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  • Una sociedad de consumo sin consumo

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 14/09/2025 07:18

    Javier Milei La elecciones bonaerenses dejaron al desnudo las limitaciones de un gobierno que empobreció a la totalidad de la sociedad mientras suponía que los damnificados serían tan frívolos como para votarlo. Que se conozca, en la humanidad, ningún empobrecido termina votando al que lo empobrece, y si hay algo que tiene nuestro pueblo, es conciencia de su responsabilidad. El Presidente es un personaje muy menor que convocó la devoción de eso que llamamos gorilas, de todos aquellos que sienten odio por el populismo y que, de alguna manera, habían terminado justificando su animadversión en los atroces errores burocráticos de Cristina Kirchnery la mediocridad invencible de Alberto Fernández, padres reales del Milei actual. Lo absurdo es esta idea de que los libertarios iban a pintar de violeta al resto del país, irracionalidad que comprobó su insolvencia durante la visita a Corrientes donde empezaron por desafiar al gobernador para terminar cuartos y últimos en la lista, sin llegar siquiera a un 10%. En Buenos Aires, Milei había elegido como enemiga a Cristina Kirchner, quien lentamente, por su situación jurídica, su confinamiento y otras debilidades históricas, fue cediendo poder frente a Axel Kicillof, que la fue sacando de juego mientras le devolvía racionalidad a su fuerza política. Por lo cual, Milei enfrentaba a una pero terminaba compitiendo con el otro; el eslogan “Kirchnerismo nunca más” era, tal vez, un deseo compartido con Kicillof, y Milei confiaba en que esa situación lo ayudaría. La palabra de los encuestadores terminó siendo humorística; recuerda a aquel Durán Barba que le decía a Macri que el resultado de las elecciones sería por +2 o -2 y terminó en -18%. Nuestros encuestadores convencieron a nuestro presidente de que estaba cercano a un empate, lo cual lo hizo viajar a Gonnet sin advertir, en el camino, que esas predicciones eran una venta de humo más y que, en el fondo, estos personajes se habían convertido en un simple consuelo del que tenía dinero para pagarles, como si esa profesión fuera una nueva variante del psicoanálisis. Surgieron movimientos vecinales, enfermedad que se repite en nuestra sociedad y en el mundo, zonas donde un gobierno de intendentes puede estar al margen de la política nacional. Ese vecinalismo nunca tuvo sentido ni fue funcional a la necesidad de una discusión de destino patriótico. Lo que asombra es la raza del gorilismo, verdadera enfermedad de nuestra sociedad, sin presencia hasta después del Golpe del 76. Antes de esa fecha nefasta, se daba en la versión popular o en la versión de los ricos, pero lo que no existía aún era esta, la del “turco véndelo todo” que fue dando forma a una derecha mediocre, agresiva, impotente, perversa y rastrera. Lo peor de nuestra izquierda sin historia, sin pasado y sin política engendró lo peor de nuestra derecha y hoy somos una sociedad que se manifiesta en lo más patético de sus personajes. Hay dos expresiones esenciales que definen a un gorila: "80 años", es decir, el tiempo transcurrido desde las primeras elecciones en que ganó el peronismo, y "populismo", o sea, el fastidio que le genera a un gorila que los pobres también voten. La crítica al votante, al bonaerense como si él hubiese elegido vivir en un barrio sin cloacas, como si esta situación no se hubiera dado después del 76 y profundizado con la lacra menemista -recordar las cloacas de Rousselot y Macri- , y no fuera el origen del liberalismo enriquecedor bancario sumado a la venta de los ferrocarriles y del patrimonio nacional. Ese triste gorilismo, que cree que el peronismo gobernó 20 años, olvida que diez los alquiló. Fueron ocho de Scioli y dos de Ruckauf, más los cuatro de Maria Eugenia Vidal, con lo cual queda bastante limitada esa cifra de 20 años. Además, no es que los bonaerenses elijan seguir viviendo en el barro, tienen plena conciencia de que las políticas de Milei jamás los sacaron de allí, sino que, en rigor, los distanciaron aún más de los ricos, sector real al que el Gobierno protege y dedica toda su pasión. Una sociedad de consumo sin consumo y una producción sin protección que nos lleva a comprar todo afuera nos convierte en una mosca blanca en un mundo donde los Estados y el proteccionismo son el nervio de las políticas esenciales del presente. El RIGI y las supuestas grandes inversiones no llevaron al Gobierno a imaginar cuál era la necesidad de trabajo de los argentinos y la venta y supervivencia de las Pyme. La derrota oficial fue reveladora y, de alguna manera, marca que este sueño del gobierno de expandir y consolidar su demencia ideológica apenas duró hasta el primer momento electoral, no fue capaz de superarlo. Los medios que apoyan al oficialismo y los periodistas oportunistas quedaron, de repente, desubicados, y es irracional que imaginen que esta primera elección no se va a repetir y a profundizar en la próxima, porque básicamente es el deterioro del gobierno el que marca la limitación de sus votantes y es el empobrecimiento de la sociedad el que expresa el condicionamiento de sus votos favorables. La incapacidad de ceder el dogmatismo de sus convicciones, su pequeñez y sus restricciones, dan muestras de un gobierno que puede cumplir su mandato de cuatro años, pero que, sin duda, en la mayor parte de su período estará marcado por una situación de agonía. Una soberbia sin sustento se convirtió en una derrota sin explicaciones. El mero intento de explicar la derrota por razones políticas revela que son incapaces de asumir la demencia de sus posiciones económicas. Un gobierno que trabaja para ayudar al poder concentrado, esencialmente a los ricos y poderosos, tiene que asumir de pronto que los pobres siguen siendo mayoría y que son los más damnificados por sus políticas. En consecuencia, queda claro que dentro de 60 días el empobrecimiento que este gobierno inflige a la sociedad será mayor y la cantidad de adhesiones, menor. Si hay un acto de demencia en esta derecha, no consiste solo en no asumir la derrota, sino en no tomar conciencia de que de ahora en más, no van a salir de ella y su único destino será profundizarla en todas y cada una de las provincias. La ilusión de pintar al país de violeta terminó en un nunca más donde apenas pudieron pintar a algunos obsecuentes, pero la sociedad es, gracias a Dios, un espacio infinitamente superior a ellos y a los fanáticos de turno. En suma, se trata de un gobierno que termina aliado con el FMI y enemistado con la Vicepresidenta, el Parlamento, los gobernadores, los intendentes, es decir, la realidad. En una curiosa e insensata dialéctica, el Fondo le da el apoyo que le quitan los votantes.

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