10/09/2025 21:51
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:50
10/09/2025 21:49
10/09/2025 21:47
» Elterritorio
Fecha: 10/09/2025 16:30
Con una vida marcada por la inmigración, el trabajo manual en la chacra y la transmisión de valores, Edmar “Nico” Maicá celebró su centenario rodeado de afectos y seres queridos miércoles 10 de septiembre de 2025 | 4:00hs. Edmar “Nico” Maicá se convirtió el viernes último en una de las personas más longevas de San Pedro. Su centenario fue motivo de encuentro, recuerdo, nostalgia y, sobre todo, una expresión genuina del valor y la unión familiar que, junto al trabajo, supo inculcar a sus doce hijos. Lleno de vigor, lucidez y sentido del humor, celebró su cumpleaños rodeado de afectos. Lejos de quedarse observando, deslumbró en la pista de baile y enterneció el corazón de todos. Nacido en Brasil, Nico llegó a la Argentina siendo apenas un niño, junto a sus padres, inmigrantes que buscaban nuevas oportunidades. “Cruzamos en una embarcación, y yo me acuerdo que juntaba agua del río Uruguay con las manos y tomaba”, recordó como si aún sintiera el oleaje y el agua deslizándose entre sus dedos. La familia se radicó en Dos Arroyos, donde vivió hasta casi los 70 años. A los 20 se casó con Blanca Portela, con quien compartió 61 años de matrimonio y formó una familia numerosa. A sus hijos nunca les faltó nada. Durante sus años más productivos, Nico no le dio tregua al trabajo duro y sacrificado de la chacra. Sin maquinarias ni tecnología, se convirtió en uno de los productores más reconocidos del lugar. Cultivaba soja, tung, algodón y maíz. Este último lo vendía a Gendarmería Nacional de Itacaruaré. Además, fue uno de los primeros socios de la cooperativa azucarera, donde llegó a producir más de un millón de kilos de azúcar por zafra, en su mayoría de manera manual. Recordó con claridad cómo se trillaban los granos sin maquinaria: “Usábamos un mangua, que consistía en dos palos unidos por un pedazo de cuero. Uno de los extremos era más corto, por donde se agarraba, y con el palo largo golpeábamos las plantas amontonadas sobre un lienzo”, relató Nico. Y agregó: “Teníamos tres manguas. Yo usaba una y dos de mis hijos las otras. Nos turnábamos según el cansancio”. Uno de sus mayores logros fue la producción de soja. Sembraba varias hectáreas y cosechaba toneladas enteras, todo de forma manual. Una vez madura la planta, la cortaban con machete, la amontonaban y luego pasaba la trilladora. Mientras esta trabajaba, él embolsaba los granos y sus hijos cosían las bolsas. El transporte se hacía con carros de bueyes hasta el punto donde el camión las recogía. Era meticuloso, perfeccionista y sumamente dedicado. También fue un destacado productor de tabaco. En la empresa compradora, al cortar uno de sus fardos para verificar la calidad, siempre encontraban producto de primera. Su chacra no sólo estaba destinada a la comercialización: producía todo tipo de frutas, criaba aves para carne y huevo, y ganado vacuno para leche y carne. Una de las frutas más especiales era la uva, con la que elaboraba su propio vino, muy solicitado en fiestas y casamientos. Recordó una anécdota entrañable “Para llegar a la casa de mi papá, mis hijos tenían que pasar por debajo de la parra. Los racimos colgaban, eran una cosa hermosa, y ellos se tentaban. Pero sabían que estaba prohibido tocarlos”, contó. La razón no era mezquindad, sino sabiduría práctica: “Si se sacan uvas antes de tiempo, el aroma atrae a las abejas y avispas, que terminan comiéndolo todo. Ellos lo sabían y lo respetaban”. Sin embargo, como suele suceder entre abuelos y nietos, su padre –el abuelo de sus hijos– solía consentir a las niñas con cuidado y les regalaba racimos. Esta faceta fue recordada con ternura, mientras los hermanos intercambiaban miradas cómplices y destacaban el valor de la educación y del trabajo que les fue transmitido. “Esa enseñanza nos sirvió para mostrar a nuestros hijos cómo se gana el dinero: honestamente, laburando. Podemos decir con orgullo que somos una familia con principios”, coincidieron los hijos durante la charla con El Territorio. De la chacra a la ciudad En el 2000, ya con edad avanzada y con sus hijos formando sus propias familias, Nico y Blanca decidieron mudarse a San Pedro, la Capital de la Araucaria. Pero ni siquiera entonces pensó en descansar. Ya con más de 70 años, caminaba casi todos los días 16 kilómetros hasta la chacra de uno de sus hijos, ubicada sobre la ruta nacional 14, cerca de Palmera Boca, para plantar yerba mate. Recordó con humor que muchas veces los sorprendía la lluvia en medio del rozado: “Cuando queríamos refugiarnos ya estábamos todos mojados. Entonces, en lugar de volver a casa, seguíamos trabajando. Total, ya estábamos mojados”, dijo entre risas. Aunque hoy su salud lo obliga a una vida más tranquila, conserva su lucidez. Disfruta de salir al patio, tomar sol y compartir anécdotas con sus cuidadoras o quienes lo visitan. No puede faltar la carne bien condimentada ni su vaso de vino. Al preguntarle cuál es el secreto para llegar a los 100 años, respondió luego de un profundo silencio: “Eso sólo Dios lo sabe”. Un héroe para su familia “Cien años no son nada para esta vida”, dijeron quienes lo homenajearon en esa fecha tan especial. Fue un festejo cargado de experiencias, cultura, sabiduría y amor por la patria. Desde niño, Nico sentía orgullo por las fechas patrias y aún recuerda poesías y payadas que recitaba en la escuela. También rememora con cariño aquellos versos que usaba para cortejar a Blanca. Para su familia, los 100 años de Nico fueron un motivo para celebrar la unión. El mejor traje fue el abrazo, y el regalo más preciado, el amor de sus nietos, quienes lo adoran. Sin contener la emoción, sus hijos expresaron lo que significa tenerlo con vida: “Nos llena de alegría, de orgullo. Es nuestro héroe. Siempre estuvo firme y, cuando tuvo que aconsejarnos, lo hizo de la mejor manera. Sus nietos lo admiran profundamente”.
Ver noticia original