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» Diario Cordoba
Fecha: 08/09/2025 01:55
La sala de espera permanecía a oscuras incluso con la luz encendida. Allí coincidimos con tres señoras grandes y gordas, con vestidos largos, ligeros y anchos que no constreñían sus dimensiones, al estilo góspel. Suspiraban, se abanicaban con las manos, penaban con la mirada; su despliegue gestual para representar el drama era tremendo, tanto que resultaba obvio que no estaban sufriendo, sino gozándoselo, aprovechando la ocasión. Llegaban familiares y ellas los ponían en contexto, no se les escapaba ninguno. La situación estaba diseñada a su medida: no era tan grave lo acontecido y la familiar no era directa; el tercer grado de consanguinidad las mantenía suficientemente alejadas del dolor real y, al mismo tiempo, las acercaba lo justo como para que la ficción no resultase inverosímil. Conscientes de la oportunidad que tenían a su alcance, con la certeza de que aquello iba a proporcionarles horas de charla durante meses, se emplearon a fondo para exprimir el momento. Todos las escuchaban, todos asentían ante sus palabras, y ellas, lógicamente, lo disfrutaban: por fin, estaban haciendo algo importante. Mucha gente se empeña en encontrarle sentido a su vida, pero esto no es fácil, por eso termina recurriendo al drama, que, aunque no siempre satisface su deseo, al menos aporta un halo de solemnidad difícil de afear en público. El espectáculo está garantizado. En España ya no se contratan plañideras para que ensalcen la figura del difunto o conduzcan el rito funerario hacia la catarsis. Aun así, la figura ya existía allá por la Edad Antigua, y todavía hay países en los que subsiste; podría decirse, por tanto, que su existencia responde a la esencia misma del ser humano. Por eso es comprensible que, aunque la costumbre haya desaparecido, algunas todavía lleven la vocación por dentro. En mi caso, prefiero otras costumbres para lidiar con el drama, como la de «la cabezá», que no lo incrementa, sino que lo aligera. En pueblos como Montilla, pueden verse a los familiares de un difunto recibiendo en la entrada de la iglesia a los asistentes a la misa funeraria, y estos tan solo se detienen un momento frente a ellos, dan una cabezada y siguen su camino. Es un sistema de pésame elegante y, además, cunde muchísimo: si impera la puntualidad, pueden llegar a contabilizarse hasta veinte o treinta cabezadas por minuto, de tal manera que el rito resulta mucho más estético y llevadero. Lástima que sea un estilo en decadencia. Ya se ven plañideras diletantes hasta en las redes sociales. Son miles los aficionados a grabarse llorando. *Escritor
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