07/09/2025 22:24
07/09/2025 22:23
07/09/2025 22:23
07/09/2025 22:23
07/09/2025 22:23
07/09/2025 22:22
07/09/2025 22:22
07/09/2025 22:22
07/09/2025 22:22
07/09/2025 22:21
» Misionesopina
Fecha: 06/09/2025 20:20
Por Mónica Andrea Gómez* La sexualidad no ocurre en un vacío: está atravesada por la cultura, la economía y las transformaciones sociales. En Misiones, donde la crisis golpea de manera directa los hábitos de consumo y la vida cotidiana, también impacta en la intimidad. Menos tiempo, más estrés y mayores presiones materiales repercuten en el deseo, pero no son los únicos condicionantes. A las dificultades económicas se suman viejos tabúes que persisten, la omnipresencia de la pornografía como modelo y la falta de espacios de educación sexual integral. El resultado es una sexualidad fragmentada: jóvenes que reproducen prácticas de riesgo, mujeres que cargan culpas al buscar su propio disfrute, varones que se automedican antes de pedir ayuda, y adultos mayores que oscilan entre el miedo y el redescubrimiento. La Licenciada Rocío Robirosa (M.P. 953), especialista en salud sexual y sexología en Posadas, analiza desde su consultorio esta trama de tensiones y silencios, y asegura que el gran desafío sigue siendo cultural: reconocerse como sujetos de placer y poder hablar de sexualidad sin vergüenza. Además del impacto del clima social que se vive, la especialista señala que otro factor central en la vida sexual de los misioneros es la relación con su propio placer. Sobre las mujeres, explica: “Todavía hay una idea muy fuerte de que el placer es tabú. No solo lo sexual, sino el placer en sí mismo. Muchas mujeres, por ejemplo, llegan a la consulta porque sienten culpa por buscar tiempo para ellas, incluso para conocerse en su intimidad. Esa falta de vínculo con la autosatisfacción se traduce en parejas donde el deseo queda relegado y en individuos que no reconocen su propio derecho al disfrute”. En el caso de los hombres, advierte: “Los varones normalmente vienen con un diagnóstico de Dr. Google, automedicados, frustrados y con una falta de dirección. No hacen los ejercicios de terapia y cuesta que reconozcan su malestar. Esto refleja una desconexión con su propio cuerpo y placer, y muchas veces dependen de la pornografía como modelo de sexualidad, sin reconocer la necesidad de cuidado y autosatisfacción”. La Licenciada en Salud Sexual y Sexología, Rocío Riborosa Incluso el consumo de juguetes sexuales está atravesado por prejuicios. Rocío señaló que en espacios grupales, como reuniones de amigas o despedidas de solteras, las risas y la complicidad generan un ambiente distendido para hablar de sexualidad. Sin embargo, al momento de comprar, “muchas prefieren hacerlo en secreto, casi a escondidas, porque persiste la vergüenza y el tabú de reconocerse como mujeres que buscan placer”. En paralelo, la especialista advierte sobre el impacto del alto consumo de pornografía, sobre todo en varones jóvenes: “La pornografía vende un imaginario donde el preservativo no existe, y esa imagen se replica en la práctica. Muchos adolescentes y adultos jóvenes consideran innecesario cuidarse, lo que deriva en relaciones de riesgo y en la normalización de conductas abusivas, como retirarse el preservativo sin consentimiento, algo que nuestra legislación ya reconoce como abuso sexual”. La sexualidad en la tercera edad, lejos de extinguirse, se resignifica. “Una persona deja de ser sexual el día que muere. En los adultos mayores, lo que cambia es el imaginario: algunos llegan con entusiasmo por descubrir nuevas formas de intimidad, y otros con miedo, creyendo que ya no les queda nada por explorar. En ambos casos, terminan aprendiendo que el sexo no se reduce a la penetración y que siempre se puede disfrutar de nuevas experiencias”, destacó la Licenciada. En cuanto al perfil de quienes asisten a terapia, la mayoría son mujeres. La especialista recibe en promedio 50 pacientes por semana, de los cuales alrededor de 35 son mujeres de entre 21 y 70 años. También atiende parejas y varones, aunque en estos últimos casos predominan quienes pertenecen a la comunidad LGBT+. “Cuesta mucho que el varón heterosexual reconozca un malestar sexual y llegue a la consulta. Generalmente lo hace cuando la situación ya se volvió insostenible”, comentó. La profesional concluye que mientras la presión económica afecta directamente el deseo y las dinámicas de pareja, lo que más condiciona la vida sexual de los misioneros es la falta de educación sexual integral, los prejuicios en torno al placer y un consumo de pornografía que refuerza prácticas riesgosas. “El desafío es cultural: poder hablar de deseo, autosatisfacción, cuidado y sexualidad en todas las edades sin que siga siendo un tema incómodo”, resumió. Para consultas Lic. Robirosa Rocío M.P. 953 Especialista en salud sexual y sexología @lic.robirosarocio *Periodista
Ver noticia original