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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/09/2025 07:32
Flavio Mendoza: “Nunca sentí que realmente alguien se haya enamorado de mí” En octubre el Circo del Ánima se renueva: durante todo ese mes será Mundo Halloween, en Puerto Madero. “¿Viste que otros hacen el mismo show durante todo el año? Yo lo cambio”, dice Flavio Mendoza. Y agrega, con picardía: “Yo no lloro tanto. Invierto”. Tras dos temporadas en Córdoba, luego será momento de instalarse en Rosario. “Siempre trato de hacer lo que otros no hacen, así que voy allá”, explica. Arrancará con Una mágica Navidad, y entonces el espectáculo volverá a cambiar. “Estoy haciendo cosas diferentes”, dice el productor, que se entusiasma cuando habla de dos temas: su show y Dionisio, su hijo. Es casi una simbiosis que quizás encuentre su origen en aquel niño que no podía distinguir entre el circo de su familia y su infancia: dónde terminaba una cosa, cuándo comenzaba la otro. Porque para Flavio, el espectáculo siempre fue su vida entera. Hasta que vino Dio, claro. Y en un momento entendió -como contará- que el show no siempre debe continuara. Flavio Mendoza renueva el Circo del Ánima con Mundo Halloween en octubre en Puerto Madero. (@joynixmedia y @agenciacoralok) —Te escuché hablar en algún momento de tormentas que atravesaste. Hoy papá, plantado desde otro lugar: ¿qué pudiste pensar sobre esa infancia? —Mi abuso fue, justamente, a la edad que tiene Dio ahora: entre siete y ocho años. Dio me hizo resolver muchas cosas de la infancia, y entender montones de cosas, como que tendría que haber hablado muchas cosas que no hablé por miedo, por vergüenza, por inseguridad. Me sentí muy mal porque yo dejé que esa persona siguiera caminando por la calle cuando fue un abusador al que yo tendría que haber parado. —Esperá: vos eras un nene. —Sí, pero cuando fui creciendo, esta persona era cercana y si abusó de mí a esa edad, siguió abusando. Luché con muchos fantasmas y muchas tormentas. Por eso este show, el Circo del Ánima, que ahora termina, tiene que ver con las tormentas: siempre atravesamos tormentas. Y esa fue una tormenta muy heavy para mi vida. —Es importante destacar que la víctima nunca es responsable, y que hace lo que puede. —Obvio. Soy muy culposo, y me quedó la culpa por muchos años. Desde los cuatro años de Dio hasta ahora, tuve tres años de una culpa y una angustia por no haber podido hacer algo... Mi abusador murió hace menos de un año. A fines del año 2024 me fui con mis hermanas a Brasil y con una caipiriña en la mano pude contarlo. Mi hermana mayor, Patricia, me dijo: “¡¿Cómo no me dijiste?! ¡Yo iba y lo cagaba a…!”. Le digo: “Es que yo no quería eso”. Fueron muchas cosas. Cuando me hice famoso, dije: “Van a pensar que estoy utilizando esto para victimizarme”. A las víctimas les pasan tantas cosas en la cabeza que no es fácil... —Otra de tus hermanas también vivió una situación muy difícil. —Sí. Y ellas me contaron cosas que yo no sabía y no lo podía creer. Terminamos los cuatro llorando, contándonos cosas: mi hermana también había sufrido un abuso, mi mamá también había sufrido un abuso de parte de su padre. Estuve todo este año en un proceso de poder masticar todo eso, que yo tampoco lo sabía. Flavio comparte su experiencia de abuso infantil y el proceso de liberación al contarlo en familia. —¿Nunca hiciste terapia? —Sí, hice terapia. Y esto es una terapia, ¿viste? Terminar de liberarme, de poder contarlo, de pedir disculpas si no pude hacer algo mejor. —Necesito que dejes de pedir disculpas: vos no tenés nada de qué disculparte. —Ay, sí. Soy muy culposo, muy culposo... —¿Qué sentiste con la muerte de este hombre, de tu abusador? —No sentí mucha cosa. Ni tristeza, ni alivio. —¿Alivio no? —No. Siento que yo lo puedo resistir, pero esta persona no se tiene que morir porque también tiene familia, ¿entendés? —También hablaste de la violencia, de los golpes que había en tu infancia. Hoy, papá, cuando lo ves a Dionisio y te ves a vos en esa situación, ¿qué te pasa? —Ay, no... Más de apretarle el brazo, yo no puedo. Como que ejerzo esa cosa de decir: “Esto basta. Esto es hasta acá”. Pero esa cosa que era de antes: “Un buen chirlo está bueno”, y qué sé yo. Aparte él, si yo le apreto el brazo, ya se queda ofendidísimo conmigo. —Yo te preguntaba al revés: ¿lo ves a Dio, y no te ves a vos chiquito, con esa vulnerabilidad? —Dio es muy dado con todo el mundo: vos le decís “vení”, y va. Entonces, desde los cuatro años, le decía: “Dio, por favor”. El año pasado me dice: “Ay, pero papá, siempre me decís que tenga cuidado, pero si no pasa nada”. “Sí pasa”, le digo. Un día él estaba caminando en casa y, a propósito, lo agarro fuerte y le tapo la boca. “Ay, papá, ¿por qué me haces eso?”, me dice. “Porque eso te puede hacer alguien en la calle. ¿Vos pudiste librarte de papá?”; “No”; “Y yo no te lo hice fuerte. Imaginate”. Se lo hice para que él sienta que es muy vulnerable. No es que le quiero transmitir miedo: “Esto no es para que te asustes, sino para no salgas solo porque puede pasar”, le dije. Y él lo entiende. No te va solo ni siquiera a la vereda: tiene que estar papá o alguien con él. —Hablábamos de los dolores, pero vos también pasaste muchísimos dolores físicos. ¿Estás con dolor ahora? —Sí (risas). Convivo con el dolor: estoy haciendo un tratamiento del dolor. Voy a un médico por el tema de la rodilla. Tengo muchos problemas. Hago tantas funciones, gracias a Dios, pero yo soy muy físico. Ya voy a ir por el lado más actoral o ser director. Pero también, en ese momento (de la función) no me duele. Es re loco. El productor revela cómo la paternidad y su hijo Dionisio lo ayudaron a sanar heridas de la infancia. —¿Cómo es asumir que uno vive con dolor? —Es extraño. Pero tampoco tomo cosas para el dolor. Me niego. Prefiero sentirlo y no tener que estar tomando cosas y cosas. —¿Te da miedo? —Sí. Primero, a que algún analgésico tape el dolor y me pueda lastimar más. Y después, esa cosa de hacerme adicto a una medicina por el dolor. Más de un analgésico común que se compra en farmacias no tomo. —¿Pero te encontraste llorando por dolor? —Sí, sí. Ahora, en vacaciones de invierno, lloraba del dolor porque no podía doblar la rodilla y tenía que hacer las funciones. No podía faltar. —¿Por qué tanta exigencia Flavio? —No sé por qué tengo eso... No lo puedo resolver. Bueno, me pasó que tuve el accidente (por la caída en el escenario). —Qué susto, ¿no? —Un susto muy grande. Tal es así que un fin de semana no hice funciones. “Lo lamento, necesito parar”, dije. Era plena temporada y pedí disculpas, devolví entradas. Pero necesité hacerlo por Dio y por mí. Flavio convive con dolores físicos tras un accidente en el escenario y reflexiona sobre la exigencia laboral (@joynixmedia y @agenciacoralok) —¿Qué fue lo primero que pensaste cuando tuviste el accidente? —Me asusté mucho: no es lo mismo golpearte a los 20 y pico que a los 40 y pico, 50. Tengo un equipo maravilloso, pero también me di cuenta de que las personas cometemos errores: fue un error humano que se podría haber evitado. Entonces dije: “¿Cómo no abortaste? Si no están bien las cosas, no se hace. Se para y se vuelve a empezar”. —¿Qué era lo que no estaba bien? —Los escenarios no estaban en posición. El escenario tiene que estar en una posición para yo salir volando, pasar por arriba de la red y no chocarme. Y cuando se activó el motor el escenario estaba bajo: tuve que hacer mucha fuerza para pasar por arriba de la red. Pude levantar las piernas, pasé, y dije: “Bueno, zafé”. Y cuando vengo para atrás, me azoté contra las luces. Arranqué el cable de acero de una luz, así que imaginate lo que podría haber sido... Una desgracia con suerte, diría mi abuela. Y después fue mucho miedo porque me dolía todo y no entendía qué me dolía. —¿Pero el temor tenía que ver con las consecuencias físicas? —Con Dio, con Dio... —¿Tuviste miedo de morir? —Por Dio. Tenía mucho miedo de decir: “Él es chico, yo tengo que estar bien hasta que sea un adulto”. Me pasó eso. Y no solamente a morirme, sino a quedar mal por un golpe y que eso te cambie la vida por completo. Creo que sería hasta peor. Un poquito más... y podía quedar cuadripléjico. Tantas cosas que a uno se le meten en la cabeza, que gracias a Dios no fue. —¿Y cambió algo a partir de eso? —Sí, sí. Por ejemplo, esto de que si tengo que faltar unos días, falto. Me siento tan culpable por faltar... Soy Sarmiento: no te falto nada, soy súper exigente conmigo. —¿Y eso tiene que ver con lo económico, con los momentos en los que no fue tan bien y costó ganarse el lugar? —Sí. En mi vida lo económico siempre está presente porque como nunca tuvimos nada, siempre tenés miedo a no tener plata. Cuando a veces veo a otros artistas haciendo algunas cosas, siempre les digo a mis amigos: “Ayúdenme a no hacer eso, a no llegar a verme así, en la decadencia, haciendo algo horrible”. Y no lo hacen porque quieren, sino porque no tienen para pagar el gas. Ser famoso no tiene nada que ver con la plata. Y yo soy tan apasionado que invierto mucho en lo que hago: en vez de comprarme dos o tres departamentos para tener alquileres, ahora me metí para un nuevo espectáculo. Invierto. Es muy posible que firme con un productor que nos debemos hacer algo grande de vuelta, y estamos re embalados. Y eso significa un dinero muy alto. —¿Con quién te vas a juntar? —Con el primer productor que creyó en mí: Ariel Diwan. —¿Ustedes terminaron peleados en un momento? —No. Ariel tuvo todo ese problema con Gisela (Bernal), con el hijo, con todo eso. En algún punto, yo estaba un poco en el medio y él estuvo en una gran depresión. Yo llego a Ariel por Gisela, entonces es muy doloroso. Cuando se termina, yo me quedé con todo porque tuve que pagar una parte. Y Ariel siempre quiso volver y volver y volver. Yo desde hace un par de años me dedico más al circo, y quiero volver al teatro. —¿Y eso para cuándo va a ser? —En el invierno que viene. —¿Dio sigue durmiendo en tu cama o lo sacaste? —No, sigue ahí. No puedo, no puedo... No me da ni la paciencia de todo ese proceso que tengo que hacer para que él se cambie. —Es un laburazo. —Es un re laburo. Él es muy miedoso, entonces no quiero que pase por eso. La cama es gigante y estamos acá, en el rincón, porque él está arriba mío. Así duermo, y a veces me levanto contracturado. También yo me siento más seguro teniéndolo ahí. Para ir a la habitación de él que tenía que cruzar el pasillo y después escuchaba: “¡Papá, vení!”. Y me agarraba del techo... Entonces dije: “No, basta, ¿por qué esta tortura hacia él, si no es necesaria?”. —Qué pasa si querés traer un novio. —Olvidate. No puedo. Solamente podría tener novio si a él le gustase. Me dice: “Bueno, si es futbolista de Boca” (risas). Porque él es fánático de Boca. Pero sino, no. Pero nada. No quiere saber nada con que yo esté con alguien porque él sigue recordando mucho a mi ex. Como solo me vio con él, no me ve con otra persona. —¿Pidió hermanitos? —Pide un hermano. Al principio era medio en joda, después más en serio. —¿Lo evalúas? —Me pasa que es un proceso muy complejo ser papá y hacer toda esa parte desde el bebé. Me gustaría, pero no sé si es el momento. Estoy en unos proyectos muy grandes. —Pero a futuro no lo descartás. —No. Pero también me da miedo ya ser el abuelo, no el papá. Pero sí, ¿quién te dice? —Si hoy te doy a elegir entre romperla toda con un próximo espectáculo o momentos maravillosos de la paternidad, ¿con cuál te quedás? —Ay, son hermosos los dos. Es muy difícil... Pero la paternidad me salvó. A mí, Dio me salvó. —¿Por qué? —Cuando fallece mi vieja, yo sentí que estaba solo en el mundo. Ya no tenía esa responsabilidad por su enfermedad, eso que vos decís: “Tengo que ir a verla, a cuidarla, llevarla, traerla, asistirla, estar con ella”. Y fue como un gran vacío. Y estaba ya el proyecto, Dio ya venía en mi camino. —¿Ya estaba en gestación? —Ya estaba en gestación. Mamá fallece cuando Dionisio tenía tres meses, entonces no lo pudo conocer. Fue también algo duro para mí: no lo pudo tener a upa. Por eso me enojé mucho con Dios: “¿Por qué no me dejaste que la vea? ¿Por qué siempre me das tanto pero me quitás tanto?”. Me pasó ahora: una temporada increíble y mi accidente. ¿Por qué siempre tengo que estar pagando un precio muy elevado por el éxito o el sueño que quería lograr? —Y cuando vino Dio, estabas muy triste. —Estaba triste. En el amor tampoco logré esa cosa de sentirme querido. No sentí que realmente alguien se enamoró de mí viste. Tampoco sé que va a pasar en el futuro: ojalá mi hijo me ame como yo lo amo a él. Flavio Mendoza con Tatiana Schapiro en Infobae (Foto: Maximiliano Luna) —Te llevo a otro plano. ¿Viste lo que pasó con Homo Argentum? La rompe en cines y también generó un debate, toda una pelea que llega a lo artístico. —Estoy totalmente de acuerdo con que no se dé plata a cualquier cosa, pero también estoy de acuerdo con lo del INCAA, por ejemplo. Capaz hay niños que sí necesitan tener un apoyo para que tengan arte, para que hagan algo. Pero lo que yo veo es que se quejan personas hechas y derechas, ¿viste? Son productores o artistas que tienen plata para poder hacer cosas y que no la sacan de su bolsillo. Entonces, ¿por qué tanta queja? Cuando fue la pandemia no tenía un peso, estaba súper endeudado. Pero tuve un respaldo, vendí un departamento y pude más o menos sortear la ola, y hoy estoy muy bien. Y es como que hoy yo diga: “Ay, a mí, como me está yendo bien, ¿por qué me tienen que dar?”. No, le tienen que dar al que no tiene. Pero también: “Bueno, te doy este vaso. ¿Qué vas a hacer con este vaso?”. Porque también hay mucha plata que se despilfarra. —Ahora, esto de salir a decir que una película es mala, que no se vea una película por la ideología del que la protagoniza, es tremendo. —Los argentinos somos autodestructivos. Y me da por las pelotas que sea así. Cuando hicimos la primera mini serie de Netflix que se hizo acá en Argentina, Edha, todos los medios la destruyeron. No fue la mejor serie, está todo bien; pero no fue la peor. Detesto al argentino que para sobresalir destruye al otro. Eso me apena porque sucede constantemente. —¿Qué te pasa cuando ves al Presidente enfrentarse con artistas? —Yo lo voté. Yo voté por un cambio, voté por algo. Hay muchas cosas que está haciendo bien y hay otras cosas que no concuerdo, que no me gustan: por ahí, sus reacciones. ¿Qué necesidad, viste? Pero también, es su personalidad. No me gusta cómo se maneja o cómo contraataca a otra persona, pero a él también lo atacan. Lo que a mí no me gusta es la falta de respeto. ¿Y sabés lo que me molesta? Cuando se dice: “No voy a decir a quién voté”. Por ahí no tenés huevos ni ovarios si no decís a quién votaste. El tibio no me gusta.
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