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  • Del aire al espacio: la nueva geopolítica del poder aeroespacial

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/09/2025 22:52

    Hoy en día, el poder aeroespacial combina plataformas tripuladas de alta tecnología con sistemas autónomos (Foto: Europa Press) La geopolítica, entendida como el estudio de la relación entre el poder político y el espacio geográfico, ha sido uno de los marcos analíticos más influyentes para comprender la estrategia internacional. Desde finales del siglo XIX, pensadores como Friedrich Ratzel, Rudolf Kjellén o Halford Mackinder subrayaron que la ubicación geográfica, los recursos y la capacidad de proyección de espacios condicionan las relaciones de poder entre Estados (Ó Tuathail, 1996). La irrupción del poder aéreo en el siglo XX transformó radicalmente las concepciones clásicas, abriendo un nuevo dominio estratégico que modificó la lógica geopolítica centrada únicamente en la tierra y el mar. El arma aérea no solo abrió un nuevo medio de combate, sino que también modificó la concepción del espacio estratégico al desdibujar las fronteras geográficas. Desde las ideas pioneras de Giulio Douhet hasta las actuales doctrinas de operaciones multidominio, el poder aéreo - y más tarde el aeroespacial - se consolidó como un factor clave en la configuración de los equilibrios internacionales. Casos como la guerra en Ucrania y la tensión estratégica en el Indo-Pacífico han reafirmado la relevancia del poder aeroespacial en la geopolítica del siglo XXI. La comprensión de esta transformación requiere una aproximación histórica y teórica, enmarcada en el dinamismo propio de la aceleración tecnológica contemporánea. El espacio estratégico: fundamentos históricos de la geopolítica La geopolítica surge a finales del siglo XIX como un intento de sistematizar la relación entre geografía y poder. Ratzel (1897) concibió al Estado como un “organismo viviente” cuyo crecimiento dependía de su espacio vital. Kjellén (1916) acuñó el término “geopolítica” para describir la interacción entre política y geografía, mientras que Haushofer en Alemania buscó fundamentar políticas expansionistas en términos de espacios. En el mundo anglosajón, Alfred Thayer Mahan (1890) planteó que la grandeza nacional estaba estrechamente ligada al control marítimo, tanto para el comercio en tiempos de paz como para el dominio en tiempos de guerra. Mackinder (1904), con su teoría del Heartland, sostuvo que quien controlara Europa del Este dominaría el núcleo geográfico de Eurasia y, con ello, el mundo. Spykman (1942), en contraste, destacó la importancia del Rimland, la periferia marítima de Eurasia. Estas visiones, centradas en los espacios terrestres y marítimos, definieron la primera etapa de la geopolítica. Tras la Segunda Guerra Mundial, la geopolítica cayó en descrédito por su asociación con el expansionismo nazi, pero resurgió en los años setenta con enfoques renovados (Ó Tuathail, 1996; Agnew, 2003). Hoy se concibe como un marco analítico para comprender cómo la espacialidad, la tecnología y la estrategia interactúan en la política global. Bajo este prisma, el poder aeroespacial se reconoce como un vector esencial de proyección geopolítica. La dimensión aeroespacial en la geopolítica clásica no estaba en el radar de los primeros pensadores, que se concentraron en la tierra y el mar. Sin embargo, a comienzos del siglo XX el poder aéreo empezó a cambiar las concepciones estratégicas. Alfred T. Mahan (1890), considerado el padre del poder marítimo, no abordó directamente el aire, pero su lógica sobre el control de rutas estratégicas inspiró a quienes pronto verían en la aviación un nuevo medio para proyectar poder y disputar espacios de dominio. El general italiano Giulio Douhet, en Il dominio dell’aria (1921), sostuvo que la supremacía aérea sería decisiva en la guerra moderna: “Quien domine el aire, dominará la tierra y el mar”. Aunque su planteamiento fue criticado por simplista, anticipó el papel central de la aviación estratégica durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Douhet defendió el bombardeo masivo de ciudades como medio para paralizar la industria y quebrar la moral de la población, aunque la experiencia bélica demostró la limitación de esta doctrina, algo que se observa también en los actuales bombardeos sobre ciudades ucranianas. Mackinder (1943), en reflexiones posteriores, reconoció que la aviación alteraba su teoría original del Heartland, reduciendo las distancias y erosionando la ventaja terrestre. De este modo, la geopolítica clásica comenzó a integrar al aire como dimensión estratégica clave, anticipando lo que en la era espacial se ampliaría al dominio ultraterrestre. El poder aeroespacial en la geopolítica actual: proyección estratégica y transformación del conflicto La Guerra Fría consolidó el lugar del poder aeroespacial como instrumento geopolítico de primer orden. Los bombarderos estratégicos, capaces de portar armas nucleares, se convirtieron en pilares de la disuasión junto con los misiles balísticos intercontinentales. Estados Unidos desplegó el Strategic Air Command, mientras que la URSS desarrolló sus propias flotas de bombarderos pesados, configurando una lógica de equilibrio nuclear basada en la capacidad de ataque desde el aire y el espacio (Freedman, 2003). Más allá del ámbito nuclear, la aviación táctica posibilitó la proyección de fuerza en conflictos regionales como Corea, Vietnam, Afganistán o Medio Oriente. El control del espacio aéreo pasó a ser condición indispensable para operaciones terrestres y marítimas. La doctrina estadounidense de “supremacía aérea”, consolidada en la Guerra del Golfo (1991), evidenció que el poder aéreo podía paralizar a un adversario con mínima intervención terrestre (Keaney & Cohen, 1993). En el plano industrial y tecnológico, el poder aeroespacial adquirió una dimensión geopolítica al convertirse en un campo de competencia estratégica. Programas como los cazas de cuarta y quinta generación (F-16, F-35, Su-57, J-20) son no solo capacidades militares, sino también herramientas de influencia política, industrial y diplomática en el marco de alianzas y mercados internacionales (SIPRI, 2022). Geopolítica aeroespacial: mutaciones tecnológicas y nuevos escenarios de poder En el siglo XXI, el poder aeroespacial experimenta profundas transformaciones que reconfiguran su rol en la geopolítica global. La creación de la Fuerza Espacial de los EEUU (USSF, por su sigla en inglés), formalizada el 20 de diciembre de 2019, evidencia una reconfiguración estratégica que reconoce al espacio como un entorno operacional autónomo, esencial para mantener la ventaja competitiva en el escenario bélico del siglo XXI. Sin vacilaciones, China irrumpe en el nuevo tablero internacional con un protagonismo firme. Impulsada por tecnologías emergentes, reconfigura las dinámicas del siglo XXI con una ambición que desafía las expectativas globales y desestabiliza equilibrios previamente consolidados. El dominio del espacio aéreo y espacial se consolida como un eje emergente de poder, actuando como indicadores críticos cuya evolución marca el pulso de la nueva arquitectura geopolítica global. El Indo-Pacífico se presenta como un teatro de proyección estratégica. En esa competencia, la dimensión aeroespacial se consolida como variable en la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China. La Fuerza Aérea China, con cazas de quinta generación J-20 y el futuro J-35, busca disputar el control sobre Taiwán y el Mar del Sur de China, mientras que Washington refuerza su red de bases, capacidades aéreas y alianzas en la región (Mastro, 2021). El conflicto en Ucrania demostró cómo los drones, desde plataformas MALE como el Bayraktar TB2 hasta enjambres de drones FPV, han alterado la ecuación costobeneficio del poder aéreo (Baldwin, 2023). La aviación tripulada ya no monopoliza el dominio aéreo, sino que coexiste con sistemas autónomos de bajo costo y alta efectividad. En el marco de la innovación tecnológica, el sistema multidominio articula aviación, espacio y ciberespacio como vectores estratégicos interdependientes. Iniciativas como el Joint All-Domain Command and Control (JADC2, por sus siglas en ingles) en EE.UU. o la European Sky Shield Initiative en Europa reflejan la necesidad de articular capacidades aéreas con defensa antimisiles, satélites y redes digitales (Clark et al., 2022). En su etapa conceptual, los cazas de sexta generación prometen revolucionar la aviación militar mediante tecnologías como IA, furtividad dinámica, velocidad hipersónica y trabajo en equipo con drones de combate autónomo (Collaborative Combat Aircraft), con el objetivo de dominar el espacio aéreo global en el futuro próximo. Los programas de cazas de sexta generación (NGAD en EE.UU., Tempest en Europa, GCAP en Japón-Reino Unido-Italia) representan no solo avances tecnológicos, sino también apuestas geopolíticas para mantener el liderazgo industrial y estratégico en las próximas décadas. El paso del poder aéreo al aeroespacial marca una transformación estratégica sin precedentes. El espacio exterior ya no es frontera, sino campo de batalla. Los satélites de comunicación, observación y navegación se han convertido en nodos críticos para la guerra contemporánea. La proliferación de sistemas antisatélite (ASAT) y la militarización de la órbita baja reflejan que el espacio exterior ya no es un terreno neutral, sino un dominio central en la geopolítica del siglo XXI. El poder aeroespacial ya redibuja el orden estratégico El análisis geopolítico del poder aeroespacial demuestra que este no es únicamente un medio de combate, sino un factor estructural en la configuración del orden internacional. Su desarrollo tecnológico condiciona alianzas, economías y balances regionales de poder. A la vez, la proliferación de drones, sistemas hipersónicos y defensas antiaéreas avanzadas plantea interrogantes sobre la vigencia de la supremacía aérea entendida en el siglo XX. La guerra contemporánea apunta hacia un paradigma híbrido, donde el poder aeroespacial combina plataformas tripuladas de alta tecnología con sistemas autónomos, todo ello enmarcado en operaciones multidominio. Este escenario obliga a repensar la geopolítica más allá de la tríada tierra-mar-aire, hacia un enfoque integral que incorpore de manera plena al espacio y al ciberespacio como dominios estratégicos. La competencia aeroespacial contemporánea constituye una extensión crítica de la disputa por el liderazgo global, donde el espacio ya no es un escenario secundario, sino un dominio operativo de primer orden. La relación entre geopolítica y poder aeroespacial ha atravesado distintas etapas: desde su marginalidad en la teoría clásica, hasta su consolidación durante la Guerra Fría y su centralidad en la estrategia contemporánea. La aviación y el espacio militarizado constituyen hoy un vector esencial de poder, tanto por su capacidad de proyección como por su dimensión tecnológica e industrial. Sin embargo, los retos actuales -drones, operaciones multidominio y militarización del espacio ultraterrestre- exigen una actualización de la teoría geopolítica. La integración del poder aeroespacial resulta clave para comprender la configuración del orden global emergente. La tradicional tridimensionalidad estratégica -tierra, mar y aire- se expande hacia una multidimensionalidad geopolítica que incorpora el espacio ultraterrestre y el ciberespacio como dominios esenciales de la competencia internacional.

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