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  • Milei y la “micropolítica”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 14/09/2025 07:16

    Javier Milei Cuando Javier Milei, con su particular jactancia y altas dosis de voluntarismo, creía tener todas las respuestas, el pasado domingo le cambiaron todas las preguntas. Lejos de “arrasar” en territorio bonaerense, y de cumplir con la promesa de “poner el último clavo en el ataúd del kirchnerismo”, la estrepitosa derrota que sufrió La Libertad Avanza en las elecciones del domingo pasado acabó por profundizar la incertidumbre y amplificar los interrogantes, ya no solo de cara a las próximas elecciones nacionales del 26 de octubre, sino incluso respecto al segundo tramo de su mandato presidencial. Durante todo el 2024 y los primeros meses de este año la percepción dominante en la opinión pública era la de un presidente fuerte -aunque con un oficialismo débil territorial y legislativamente- y una oposición debilitada y fragmentada. Este escenario, que le permitió a Milei hegemonizar la agenda pública y la iniciativa política, y que había comenzado progresivamente a cambiar con la ofensiva opositora en el Congreso y el reclamo coordinado de los gobernadores, acabó por alterarse drásticamente tras el resultado de las urnas en territorio bonaerense. La respuesta de los mercados, con el desplome de bonos y acciones, nuevas turbulencias cambiarias que tensionan el sistema de bandas acordado con el FMI, y una fuerte suba del riesgo país -entre otros reacciones- dan cuenta de que las dudas e interrogantes respecto a la gobernabilidad y sustentabilidad del plan económico no son un invento de las “ratas” que supuestamente anidan en el Congreso, los “mandriles” que nutren a las diferentes expresiones opositoras, los “econochantas” que desde diversas vertientes alertan sobre las limitaciones del modelo, o de los periodistas calificados de “ensobrados”. Sin embargo, un Milei cada vez más solitario y encerrado en sí mismo, convencido no solo de que lo asiste la razón, sino de ser el portador del estandarte de una suerte de cruzada mesiánica que terminará con la decadencia argentina, rechaza cualquier atisbo de explicar lo sucedido el pasado domingo en base a la deteriorada economía. Para Milei, a contramano de la opinión de analistas locales y foráneos, de los otrora aliados e incluso -cada vez más- de voces del propio oficialismo, el problema es enteramente político. A tal punto de que, en el plano económico, no solo vaticinó que no habrá cambios sino que anunció una profundización del modelo. Es cierto que la contundente derrota en la provincia de Buenos Aires fue, en cierta forma, el corolario de una extendida saga de errores no forzados, daños autoinfligidos e improvisaciones del oficialismo, que incluyen desde la profundización de la absurda “batalla cultural”, escándalos de presunta corrupción, improvisaciones o excesos de confianza en el plano económico (la salida de las LEFI), crecientes internas en el corazón del poder libertario, déficits comunicacionales, carencias en materia de articulación política con potenciales aliados, y una intransigencia que dinamitó puentes con actores que podrían haber amortiguado algunos de los golpes en el Congreso, entre otros tantas evidencias de “mala praxis”. También es cierto que la estrategia electoral fue equivocada. La decisión de nacionalizar una elección legislativa provincial y municipal, en la que el propio Milei cifró altísimas expectativas que no pasaron desapercibidas por los mercados, en lugar de concentrarse en un plan de estabilización que le permitiera llegar con menos turbulencias a la batalla electoral de octubre, terminó indudablemente por amplificar el resultado negativo y profundizar la incertidumbre. Algo que podría haber evitado. Pero aun sabiendo esto, a lo que se pueden sumar las debilidades en el armado político-electoral, con listas poco atractivas y un cierre con el PRO que no logró contener algunos referentes territoriales de importancia, está más que claro que solo alguien muy desacoplado de la realidad puede atribuir lo sucedido a una “subestimación del aparato del PJ” o a los déficits en la logística y la fiscalización. Milei, no obstante la abrumadora evidencia en contrario, parece estar convencido de ello. Algo que no solo quedó en evidencia con la tibia “autocrítica” del domingo, la activación de tan variadas como intrascendentes “mesas políticas”, la asignación de rango de ministerio al área de Interior (conducida por el mismo funcionario), y una convocatoria a gobernadores que no solo no incluyó la propuesta de una “agenda” de intereses comunes, sino que coincidió con el veto a la ley de ATN. Si alguien le reclamaba a Milei mostrar mayor empatía y sensibilidad con los sectores vulnerables y más castigados por el brutal ajuste, no solo nada de ello ocurrió, sino que el propio presidente provocativamente redobló la apuesta vetando las leyes de financiamiento universitario y de emergencia pediátrica, y confirmando que judicializará la de emergencia en discapacidad. Luce difícil el panorama para un presidente que tiene la necesidad imperiosa de recuperarse para intentar conseguir un resultado favorable en octubre, pero con una inminente campaña electoral que se desarrollará en el peor momento de su plan económico. Milei y su equipo económico siguen creyendo que la carta de triunfo es la baja de la inflación, a tal punto de que para mantenerla se han mostrado dispuestos a llevar adelante medidas poco ortodoxas como las de intervenir en el mercado de futuros o restringir los encajes bancarios, e incluso convalidar tasas de intereses incompatibles para la actividad económica. Ahora bien, después del domingo, resulta legítimo preguntarse si sigue siendo la inflación el principal activo electoral de cara a octubre. Sin desconocer la importancia de este tema para la ciudadanía, es obvio que habiéndose consolidado una tendencia sostenida hacia su baja, las demandas se transforman y mutan hacia otros temas urgentes. Algo que, por cierto, surge en la mayoría de estudios de opinión: la inflación ya no es ni por asomo la principal preocupación ciudadana, hoy más preocupada por los ingresos, las perspectivas de empleo y el “llegar a fin de mes”. ¿Realmente Milei y su equipo económico creen que la marcada caída en la imagen presidencial, en la aprobación de gestión, o en los índices de confianza del consumidor -entre otros indicadores -, se deben a los problemas “políticos” del gobierno? Con una economía que se contrae por el impacto del apretón monetario, las tensiones cambiarias y la incertidumbre, entrando en una nueva recesión por segundo año consecutivo, con datos que dan cuenta de la pérdida de 500 mil puestos de trabajo, con caídas del consumo de hasta el 20%, con una merma del salario real de 5,5% en relación a diciembre de 2023, y un aumento de la morosidad crediticia de las familias, no hace falta aspirar al premio Nobel para ver que el problema está en otro lado. Así las cosas, si el problema está en la política no es en la dimensión de esta que interpreta Milei, sino en la “micropolítica”, es decir, en la política de la vida cotidiana, la de las cosas que realmente le importan a la gente, la de las demandas más concretas y urgentes, esas que hacen al “metro cuadrado”, y que tienen que ver más con las manifestaciones de la “economía real” que con las frías estadísticas macroeconómicas o los indicadores financieros.

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