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  • De Tato Bores al Gordo Dan: la invasión de los bárbaros

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 07/09/2025 07:16

    No me dejen solo”, pedía Bernardo Neustadt en su programa Tiempo Nuevo. “Vermouth con papas fritas y good show,” cerraba sus monólogos Tato Bores. “Estoy desesperanzado”, coronaba sus reflexiones Hugo Guerrero Marthineitz. “Le acabó adentro a una mujer que no era su esposa y tuvo una hija a la que ahora usa para hacer política”, publica el Gordo Dan en su cuenta de X para facturarle al senador cordobés Luis Juez su voto contra el veto a la Ley de Discapacidad. Entre los célebres comunicadores de altri tempi con los que comenzó el párrafo introductorio, y el farabute catalogado referente de las “Fuerzas del Cielo” con el que cierra, hay 40 años de diferencia en la línea temporal, pero años luz de distancia en la escala moral de una sociedad que eligió la ramplonería barata de un lenguaje otrora soterrado, vertido en los subsuelos urbanos, hasta que alguien decidió conectar los ductos cloacales con las canillas domiciliarias para que todos bebamos del mismo tóxico. Hoy tenemos un presidente que habla de niños envaselinados prontos a ser sodomizados como si se tratara de una metáfora estándar, cuando en realidad la frase grafica una escena del porno ilegal que circula por la deep web para saciar el apetito de una casta de depravados ocultos. Los códigos de comunicación aplicados por Javier Milei liberan tales contenidos, los desencriptan y despenalizan fácticamente al interconectar las cañerías de lo fétido con las redes hogareñas que llegan a la mesa familiar, a los dormitorios de los adolescentes y a la cabeza de los jóvenes que salieron a votarlo tan solo porque su physique du rol trasunta apariencia rockstar. ¿Quién hará algo para prevenir que los pibes naturalicen los modos del Gordo Dan y sus homólogos? Porque es un hecho que más de uno habrá tomado nota del ataque a Juez para reproducirlo en su propia tribu, contra alguna pobre víctima inerme. ¿Cómo impedir que la violencia verbal escale a niveles inimaginados para reprocharle a un legislador por el solo hecho de haber votado conforme su conciencia? ¿Es que nadie puede hacer nada? Parciera que no. Ni el Estado, que se ha retirado de su rol arbitral; ni los pocos padres que todavía logran vencer a las pantallas para dialogar con sus hijos. La barbarie verborreica de Gordo Dan se filtra por entre los diques defensivos del afecto familiar al haber sido legitimada por el jefe del Poder Ejecutivo Nacional. Desde la cabeza descienden los peores ejemplos para instalar un nuevo estilo de vida en el que las mayorías pierden el respeto hasta por una niña discapacitada que, a la sazón, tiene un padre político. El tuitero presidencial la define como el resultado del desamor, con el mismo prejuicio que en el medioevo estigmatizaba a los minusválidos cual abominaciones diabólicas. Las palabras elegidas por la estrella del stream “Carajo” para describir el acto de la concepción humana, dignas de un monstruo sádico, logran adeptos que se multiplican de a millares. Todos retuitean, todos reproducen la denigración, que es tendencia. Y todos se regodean en el festín séptico de las redes sociales, donde los frenos inhibitorios se paralizan para que los cobardes se envalentonen a la distancia, teclado mediante. En cierto momento de la explosión del streaming, los youtubers e influencers, sin que nos diéramos cuenta, o incluso dándonos cuenta pero sin que pudiéramos tomar medidas eficaces para evitar la invasión, los bárbaros culturales del siglo XXI avanzaron sobre los instrumentos de comunicación y de entretenimiento para convertirlos en vehículos de conquista. Y nos conquistaron al punto de convertirnos en parte de un mismo conglomerado social en el que las convenciones del bien hablar, el buen decir, la caballerosidad y el debate aderezado por los saberes humanísticos terminaron cediendo frente al insulto cursi, escatológico, innecesariamente siniestro. El escritor italiano Alessandro Baricco publicó en 2006, hace casi 20 años, que el desembarco de las formas procaces en el infinito mar de internet era comparable con las invasiones bárbaras que en el siglo V comenzaron a horadar el Imperio Romano. Los hunos llegaron de Oriente y los godos descendieron de Escandinavia para, a fuerza de saqueos y vejaciones, darle el tiro de gracia a la civilización románica que nos había legado la sistematización del derecho. Comenzaba la era oscura de un mundo sin organización política, en la que un puñado de terratenientes fundaron sus feudos para someter a los desposeídos. Se pregunta Baricco en su libro si la nueva especie de los nativos digitales, a los que imagina saliendo de las profundidades de los océanos con branquias que les permiten vivir donde las generaciones anteriores morirán asfixiadas, es el resultado de una evolución o, por el contrario, una regresión. Y se responde a sí mismo valiéndose de la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven, obra maestra de la música que al día de hoy representa el esfuerzo de escuchar lo genial frente a la comodidad de oír lo banal. En tiempos de Beethoven la sociedad logró concatenar con la sublime creación del gran compositor alemán a pesar del escepticismo de los críticos, que vieron su obra como un nutriente de las clases sociales menos hábiles para la complejidad de las ciencias y las artes. Por lo tanto, la Novena Sinfonía vino a ser un instrumento de ilustración que entrenó los oídos del vulgo para que lograra apreciar lo elevado. Como Ástor Piazzolla con el tango. Como el recientemente fallecido Raúl Barboza con el chamamé. Lamenta Baricco que en la actualidad digital no ocurra lo mismo. Advierte sobre el peligro de la inmediatez con que se accede a las enunciaciones más breves y planas, así como el riesgo de la velocidad con que las masas dan por verídicas las versiones ímprobas de una realidad reinterpretada por hermeneutas de la ignorancia. El autor de “Los Bárbaros” (así titulado el libro que describe la mutación humana disparada por la revolución virtual), remarca que al ser inventados los CD musicales, el tamaño de tal soporte fue decidido con la cantidad de bytes suficientes para entre la Novena de Beethoven, completa. Lejos, muy lejos de aquella excelencia, el Gordo Dan es un exponente fiel de la mutación, un pescado emergido de las profundidades cloacales para contaminar los abrevaderos formativos de una sociedad dominada por lo efímero, sin apego por los textos extensos, sin apetito cultural. Un pueblo expuesto a la toxicidad de una horda que toma las armas comunicacionales para sembrar con opiáceos inmateriales la psiquis colectiva hasta conseguir que se tolere un plan económico que propone eliminar el déficit fiscal mediante recortes a las jubilaciones y eliminación de tratamientos de rehabilitación para discapacitados. Los bárbaros han llegado, como en el siglo V, para desplazar las ideas de la solidaridad social. Demonizan el acto humano de dar la mano al vulnerable. Premian a los supermillonarios que radican sus empresas en Bahamas para no tributar. Convalidan la concentración de riqueza mientras convencen a los trabajadores privados de que los culpables de sus desdichas son los empleados públicos. Y viceversa. Y después se sientan a comer pororó mientras los pobres policías gasean a los pobres laburantes que van al Congreso a implorar unas gotas de equidad. Para terminar, les dejo una frase reveladora de lo inevitable. Así lo dice el propio Alessandro Baricco en su libro: “Los bárbaros están llegando. Veo mentes refinadas escrutar la llegada de la invasión con los ojos clavados en el horizonte de la televisión. Profesores competentes, desde sus cátedras, miden en los silencios de sus alumnos las ruinas que ha dejado a su paso una horda a la que, de hecho, nadie ha logrado, sin embargo, ver. Y alrededor de lo que se escribe o se imagina aletea la mirada perdida de exégetas que, apesadumbrados, hablan de una tierra saqueada por depredadores sin cultura y sin historia. Los bárbaros, aquí están”.

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