09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:41
09/09/2025 12:40
09/09/2025 12:40
09/09/2025 12:40
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/09/2025 06:45
El modelo chino de autoritarismo político y capitalismo de Estado emerge con incidencia global. (Foto: Razón Pública) China se ha presentado en sociedad como líder del Este Global al conmemorar el fin de la Segunda Guerra Mundial junto a Vladimir Putin de Rusia y Kim Jong Un de Corea del Norte. La simbología, similar a los desfiles militares de la época soviética, muestra a China dejando atrás definitivamente el perfil discreto, pragmático y de país emergente enfocado en desarrollos internos conforme al consejo de Deng Xiaoping de “ocultar capacidades y esperar el momento”. Con Xi Jinping en el poder (2012), China parece haber llegado a la instancia superadora anunciada por Deng en 1978. No se trataría de una renovación táctica sino de una transformación estratégica promovida por el régimen chino. Xi Jinping ha enfatizado que el ascenso de China “es imparable” desafiando el papel predominante que ha desempeñado Estados Unidos desde 1945. En este escenario, la competencia entre ambas superpotencias deja de ser un pronóstico para convertirse en eje central de la política internacional que no solo definirá el equilibrio de poder en Asia, sino también el rumbo del orden global de las próximas décadas. La pregunta no es si la competencia entre ellos se intensificará, sino cómo lo harán y qué consecuencias traerá para la estabilidad mundial. Por lo pronto, la nueva etapa parece romper la tradición china de mínima expansión militar al ampliar geométricamente el arsenal nuclear, expandir capacidades navales en el Indo-Pacífico, fortalecer sectores tecnológicos estratégicos, entre otros, en el control de las telecomunicaciones y en la infraestructura digital a nivel mundial. Asimismo, la fuerte inversión militar le garantiza una posición de privilegio para proteger intereses económicos y proyectarse globalmente como alternativa a un supuesto orden mundial post occidental. En ese marco China dejaría de ser receptora del orden internacional para intentar ser arquitecta de un sistema con reglas distintas como la no injerencia en asuntos internos y proponiendo, entre otras cuestiones, enfoques diferentes en finanzas, inversiones, comercio y derechos digitales. Un ejemplo ilustrativo es la agenda del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) que busca desafiar al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional o el yuan digital (DCEP), emitido por el Banco Popular de China (BPC), que intentaría reducir la dependencia del dólar estadounidense en las transacciones internacionales. Si bien las cuestiones de seguridad, tecnológicas y económicas sobrepasan diferencias ideológicas entre Washington y Beijing, la competencia empieza a mostrar una dialéctica narrativa en desarrollo. Las características del régimen chino, que combina autoritarismo político con capitalismo de Estado, se va mostrando como variante al modelo liberal democrático y de economía de mercado promovido por Occidente. La comparación de ambos sistemas políticos y económicos probablemente generará debates en el Sur Global en términos de crecimiento y control social que China ha sabido gestionar, aunque no sin controversia. La polarización entre Washington y Beijing crea condiciones de mayor fragmentación internacional y estimula la diplomacia de bloques para contrarrestar rivalidades geopolíticas. En principio ese enfoque parece favorecer a China por la expansión e influencia en el Este y Sur Global (con la iniciativa BRI, Franja y Ruta, o la Organización para la Cooperación de Shanghái, OCS) aunque Estados Unidos aún conserva ventajas en las alianzas tradicionales (G7 y la actual arquitectura financiera global) y en el poder duro, por ejemplo, la OTAN, AUKUS o el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) entre otros mecanismos de seguridad colectiva. La competencia entre las superpotencias ha dejado de ser una disputa entre dos países para convertirse en el pulso por el futuro del orden global. ¿Entre las dudas que genera se plantea si predominará un mundo liderado por democracias liberales o se impondrá un horizonte más autoritario enfocado en desarrollos económicos? La respuesta aún está en juego, pero lo más probable es que estas circunstancias definirán la sociedad del siglo XXI.
Ver noticia original