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  • Julián López, editor de la antología “El Bombardeo”: “Hay genealogías inadvertidas porque la cultura no dio cuenta de eso”

    » El Ciudadano

    Fecha: 14/09/2025 10:15

    Dice que fue una idea pendiente durante mucho tiempo. También recuerda la fotografía que más lo impactó: una mujer tirada en el piso de la Plaza de Mayo, con la frente ensangrentada, a la que le falta un pedazo de pierna. Durante la conversación con El Ciudadano, Julián López dirá palabras como inverosímil o monstruosidad o perversión para hablar del hecho que marcó un antes y un después en la historia de la violencia política en Argentina: el bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955. Aquel jueves, desde el mediodía y durante cinco horas, aviones de la Marina arrojaron al menos catorce toneladas de bombas en el centro de la capital del país. Mataron a más de 300 personas. La cifra exacta, como si fuera un fantasma que persigue las peores tragedias del país, no se conoce porque la primera vez que se hizo una investigación oficial sobre este crimen ya habían pasado cincuenta años. López (Buenos Aires, 1965), autor de novelas como “Una muchacha muy bella” y “La ilusión de los mamíferos”, presentó una propuesta de libro a la editorial Alfaguara en 2022: hacer una antología de cuentos que tuvieran como disparador el bombardeo a la Plaza. Finalmente, “El bombardeo. Plaza de Mayo, 16 de junio de 1955” se presentó en junio de este año, en el 70° aniversario del ataque. El editor del libro es López, quien también escribió el prólogo. El autor estará en Rosario el próximo 31 de octubre en la sede del Partido Justicialista (Sarmiento 1733), allí presentará el libro en el marco del taller literario que se dicta en el espacio. Los trece autores son: Mercedes Araujo, Humberto Bas, Juan José Becerra, Juan Carrá, Albertina Carri, Alejandro Covello, Esther Cross, Mariano Dubin, María Pía López, Carla Maliandi, Sebastián Martínez Daniell, Ricardo Romero y Luis Sagasti. El conjunto de textos es, en palabras de López en el prólogo, “un intento de mirar de nuevo, proponer algún ordenamiento de esa gramática enloquecida que mantiene, tan lejos en el tiempo, tan cerca en la conciencia, la certeza y la performatividad de la herida y del silencio”. —¿Cómo surge la idea del libro? —El bombardeo siempre me resultó una cosa incomprensible, inverosímil. El bombardeo y lo que provocó cultural, política y socialmente. Siempre le daba vueltas a la idea. Por ahí no es que pensaba en hacer algo hasta que empecé a pensar en la poca representación artística que tiene. Pero no quería hacer algo yo, me parecía que estaba bien la idea de una antología, de convocar un grupo de escritoras y escritores para proponerles la escritura a partir de esa idea. —¿Cuál fue tu primer contacto con la historia del bombardeo? —Mi primer contacto fue de grande, ya a los 19 años con una gente que conocí, peronistas que vivían en Merlo y apareció eso, me contaron cosas de Ezeiza y qué sé yo y apareció lo del bombardeo y me resultó como increíble, como una mitología muy extraña, muy extraña y quedó ahí. Con los años fui enterándome más y siempre estuve muy impactado con lo que la sociedad había hecho de eso cultural y políticamente. Y veía cómo los historiadores más importantes de la Argentina, y los medios ni hablar, tomaban como el dato más importante de ese evento la quema a la curia. Hecho por el que no murió ni una sola persona y que es la respuesta al peor atentado terrorista de la historia argentina. Entonces yo decía ¿cómo hace una sociedad para convivir con esto? Y está claro cómo hace. Hay una línea narrativa que seguramente empieza mucho antes del 55, pero que sigue en el 56, en el 66, en el 76 y hasta nuestros días. —Es interesante establecer esa genealogía porque ante la pregunta ¿cómo sobrevino una dictadura tan feroz en el 76? podemos ver que acá hay un antecedente —Claro. No me acuerdo dónde, pero leí una genealogía que planteaba alguien: Semana Trágica, Napalpí, 55. Hay genealogías inadvertidas porque la cultura no dio cuenta de eso muchas veces sin querer y muchas veces, o te diría siempre, como una opción política de silenciamiento, de operativo confusión para que sea posible decir “la violencia sale de este lado y el Estado responde”, por ejemplo. —Con esto que decís de las expresiones de la cultura, pensaba que tenemos “Operación masacre” de Rodolfo Walsh y probablemente por eso recordamos los fusilamientos de José León Suárez. Y esa historia fue en el marco de esa dictadura que estaba por empezar. —Exactamente. María Pía López, que afortunadamente está en la antología, labura un libro sobre Enriqueta Muñiz. En una entrevista cuenta mucho la transformación subjetiva de los dos. Walsh se convierte al peronismo. Enriqueta no, pero ve. Ve. Ve la operación. Y lo ve con sorpresa. Como si hubiera algo de la clase que impide el acceso a un discurso que cuestione el discurso oficial del partido del orden. —¿Y por qué con esta historia que tenías en mente decidiste trabajar como en el rol de editor y no de escritor? —Porque me parecía poco interesante ponerme a investigar yo. En mis dos primeras novelas, hago referencias, si querés, lavadas o más bien, no son lavadas, pero no van directo ahí a la Plaza de Mayo porque es el lugar donde ocurre la historia plebeya argentina y donde ocurre esta barbaridad alucinante. De alguna manera, siempre estoy hablando de eso, incluso cuando sea muy lateral o esté muy desdibujado. Insisto con esta idea: lo que pasa con el 55 es como si no estuviera disponible para la lectura. Entonces me pareció que si éramos muchos escribiendo, incluso cuando yo no estoy como escritor, permitía un abordaje múltiple y por lo tanto, lecturas múltiples. Y la idea es poner en disponibilidad los materiales de la historia reciente, porque es absolutamente reciente, y explica mucho del devenir político de entonces y de ahora, desde ya. —En el prólogo usás la palabra consigna para hablar de la antología y de la propuesta, ¿cuál fue esa consigna? —Fue la fecha. Me interesaba no sugerir nada. De hecho, estaba convocando a toda gente decente, quiero decir: yo no iba a convocar a nadie que me pudiera decir una barbaridad, que pudiera escribir del lado de los asesinos. Eso estaba clarísimo, no me interesaba el debate. Para mí no hay ningún debate posible. Pero no quería que nadie se circunscribiera a una cosa particular. Era muy amplia la consigna, a alguna gente esa amplitud la angustió un poco y dijo que “no sé qué hacer”, otra gente al principio quiso y después no supo cómo. Pensé una consigna que fuera lo más lavada posible para permitir cualquier tipo de abordaje y que fuera la fecha, la data del horror. —¿Tampoco hubo una indicación, por ejemplo, de estilo? De hacer una crónica, un cuento, un ensayo. —No, al contrario. Yo quería que fuera ficción. Pedí ficción porque le confío mucho a la ficción. Y fue genial porque todos los relatos son ficcionados, incluso los relatos que parecen más del orden de la crónica, son ficcionados. —Como el de Albertina Carri. —Claro, pero el relato que cierra la antología no es un relato, es un ensayo de (Juan José) Becerra que a mí me resultó extraordinario porque él viene a decir «Para mí no se puede escribir ficción sobre esto”. Brillante. Hay otros relatos que también juegan con la figura del ensayo, con sus bordes y yo un poco quería eso: que fuera lo más lábil posible, no quería un libro testimonial, no quería un libro de crónica, quería la labilidad y la holgura que propone la ficción para abordar un tema que realmente parece ficción, ¿no? Pensar que una Arma de una Nación en su bautismo de fuego tirara 14 toneladas de bombas, habiendo prometido que iba a tirar flores, a su propio pueblo. O sea, más ficción que eso no hay. —¿Y cómo fue recibido el libro? —Como si hubiera sido esperado, fue muy bien recibido y un poco hubo una sorpresa de que una editorial grande se animara a un tema que está todo el tiempo y no circula. Por suerte fue bien recibido y leído. Salió hace poco y está circulando, hace poco estuve en la Universidad Nacional de San Martín, antes había estado en la Universidad Nacional de Tandil. Ahora voy a Rosario. Quedé muy, muy contento con el resultado. Los textos me parecen extraordinarios. —¿Qué apareció que te haya sorprendido? El hilo conductor del libro obviamente es la fecha pero hay algo más, me parece, de ese hilo conductor. —Claro, es que la invitación era un puntapié que te dejaba un poco solo para ver qué hacías. Y eso pasó. Hay un texto extraordinario de Mercedes Araujo. Ella se puso a investigar porque estaba muy angustiada y no sabía qué iba a hacer. Estuvo nueve meses investigando y descubrió un marino que participa en los bombardeos, después reaparece activamente durante la dictadura y termina de aparecer muy activamente en el contrabando de armas a Croacia de Ecuador durante el menemismo. Después, termina suicidado en un departamento de Recoleta. Impresionante. Yo no conocía esa historia, Mercedes tampoco la conocía, investigando la trajo al relato y muestra con una claridad imposible de inventar la línea narrativa sostenida desde 55 no sólo hasta la dictadura sino hasta el menemismo. Después, el texto de Mariano Dubin, que es un escritorazo de Berisso que trae toda la historia también de la ciudad, la historia del peronismo ahí y es un texto divino. La verdad que estoy super contento con todos los textos. —Mencionamos algunas cosas en la conversación, pero ¿a qué le atribuís que haya sido tan silenciado este hecho? Porque hay otros hitos que están más ritualizados, quizás con una construcción más sólida de una memoria. Becerra mismo habla de eso en su ensayo. —La verdad es que no sé. Me parece que la monstruosidad es tal…Pensar que el encono político pueda generar semejante diseño de perversión… La imagen que me persiguió siempre, desde que la vi por primera vez, es la de la mujer que está tirada en la Plaza con media pierna menos. No tiene gesto, es la perplejidad. Me parece que lo que pasó fue que generó una gran perplejidad cultural y social. Y la perplejidad es la incapacidad de hacer una lectura sintética de la realidad. Te deja como sin herramientas para leer. Es la única explicación que me puedo dar en relación a este tema. Generó tal perplejidad que reponerte de la sorpresa de semejante cosa necesita mucho tiempo.

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