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  • Comunidad Cenáculo: cómo salir del infierno de la droga

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 06/09/2025 07:42

    Comunidad Cenáculo Hay historias que empiezan con un “no hay salida” y terminan con una mesa servida, un trabajo sencillo y una oración compartida. La Comunidad Cenáculo nació así, como una respuesta concreta al grito de tantos jóvenes que buscaban sentido en las falsas luces del mundo. Fue el 16 de julio de 1983, en Saluzzo, Piemonte; una casa ruinosa cedida por el municipio se volvió hogar, y la intuición de una religiosa, Sor Elvira Petrozzi —la Madre Elvira—, empezó a multiplicarse en fraternidades por Italia, Europa y luego otros continentes. Hoy son setenta y una casas, entre ellas dos en la localidad de Pilar, una de varones y una de mujeres en Villa Rosa (que acogen a madres con hijos). Cenáculo no es un “dispositivo” ni un “programa”. Es, sobre todo, una escuela de vida y una gran familia. Un lugar donde “volver a casa” no es una metáfora: la persona acogida recupera su dignidad, cura heridas, reencuentra la paz y el deseo de amar. La Iglesia la reconoció como Asociación Privada Internacional de Fieles, confirmando que su fuerza no está en técnicas sofisticadas sino en el amor nacido de la Cruz: ese amor que da vida, libera y devuelve la vista. El día empieza temprano. Se tiende la cama, se cuida la higiene, se reza el Rosario en la capilla y se escucha la Palabra de Dios. Después cada uno asume tareas concretas: cocina, limpieza, huerta y taller que van rotando. Al mediodía el almuerzo es un momento de comunión; por la tarde se retoma el trabajo y, en medio de él, el segundo Rosario enseña a orar también con las manos ocupadas. Al anochecer, el tercer Rosario —a veces caminando—, la cena, un rato de juego y a dormir. Sencillo, ordenado, humano: “Así la vida va encontrando armonía y el corazón, paz”. Cada dos semanas hay una revisión de vida en pequeños grupos. No es terapia, es una pedagogía del corazón: mirarse con verdad, compartir luces y sombras, recibir el apoyo de los hermanos y asumir un desafío concreto para crecer. La comunidad educa de este modo, sin gritos y sin atajos, con la paciencia firme de quien sabe que la libertad no se impone, se aprende. Comunidad Cenáculo El ingreso se prepara. Antes hay encuentros para conocer el estilo, medir el deseo real de cambio e involucrar a la familia. Si alguien está con medicación, se coordina con profesionales un proceso de desintoxicación previo. Ya dentro, el camino no se apoya en fármacos ni en dispositivos psicológicos: es un proceso reeducativo y espiritual vivido en comunidad. Para quienes cargan heridas profundas, se sugiere un itinerario de al menos tres años. La libertad y la responsabilidad personal marcan el ritmo; nadie va más rápido ni más lento que su propia historia. No todos llegan desde la adicción. Muchos jóvenes piden un tiempo de experiencia para ordenar la vida y recuperar la alegría de vivir; otros descubren ahí su vocación y deciden consagrarse. Lo esencial es que vuelven a escuchar, sin ruido, lo que su corazón desea y a ejercitar —paso a paso— este arte exigente de amar y servir. De la vida compartida brotaron también misiones con chicos de la calle. Primero en Brasil, después en México y Perú, y hoy también en Liberia. Familias misioneras, jóvenes voluntarios, hermanas y hermanos consagrados ofrecen tiempo —o la vida entera— para acoger, educar y reeducar. La Providencia sostiene: dar, compartir y salir de su propia tierra se vuelve una alegría misionera concreta, con nombres y rostros. A Madre Elvira le gusta definirse como una familia de “pecadores públicos”. Es una expresión incómoda y luminosa a la vez, habla de personas que fallaron a la vista de todos y que, por pura Misericordia, hoy son ricas por dentro. En eso no esconden su pasado, lo cuentan sin adornos en escuelas, parroquias y plazas: relatan que pasaron “de la oscuridad a la luz”, cantan, bailan, dan testimonio. No para exhibirse, sino para recordar que la vida es un don que se acoge, se entrega; no se tira. Cuando uno mira de cerca entiende por qué conmueve esta propuesta. Porque no regala títulos, abre puertas: la hospitalidad y la amistad sincera vuelven a enseñar el “A B C” de los vínculos; el trabajo de cada día reconstruye la autoestima y el sentido de responsabilidad; la oración perseverante abre una ventana al infinito que el corazón necesita; la revisión humilde sostiene la fidelidad en el tiempo. Así, lo humano se ordena, lo espiritual renace y la comunidad recuerda que nadie se salva solo. Cenáculo se sostiene con gratitud y providencia, y se organiza en cada país a través de asociaciones civiles nacidas del mismo carisma, que funcionan como brazos operativos para el servicio concreto a los más necesitados. Detrás hay gente que cree, que se ensucia las manos, que confía en una economía del bien hecha de muchos gestos pequeños: del de todos los días. Quizás el secreto esté en algo simple: volver a empezar. Volver a servir un plato, a tender la cama, a pedir perdón, a rezar aunque cueste. Empezar otra vez cuando la noche todavía no se fue del todo. La libertad acá no es consigna: es aprendizaje. El perdón no es abstracción: es camino. La esperanza no es palabra vacía: es ejercicio diario, a veces cansado, siempre fecundo. Y cuando la fe se hace comunidad, las historias resucitan. Si conocés a alguien que necesita ese primer paso, casi siempre empieza con algo pequeño: sentarse a la mesa, aceptar la tarea sencilla, animarse a un Rosario bien rezado, dejarse abrazar sin preguntas. A veces —muchas veces— esa escena tan común es el comienzo de una vida nueva. Si querés interiorizarte más sobre ellos, puedes ingresar aquí O seguirlos en sus redes.

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