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  • “La trama oculta”: cuando los cuentos se vuelven obsesión

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/09/2025 06:49

    “La trama oculta” (Diotima) de Esteban Sayegh Comencé a escribir cuando tenía unos doce años, a comienzos de los ’70. Volvía a contar —y a contarme— las adaptaciones televisivas que Chicho Ibáñez Serrador hacía de clásicos del terror que luego actuaba su padre, Narciso Ibáñez Menta. Era una forma de retornar y volver a disfrutar de cada una de esas historias. Después llegarían las lecturas de las más diversas antologías de cuentos de terror y literatura fantástica que devoraba una tras otra y sin pausa y, casi en simultáneo, la lectura de otros tipos de literatura: clásicos, relatos históricos, literatura latinoamericana. Y, con ello, claro, la pasión por contar, que también venía de otro lado. Mi padre era peluquero y la peluquería era un lugar de circulación de historias: las que contaban los clientes y las que contaba mi padre; y también un crisol de nuevas historias, porque allí veía cómo mi padre transformaba las historias que le habían contado en otras historias, de las que se apropiaba, cambiando a los protagonistas o el punto de vista o la forma que le daba a esos relatos, ahora renovados y, en muchos casos, más interesantes que los relatos originales. La peluquería era como unas Mil y una noches de barrio —orilleras, diría Borges—, uno no quería que las historias terminaran. De eso me doy cuenta ahora, en aquel momento lo que empezaba a sentir es que contar historias era una actividad apasionante y ya sabía qué es lo que quería hacer el resto de mi vida. Más tarde, en los ’80, comencé a escribir para distintos fanzines de ciencia ficción y literatura fantástica como Cuásar y Sinergia y eso posibilitó que me incluyeran en una antología publicada en España, Latinoamérica Fantástica, compilada por Augusto Uribe. La trama oculta fue germinando de a poco, sin que en un principio me diera cuenta. No me proponía escribir un libro de cuentos en torno a ciertos episodios de nuestra historia. Más bien fue al revés: determinados episodios se me fueron haciendo obsesivos y me fueron trabajando a mí. Primero hubo un intento de novela que giraba alrededor de la ejecución de Santos Pérez, asesino de Facundo Quiroga, y de un autor del siglo XIX que intentaba contar esa historia desde su exilio uruguayo en tiempo de Rosas. La novela, tal como estaba, no terminaba de convencerme y finalmente la dejé de lado. Las historias que circulaban allí, en cambio, seguían persiguiéndome. Esteban Sayegh Después, la historia de la zanja de Alsina me resultó terriblemente atractiva, como un símbolo de ciertas obras faraónicas, y ciertamente condenadas al fracaso, con las que este país parece estar prendado (pienso en el Gran Hotel de Villa Ventana, por ejemplo, que es como un Titanic pampeano). Quería trabajar esa historia desde distintos puntos de vista y contar lo absurdo de esa frontera empecinada en separar lo que es imposible separar. La obra de la “civilización” se parecía bastante al producto de la “barbarie”. Por último, la solución llegó en un sueño en marzo de 1999, la noche tras la muerte de Adolfo Bioy Casares. Soñé todo el comienzo del relato más extenso del libro, “Recuerdos de General Lezama”; soñé las palabras de ese comienzo, el primer párrafo completo y, de alguna manera, como sucede en los sueños, tenía ahí todo el relato, del principio al final. Después, en tres o cuatro sentadas ante un cuaderno, escribí toda la historia. “Recuerdos…” fue como el centro gravitacional alrededor del cual se ordenaron el resto de los cuentos. Y ahí sí, ya tenía un libro.

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