fantasmas que parpadean entre la bruma de polvo y viento. Según The New York Times, esta atmósfera puede llevar a la pregunta: “¿Podrían estos extraños centinelas de piedra caliza haber inspirado a los antiguos egipcios a esculpir algunos de sus monumentos más emblemáticos?”. Al amanecer, la arena cubre cada detalle, desde las tiendas hasta la ropa y el cabello, dejando una estampa etérea bajo el cielo estrellado. En ese silencio, la vida resiste: “Un pequeño fénec (zorro del desierto) cruzó a pocos metros, sus ojos ámbar brillando bajo la luna”. La travesía desde El Cairo incluye el cruce del Oasis de Bahariya hacia escenarios irreales y poco explorados (foto: Captura de Google Maps) Un acceso aventurero: de El Cairo al corazón del desierto Llegar al Desierto Blanco es en sí mismo una travesía. El viaje inicia en El Cairo y cruza el Oasis de Bahariya; la ruta de cinco horas permite un progresivo desapego del ajetreo urbano antes de adentrarse en el mar de dunas y piedra. La mayoría de los viajeros, como describe The New York Times, optan por expediciones en todoterrenos robustos y en compañía de guías locales. La logística es fundamental: elementos como el agua, provisiones, equipos de navegación y tiendas resistentes a las tormentas de arena son imprescindibles para sobrevivir en estas condiciones extremas. Pero el verdadero encanto del desierto no es inmediato. Se revela a través de los pequeños retos: “Apagamos el fuego a toda prisa y buscamos refugio en la tienda, la tormenta azotando con tal fuerza que rompimos la cremallera para poder salir… El silencio posterior era tan absoluto que casi resultaba inquietante”. Las formaciones de piedra caliza del Sahara el Beyda desafían la imaginación y evocan figuras de otro mundo (foto: Wikipedia) Más allá del blanco: el Desierto Negro y Crystal Mountain El entorno del Desierto Blanco es aún más fascinante gracias a sus vecinos, el Desierto Negro y la Montaña de Cristal. En el Desierto Negro, el color de la arena cambia abruptamente por la presencia de colinas volcánicas de cima negra. Estos picos, vestigios de antiguas erupciones, cubren la arena ocre con un manto oscuro, generando un paisaje de contrastes casi marcianos. Trepar hasta una de estas colinas permite apreciar una perspectiva impresionante: “Observamos la luz cambiar a través del silencioso y vasto suelo del desierto: una vista que hacía que el mundo más allá pareciera increíblemente lejano”, describe The New York Times. La Montaña de Cristal, situada cerca de la frontera entre ambos desiertos, fascina por su afloramiento de cuarzos y calcitas en estructuras centelleantes. Algunas rocas, en concreto una de silueta similar a una medusa, cautivan por su forma y brillo. Wadi al-Agabat y la Cueva de la Luna: joyas escondidas en el desierto Probablemente, el rincón más sorprendente es el Valle de Agabat (Wadi al-Agabat): un laberinto escondido de formaciones rocosas y terreno lunar, solo accesible con expertos conocedores del terreno. Su belleza esculpida por los vientos y el tiempo, junto a sus arenas doradas, lo convierten en punto de referencia histórica y natural. Durante los períodos faraónico, grecorromano e islámico, este valle formó parte vital de antiguas rutas de caravanas, facilitando la conexión entre oasis y el valle del Nilo. En el corazón de Agabat se esconde la Cueva de la Luna. La luz se filtra a través de grietas, iluminando paredes de minerales que parecen vibrar bajo el tenue resplandor. Allí, la acústica natural magnífica hasta el más leve sonido, un fenómeno útil incluso para enviar señales de auxilio en caso de emergencia. La fauna adaptada, como el fénec o zorro del desierto, revela la vida resiliente en uno de los entornos más inhóspitos (foto: Wikipedia) Vida despojada, belleza absoluta A pesar de la dureza del entorno —sacos de dormir llenos de arena, polvo incesante, el calor del día y el frío de la noche—, cada instante en el Desierto Blanco de Egipto es una experiencia para el asombro. En palabras de The New York Times: “Parecía que los elementos básicos de la vida—aire, tierra, fuego, agua (o su desesperante escasez)—se afirmaban con una claridad emocionante”. Este paraíso protegido desde 2002 como parque nacional, con sus formaciones naturales, fauna adaptada y rutas milenarias, se convierte así en un refugio inigualable para quienes buscan aventura, contemplación y belleza en su estado más primitivo.
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