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  • Valeria Correa Fiz o “la dulzura que es también un arma”

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 14/09/2025 08:54

    El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía. Poética Muchos de mis poemas nacen de la relación que tenemos con el cuerpo —el propio, el ajeno, el de los invisibilizados— y de las marcas vitales que lo atraviesan: el alumbramiento, las huellas del trabajo, los años, la enfermedad y sus cicatrices. Me interesan los rostros que nadie mira, los cuerpos expulsados de las estadísticas y del discurso oficial. En ese sentido, parte de mi producción poética podría enmarcarse en lo que se denomina “poesía social” y “poesía ecológica”, que son formas de resistencia y testimonio frente las fuerzas políticas que ocultan o enmascaran bajo cómodos eufemismos exclusiones y abusos. La escritura es además un ejercicio de memoria: muchos de mis poemas se originan en la necesidad de conservar algo de lo que se ha perdido, confiando como Hölderlin, que lo único permanente lo instaura la palabra. Contemplar las ruinas o lo inconcluso es una manera de interrogar lo que queda y lo que somos, la herida que nos constituye. Sin herida no hay experiencia estética. Rilke lo advirtió: “El poeta no debe defenderse de nada”. La anémona que él contempló, tan abierta que ya no pudo cerrarse llegada la noche, ilustra esa idea: el arte y la escritura comienzan en la experiencia de lo abierto, allí donde las defensas ceden y queda expuesta la vulnerabilidad. ¿Hacia dónde se abre, entonces, mi escritura? Hacia la experiencia del amor, esa marca que atraviesa y acompaña la vida. Mis poemas dan cuenta de encuentros y desencuentros, de deseos cumplidos o truncos. También exploran el exilio y la extranjería, entendidos como la pérdida del territorio amoroso, pero también como un estado de conciencia. Aun así, no pienso la poesía solo como un registro del dolor: en ella busco también la ternura, el erotismo, la fraternidad como otros motores de experiencia y pensamiento. Escribir es, en suma, mi manera de pensar el mundo y de interrogarme. La poesía comparte con la filosofía el origen en el asombro. Ambas prácticas surgen de la extrañeza frente a lo real que obliga a detenerse, mirar de nuevo, abrir espacio y dejar que lo cotidiano revele su misterio. Escribir no significa cerrar el sentido, sino abrirlo: sostener la pregunta, resistir al olvido y dar forma a lo que insiste en permanecer oculto. En esa apertura, la palabra se vuelve no solo estética, sino también ética: un modo de hacer visible, de cuidar y de afirmar lo que aún nos mantiene vivos. Valeria Correa Fiz MUESTRARIO MÍNIMO Alumbramientos A mis hijas, a mi madre y a todas las madres. Yo tuve tres corazones y un útero de dulce vino amniótico. También un ombligo dilatado en su gesto de asombro y dos cordones. Las noches antes del futuro se agrandaban en insomnio sobre cada uno de mis doscientos seis huesos. Nueve meses más tarde, reducida a un solo corazón conservo la línea de una cesárea doble que me abrió la carne de lado a lado; sobre ella, escribo febriles palabras que subieron a la boca, como la leche al pecho, para alimentar el hambre del poema. Ese lenguaje que alumbra el cambio y la ausencia, ¿es otra cicatriz, un mientras tanto que apacigua lo perdido? De Cielo adentro, Isla Elefante, 2025. Mendigos Atrapados por la jarcia de la noche, con las bocas descosidas por el hambre, beben agua de lluvia al pie de las usinas. Son el terror desharrapado de los Centros Comerciales, son sombras dobles en la noche de los atrios de las Iglesias, y del cajero automático de tu Banco, Sociedad Limitada. El ubicuo decorado urbano, son girasoles para siempre engibados en las bocas de todos los metros, son Señores de las Moscas por derecho mitológico. Son Hermanos de la Basura y de los Restos del payaso de Mc Donald’s. No levantan la cerviz; tienen los ojos por los suelos, imantados por tu limosna que brilla en su platito de cartón, como vulgares estrellas, pobres piedras que acabarán ellas también por extinguirse. Nadie los mira. Ellos no miran nada. El Ojo Tuerto de Índices y Estadísticas tampoco los tiene en cuenta. Ya han sido expulsados de toda República y de cualquier Reino, del portal de tu Comunidad, de ese Bar, de aquel Colegio, hasta en el Infierno se olvidaron de ellos y ellos no esperan ni siquiera epitafios rigurosos para ser más exactos. Saben que seguirá lloviendo hasta el jueves y no pueden vivir más que empapados. De Cielo adentro, Isla Elefante, 2025. Punto de fuga Vistas desde el suelo, las palmeras están plantadas a unos cinco metros de distancia las unas de las otras en la arena oscilante. Pero en lo alto, abiertas en estallidos verdes y sin perder la fidelidad a su centro y punto de partida, sus hojas se despliegan y confunden en una única fronda articulada por múltiples clorofilas. Las aristas de sus hojas no se dañan y en su entramado dibujan una vasta sombra crepuscular que nos recuerda que la soledad puede ser solo un error de perspectiva. De Museo de pérdidas, Ediciones La Palma, 2020. Exilio No duele la noche de la carne ni el cardo en las heridas. Duele en los tendones el saber que no hay adonde regresar. No hay cuerpo que aguante esa distancia. De Museo de pérdidas, Ediciones La Palma, 2020. Ella A Jorgelina Ventura Ella me alisaba suavemente las solapas del abrigo a modo de despedida. En el tendedero las camisas alzaban sus mangas vacías en forma de súplica. Para rogar también hay que ser valiente. Yo usaba mi coraje, en cambio, para apretar los dientes. Y cuando me marchaba, a medio camino hacia ningún sitio, la felicidad de un perro al sol conseguía atenazarme las tripas. Será mejor que detengas esta locura, me decía a mí mismo. Pero, es sabido, que a nadie le gustan los consejos. Yo no sé qué tenían sus manos que podían con la misma suavidad alisarme el remolino de la frente que sujetar a la Bestia del Apocalipsis por el morro. La dulzura es, también, un arma. De El invierno a deshoras, Hiperión, 2017.

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