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  • Una mirada desde la alcantarilla. Sequía

    Paraná » 9digital

    Fecha: 12/09/2025 14:00

    La sequía El yuyal se mueve apenas, duro como un puñado de espadas. Si el viento pasara, se cortaría la cara, pienso. El olor de la tierra me impregna, me gusta caminar por las zonas rurales. Nunca tuve un campo y sin embargo andar entre el paisaje me hace parte de lo que veo, el cuerpo perdido entre las extensiones grandes, bajo el cielo claro que parece abarcarlo todo. Tengo entre los dientes arenilla y para adentro me digo que masco este día transparente, como si quisiera absorber la forma de mirar de una yegua, guardar la apariencia de las flores que se abren aunque estén lejos de las miradas humanas. Mi hijo abre su palma y rasguña el aire por encima de mi hombro. Podría ser un zorro acariciando mariposas o un pájaro a punto de abrir sus plumas pero es la carne nueva moviéndose entre los rayos de sol, la piel blanca como una noche que está por venir anunciándose con sonidos que no tienen palabras. Todo hace ruido aunque andemos callados: la tierra suelta choca contra tierra firme, las piedras parecen a punto de reventar, los pastos crujen de tan secos, los picos de los pájaros tajean la aparente soledad del paisaje. Los postes de luz conservan una tensión ajena. Hay algo humano en la composición, conviven en la profundidad más oscura los gusanos y las semillas que esperan germinar, debajo de los sembrados se retuercen los brotes empujando hacia la búsqueda de luz, sacando un tallo fino, casi imperceptible como un brazo de alguien que nada en el océano. No ha llovido y sin embargo en los troncos hay ramas nuevas, hojas abriendo sus nervaduras. A lo lejos, una familia orea un tendal en su fondo: pantalones, torsos o remeras, medias y botas boca abajo, pescados recién sacados de otros cuerpos. ¿Hay fondo, es patio o campo o casa? ¿El cuerpo abierto se transforma en jaula? A pocos metros aparece el cementerio, me acerco al alambrado que lo separa de la otra tierra que no es nada aunque también en su interior coma cuerpos. Crecen margaritas como un enjambre amarillo y un conejo blanco (no una liebre, no un cuí) tropieza entre las tumbas. Grito la novedad, me la grito. Un conejo en un cementerio abierto al final del paisaje. La voz queda hueca de asombro, a nadie entre lo vivo y lo muerto le impacta un conejo blanco entre las lápidas. Asumo que estoy sola con el mugido de las vacas, con los moscardones que zumban entre los caballos y sus bostas. Cómo ignorar que somos pequeños, que los dramas que inventamos lo ocupan todo si alcanza con recorrer pocos kilómetros para estar a la misma altura que las hormigas que pisamos. *

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