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  • El mesianismo y las tribulaciones del genocida Acdel Vilas: de su diario prohibido a una novela reveladora sobre su vida

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 09/09/2025 04:33

    Adel Vilas y Domingo Bussi “Vilas, usted no me ha dejado nada por hacer”, le dijo Antonio Domingo Bussi a Adel Edgardo Vilas y el destinatario de la frase se debatió entre el orgullo y la frustración. El encuentro se produjo el 18 de julio de 1975, en Tucumán, cuando Vilas debió entregarle a Bussi el mando de la V Brigada de Infantería y también el del “Operativo Independencia”, a cuyo cargo había estado desde el comienzo, diez meses antes. El orgullo se debía al reconocimiento – algo que por su personalidad siempre buscaba – a la misión cumplida; la frustración, a la certeza de que lo desplazaban por razones que no eran exclusivamente castrenses y que, al sacarlo del medio, le impedían terminar su trabajo, que iba mucho más allá de haber derrotado a la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que había abierto un foco en el monte tucumano. Aunque el comandante en jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, aseguraba que el reloj del golpe de Estado contra el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón estaba detenido, a Vilas no se le escapaba que, por el contrario, sus agujas avanzaban a paso galopante y ya no se detendrían. Lo dejó escrito, no sin enojo, en su diario: “Mi actuación en Tucumán no había sido del agrado ni del comandante en jefe, teniente general Jorge Rafael Videla, ni del comandante del III Cuerpo de Ejército, general de brigada Luciano Benjamín Menéndez. Las causas no las conozco, aun cuando las intuyo. Hice entonces todos los intentos que fue posible para quedar al frente de la V brigada, pues sabía que la interrupción del desgobierno justicialista era cuestión de días o a lo sumo de un par de meses y que casi con seguridad -como luego ocurrió- el comandante de la brigada también sería nombrado gobernador de la provincia. De esa manera, ya fogueado en el terreno, creí que podría aportar mi experiencia para completar la acción que solo había podido ser efectiva en el terreno militar, en razón de las facultades que se otorgaban como comandante de zona de operaciones. Faltaba ganar la batalla político-ideológica, la cual presuponía, como condición sine qua non, el monopolio del poder, es decir, la gobernación. Sin embargo, nada conseguí”. Las causas que el general desplazado intuía eran muchas y ciertas: su filiación peronista, su desprecio profesional por los altos mandos, la aplicación de métodos de represión ilegal a cielo abierto –en lugar de hacerlo en las sombras– y su mesianismo, que lo volvía un engranaje poco confiable en una máquina que debía funcionar sin desperfectos. Vilas quiso publicar su diario sobre el “Operativo Independencia” un año y medio más tarde, cuando ya había pasado a retiro, pero el Ejército se lo prohibió por razones de peso para la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976: el relato de su actuación en el “teatro de operaciones” era una confesión lisa y llana, con lujo de detalles, de crímenes de lesa humanidad. Lo escribió cuando estaba en su siguiente y último destino, en Bahía Blanca, como segundo comandante y jefe de Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército. Allí sí pudo, como no había alcanzado a hacer por completo en Tucumán, desarrollar una ofensiva generalizada contra “la subversión”, un enemigo que, además de las organizaciones armadas, incluía a políticos, intelectuales, universitarios, gremialistas y otros actores sociales a los que acusaba de ser el motor ideológico de la conspiración del marxismo internacional que amenazaba a la Argentina. Paradójicamente, Vilas escribió muy poco sobre su accionar en Bahía Blanca, mucho menos que lo que dejó en su diario sobre Tucumán. Medio siglo después de aquellos hechos, la aparición de la novela Goya -publicada por Pixel- del abogado y escritor bahiense Pablo Fermento viene de alguna manera a llenar ese hueco incursionando en las obsesiones ideológicas y personales de Vilas durante su paso por el sur. Leídos en espejo, como hizo este cronista, el diario y la novela terminan de delinear la siniestra figura de un genocida de características singulares. Un grupo de guerrilleros del ERP en plena selva tucumana El “Operativo Independencia” El miércoles 5 de febrero de 1975, la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón estampó su firma en el decreto 261/75, que ordenaba a las Fuerzas Armadas realizar acciones para “neutralizar y/o aniquilar” el accionar de lo que se definía como “elementos subversivos” en la provincia de Tucumán. Se inició así el llamado “Operativo Independencia” –al mando de Adel Vilas y luego de Bussi– que en la práctica fue la aplicación de la metodología de “guerra contrarrevolucionaria” de la Escuela Francesa, que poco tenía que ver con enfrentar en combate a las exiguas fuerzas guerrilleras del ERP que había por entonces en el monte tucumano. Por el contrario, fue un plan sistemático de represión ilegal cuyo “blanco” fue toda la población de la provincia”. Sus métodos fueron el secuestro, la tortura, la internación de campos de concentración y el asesinato de las víctimas, cuyos cuerpos desaparecían o se mostraban como de guerrilleros caídos en falsos enfrentamientos. Así, la provincia considerada “el jardín de la república” se convirtió en el laboratorio del terrorismo de Estado desde mucho antes de la instauración del Estado Terrorista con el golpe del 24 de marzo de 1976. El despliegue de fuerzas represivas en el territorio provincial fue inmenso: se calcula que hubo momentos en que unos 6.000 efectivos del Ejército, la Fuerza Aérea, Gendarmería y las policías Federal y provincial operaron al mismo tiempo. Sin embargo, los combates contra las fuerzas guerrilleras fueron escasos, mientras que la represión se centró en los centros poblados para cortar las líneas de abastecimiento de la guerrilla. “La estrategia de Vilas (Adel, primer jefe del operativo) no fue buscar a los guerrilleros en el monte, sino que la presión se concentró sobre los pobladores que vivían en los alrededores. Mataron a muchos que colaboraban con la guerrilla, sobre todo entre las localidades de Lules y Famaillá”, explica Lucía Nair Perl en su trabajo “Al abrigo del poder: del ‘Operativo Independencia’ al golpe de Estado en la voz editorial de La Gaceta de Tucumán, 1975-1976”. Precisamente en Famaillá, Vilas instaló su Comando Táctico y también el primer centro clandestino de detención y tortura de los 57 que fueron montados durante el operativo, la famosa “Escuelita de Famaillá”. Por allí, según relató el propio jefe militar en su Diario, entre febrero y diciembre de 1975 estuvieron detenidas clandestinamente 1507 personas. Porque, así como rehuía los combates en el monte, Vilas también esquivaba a la justicia. “Es más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, que condenar en sede judicial a un subversivo”, solía pontificar frente a sus colaboradores. Su solución era torturarlos y asesinarlos. María Estela Martínez de Perón junto a Adel Vilas y una formación del Ejército en Tucumán Diario de un genocida Dios lo quiso, titula, escribe, repite e insiste Adel Vilas en su diario cuando se refiere al motivo de su nombramiento como jefe del “Operativo Independencia”. “El desafío estaba allí, esperando que alguien lo tomara. Dios quiso que fuera yo quien tuviera la responsabilidad de llevar a las armas argentinas al triunfo... o al fracaso”, dice casi al principio del texto. Su misión es mesiánicamente a todo o nada. Se cree, de alguna manera, un hombre llamado a salvar su patria y que, para lograrlo, deberá enfrentar tanto a los enemigos como a los tibios de su propio campo. “Merced a distintas circunstancias, entre las que debe mencionarse (…) la apostasía de muchos jefes, el Ejército, la Armada y la Aeronáutica permitieron, impávidos, la toma del poder por parte de la subversión” es, para él, el cuadro de situación. Se queja de que el decreto lo limite en su accionar y no duda en desobedecerlo: “Mi intención, de allí en más, fue la de suplantar, aún utilizando métodos que me estuvieron vedados, la autoridad política de la provincia de Tucumán (…) Si bien mi tarea no era reemplazar a las autoridades, pronto me di cuenta que, de atenerme al reglamento manteniéndome en el mismo plano que el gobernador, el operativo concluiría en un desastre (…) Limitarme a la resolución de los problemas estrictamente castrenses, sin aspirar, siquiera en forma indirecta, a resolver materias críticas que no se hallasen estrechamente vinculadas a la esfera militar, hubiese constituido un sinsentido, ya que, a los efectos de establecer y asegurar la continuidad y permanencia en los planos ejecutivos del ‘Operativo Independencia’, se hacía imprescindible invadir campos de acción reservados al gobierno provincial e incluso, el nacional”, escribe. Otro obstáculo que encuentra es el que le plantea el Poder Judicial: “Los guerrilleros, ni bien eran entregados a la justicia hacían valer las garantías que ésta les ofrecía”, describe. Como solución, resuelve crear un centro clandestino de detención y tortura, el primero de la Argentina: “La Escuelita”, en Famaillá. “Hubo que olvidar por un instante -un instante que se prolongó diez meses- las enseñanzas del Colegio Militar y las leyes de la guerra donde el honor y la ética son partes esenciales, aunque muchos no lo crean así, consustanciarse con este nuevo tipo de lucha para extraer saldos positivos. Si por respeto a las normas clásicas nos hubiésemos abstenido de emplear métodos no convencionales, la tarea de inteligencia -y ésta era una guerra de inteligencia- se habría tornado imposible de llevar adelante (…) Es menester desmontar uno de los principales mitos del enemigo, referente a su capacidad de resistencia para soportar el castigo físico y psicológico. Tarde o temprano su capacidad se agota, los guerrilleros terminan ‘quebrándose’, como se dice en el lenguaje operativo”, explica en una brutal admisión de la aplicación de torturas. Pablo Formento escribió una novela sobre la vida de Adel Vilas en Bahía Blanca También admite y detalla cómo los grupos de tareas secuestraban. “Si el procedimiento de detención se había realizado vistiendo uniformes del Ejército, entonces no había más remedio que entregarlo a la justicia para que a las pocas horas saliese en libertad; pero si la operación se realizaba con oficiales vestidos de civil y en coches ‘operativos’, como lo ordené ni bien me di cuenta de lo que era la “justicia” y la partidocracia, la cosa cambiaba”. Sus blancos, señala, no era solo guerrilleros sino “médicos, abogados, odontólogos, escribanos, profesores universitarios, enfermeros, arquitectos, ingenieros y guardia cárceles”. Lograda la victoria militar contra la guerrilla, Vilas entiende que su tarea no está completa y que su reemplazo por Bussi le impide terminarla. Casi al final del Diario lo explica así: “Si el combate subversivo se limitara al esquema que criticamos (el meramente militar), restarían intangibles: el aparato económico, intelectual, institucional y editorial vinculados a la guerrilla, además de los múltiples aparatos infiltrados en organizaciones e instituciones, en sí mismas inmaculadas, lo que, unido a la perduración de un régimen político y socioeconómico insatisfactorio, proporcionan la posibilidad, siempre abierta, de recomponer el esfuerzo tendiente a la destrucción del Estado”. Ese combate es el que Vilas está dispuesto a dar en su nuevo destino, Bahía Blanca. Una novela reveladora Pablo Fermento es abogado, docente de la Universidad del Sur e integrante de la Fiscalía Federal de Derechos Humanos de Bahía Blanca y, como tal, ha intervenido como auxiliar fiscal en los procesos de investigación y juzgamiento de crímenes de lesa humanidad. Acaba de publicar “Goya” - título que alude al lugar de nacimiento de Adel Vilas -, una novela que reconstruye de manera ficcional su paso por Bahía Blanca como segundo comandante y jefe de Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército. “La historia de Vilas la conozco por mi trabajo en la fiscalía. Su figura fue la que más me llamó la atención porque al estudiar la estructura represiva de Bahía Blanca encontré que era una persona totalmente convencida con un alto grado de fanatismo y ganas de trasmitir la manera en que pensaba que debían hacerse las cosas. Desde esta posición narcisista, mesiánica, quiere convertir a Bahía Blanca en un punto estratégico de combate. Es personaje con épicas de fundación y refundación de la nación, y también de la ciudad”, le dice Fermento a Infobae. Reproduciendo su esquema tucumano, una de las primeras acciones de Vilas en su destino del sur bonaerense es montar un campo clandestino de detención y torturas al que llama también “La Escuelita” en terrenos del Batallón de Comunicaciones de Comando 181 de Bahía Blanca. “El mejor enemigo es el enemigo muerto. Error. Táctico. Para la muerte hay tiempo, hay que saber esperar. La victoria está en la vida (…) Que venga y suplique por ese favor. Que suplique con nombres, teléfonos, direcciones, planos, diagramas y sugerencias. Vamos a ver si se la gana”, le hace decir Fermento en un pasaje de la novela, una afirmación que puede reconstruir a partir de declaraciones de soldados. "Goya", el libro sobre Adel Vilas del autor Pablo Formento Si bien el autor delinea la psicología de su personaje, evita cuidadosamente caer en el lugar común de una excepcionalidad que explique sus crímenes. Es un tipo común –aunque fanatizado y a la vez frustrado-, una pieza más del plan sistemático de represión ilegal de la dictadura. También muestra con acciones y palabras el caldo ideológico en que se mueve y lo motiva, el del combate total contra “la subversión”, no solo con las armas sino en todos los ámbitos: la universidad, la cultura, la sociedad entera. En esa estrategia, Vilas coincide y encuentra un aliado en el diario local La Nueva Provincia, que elogia su accionar. Vilas no se detiene ante el ‘qué dirán’. Conoce la naturaleza de esta guerra y conoce la ‘inteligentzia’ en todo su cómodo snobismo, la sabe dispuesta a negar, en la primera de cambios, la evidencia con tal de salvar la cara y no comprometerse. El general Vilas no se ha arredado (sic) ante los peligros que supone hablar claro y denunciar tanto personaje estólido e inflado, cómplice del marxismo, lo sea por omisión, arribismo, cobardía o estupidez, todo aquel que haya cohonestado la táctica subversiva es culpable… y merece ser condenado. A esta altura existe solo una dialéctica: la del amigo-enemigo. Y al enemigo, el vencedor de Tucumán, lo comprende mejor que nadie, debe tratárselo como tal. ¿O es que todavía vamos a creer que, mientras se conspira para destruir a la Patria, los delincuentes subversivos merecen acogerse al Tratado de Ginebra? Créanlo los cobardes, los cómplices… No lo cree así, afortunadamente, quién venció en Tucumán y hoy se empeña en limpiar a Bahía Blanca de elementos subversivos”, lo exalta en un editorial del 12 de agosto de 1976. A lo largo de más de doscientas páginas de lectura amena y a la vez inquietante, en Goya Fermento muestra a ese Vilas de Bahía Blanca que nuevamente se verá frustrado en su proyecto fundamentalista y frustrado por la falta de reconocimiento de sus superiores, que lo pasan a retiro, sin pena ni gloria, en diciembre de 1976. Es la historia de un genocida que comprueba, por segunda vez, que sus crímenes no pagan, y no solo por su desplazamiento del mando de tropa sino también porque deberá enfrentar a la justicia con la recuperación de la democracia. Adel Vilas murió en Buenos Aires el 23 de julio de 2010, a los 85 años, cuando sus abogados defensores alegaban que estaba demente y, por lo tanto, incapacitado para ser sometido a juicio por sus delitos de lesa humanidad.

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