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» Diario Cordoba
Fecha: 08/09/2025 19:37
En los cristales de las ventanas de los colegios Alcalde Jiménez Ruiz y Maristas se reflejaba este lunes el trajín de los alrededores, el movimiento de padres y abuelos que aprovechaban el menor coste de las atracciones para dar a sus vástagos el último gran día de disfrute del verano con motivo la jornada grande (y última) de la Velá de la Fuensanta en Córdoba. Después, a partir del miércoles, esos mismos menores pasarán (como en el cuento de Alicia) al otro lado del cristal y vivirán un mundo completamente distinto. Pero mientras eso ocurre, intentaban aprovechar al máximo esta jornada festiva. Entre los árboles que flanquean la avenida, los mayores esperan pacientes a que los niños dejen de saltar en las colchonetas (que son las atracciones más solicitadas) hablando de los precios del material escolar o del lugar donde han tomado el bronceado que lucen en esta postrera celebración estival. Después de bajarse de los "cacharritos", un niño hace probar a su abuelo el algodón de azúcar que lleva porque «le han echado de tres sabores», pero el abuelo disimula un poco y encamina sus pasos hacia la Plaza del Pocito, donde el menú es mucho más interesante para él. Misa y ‘salmorejá’ para el último día de la Velá de la Fuensanta / A. J. González El salmorejo Después de las sardinas, los huevos y el chorizo de los días precedentes, este lunes los hermanos de la Prohermandad de la Bondad se afanaban en repartir las más de 800 raciones de salmorejo que habían preparado para el disfrute de los visitantes. La media de espera en la cola era de entre 15 y 20 minutos, según contaban algunos de los comensales, al tiempo que tomaban su plato, su cuchara y su trozo de pan «pa rebañar mejor», aclara un hombre colocando su plato en la mesa, ocupada desde bien temprano para no perder la sombra. No ha faltado alguna queja «mire, usted –indica una señora al periodista- no puede ser que una persona como yo que no puedo andar tenga que esperar tanto rato en la cola». Aun así lo ha hecho y ha recibido su recompensa. 'Salmorejá' en el último día de la Velá / A. J. González A pocos metros del mostrador (en el que también se vendían otro tipo de comidas y bebidas) los magos del grupo Narimagic, con sus llamativas chisteras brillantes, intentaban confundir a una niña que no era capaz de dar con el pañuelo que por arte de birlibirloque habían hecho desaparecer y no aparecía ni pronunciando sus palabras mágicas “jamalají, jamalajá”. El aplauso del más entregado de los públicos, el infantil, tras la actuación sirvió de claqueta para que la charanga del Capitán Topacio que andaba refugiada en los soportales de la plaza, frente a la iglesia, pusiera en marcha de recorrido musical a modo de pasacalles de cierre de la fiesta. El calor tampoco ayudaba mucho para mantenerse en ella. Sin embargo, la tradición y la devoción, en proporciones equilibradas, permite que cada año el día 8 de septiembre la Plaza del Pocito se convierta en el punto más animado de la ciudad, porque la devoción por la Virgen traspasa los confines del barrio al que da nombre. Cordobeses en la plaza del Santuario de la Fuensanta / A. J. González Tras la misa oficiada por el obispo, todavía se les notaba la cara de emoción a los integrantes del coro Arte de Nuestra Tierra, que es del barrio, tras cantarle a su imagen. Elena y Pilar, dos de las integrantes, ataviadas con su traje de faralaes azul, explican a este periódico que “después de habernos criado en este barrio y que nuestros padres nos trajeran de la mano a ver a la virgen, poder cantarle es para nosotras lo más”. Durante la misa y después de ella la cola, bajo un sol de justicia, para entrar a manifestarle devoción, besarla, rogarle o darle las gracias era considerable. En ella, un bebé intenta arrebatarle el abanico con el que su tía le hace aire para hacerle más placentera la espera. Luego, en el interior, el frescor del templo, el recogimiento y el respeto ante la patrona de Córdoba era total y ofrecía un remanso de paz y esperanza de cara para el otoño que se asoma ya por detrás de las tapias de los colegios a donde llegarán dentro de unas horas esos niños que hoy veían reflejados sus rostros de felicidad en sus cristales. Eso será en unas horas poco después de que los magos de la plaza del Pocito dieran por terminada su función con sus palabras mágicas: «Jamalají, jamalajá».
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