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  • Salir del debate agrietante, dialogando en búsqueda de la verdad

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 02/09/2025 08:44

    En tiempos de profunda polarización social y política, resulta urgente reflexionar sobre nuestras formas de comunicación. La diferencia entre diálogo y debate no es meramente semántica; representa dos caminos divergentes que pueden llevarnos a la construcción o a la fragmentación de nuestra comunidad nacional. La raíz de dos paradigmas comunicacionales El diálogo, del griego dia-logos (“a través de la palabra”), es una forma de comunicación que privilegia el entendimiento mutuo y la búsqueda colectiva de la verdad. En contraste, el debate, del latín de-battere (“golpear hacia abajo” o “derribar”), se centra en vencer al adversario y demostrar la supremacía de la propia posición. Esta distinción etimológica revela orientaciones completamente diferentes. Mientras el diálogo invita a un encuentro genuino entre personas que buscan comprender la realidad juntas, el debate establece una arena de combate donde el objetivo es derrotar al contrincante, sin importar si se llega o no a un mayor conocimiento de la verdad. Para comprender la profundidad de esta diferencia, es útil examinar el concepto de intelecto. Del latín intellectus (“leer dentro”), el intelecto no es solo la facultad que organiza argumentos para ganar discusiones, sino la capacidad humana de “leer el interior” de las cosas, de contemplar la esencia de las realidades que nos rodean. La verdad (veritas) está vinculada a “lo que es realmente” (verus), y trasciende la mera coherencia lógica o la habilidad retórica. En el debate degradado, la inteligencia se mutila, se reduce a su función argumentativa y pierde su dimensión más noble: la contemplación desinteresada de la realidad. El debate prioriza el “tener razón” a cualquier costo, mientras que el diálogo busca el descubrimiento compartido de la verdad. El corazón como centro del diálogo auténtico El diálogo genuino compromete la totalidad de la persona humana a través de tres dimensiones espirituales integradas en el corazón: el intelecto, la voluntad y el afecto. El intelecto se orienta a la verdad, la voluntad se dirige al bien común, y el afecto se manifiesta como una apertura cordial y genuina hacia el interlocutor. El corazón, como centro vital de la persona, tiene una resistencia natural a toda imposición externa, incluyendo a quien en un debate solo intenta imponer su “tener razón” por cualquier medio. Esta resistencia del “corazón íntegro” —que reconoce íntimamente cuando algo no corresponde a la verdad— es lo que hace posible el diálogo auténtico y explica por qué el debate confrontativo resulta tan estéril. Un corazón íntegro es el fundamento indispensable para esta postura dialogante, a diferencia de un “corazón roto” o “cor-rupto”, que se complace en la división y se envalentona en una violencia esencialmente autodestructiva, por el afán o en la competencia de “tener la razón”. Los resultados de cada paradigma comunicacional son opuestos. Del diálogo auténtico surge lo que se podría llamar “libertad cooperativa”: la libertad individual se enriquece en el encuentro con el otro, posibilitando una construcción común y participativa. Del debate confrontativo, en cambio, emerge inevitablemente la división. No es casual que la palabra griega dia-bolos (“el que divide”) sea el origen de “diablo”. El debate degenerado genera sistemáticamente la “grieta”, fragmenta artificialmente la comunidad y divide lo que por naturaleza tiende a la unidad y la armonía. De la “grieta” de la masa al encuentro del pueblo Esta distinción cobra particular relevancia en el contexto político de Argentina, donde están en juego la convivencia social y la posibilidad de construir el bien común. La célebre “grieta” argentina es, en gran medida, fruto de un debate político degradado en una confrontación estéril, donde prevalece obsesivamente el anhelo de “tener razón” por encima de cualquier búsqueda honesta de la verdad y del bien nacional. Esta dinámica ha reducido la política a una confrontación entre “nosotros” y “ellos”, polarizando al pueblo argentino y vaciando el espacio público de toda posibilidad de encuentro constructivo. El diálogo auténtico construye pueblo y fortalece una ciudadanía consciente de su responsabilidad histórica. En contraste, el debate confrontativo genera una masa amorfa, manipulable y carente de discernimiento genuino, condicionada por emociones negativas como la censura o el odio hacia quien piensa distinto. El pueblo se constituye cuando los ciudadanos participan activamente en el diálogo orientado al bien común, conservando su personalidad diferenciada, su capacidad de discernimiento y su sentido de responsabilidad compartida. El auténtico “hombre de pueblo” encarna el histórico lema argentino “el pueblo quiere saber de qué se trata”, que simboliza la búsqueda de transparencia y participación ciudadana. A diferencia del “hombre masa” —que se conforma con “tener razón” aun ignorando aspectos fundamentales de la realidad nacional—, el “hombre de pueblo” se constituye preguntando más que afirmando. Se sabe no sabido y consulta con la dignidad de quien tiene derecho a ser informado, comprendiendo que la construcción de la comunidad nacional es una tarea cooperativa de discernimiento colectivo. Hacia una nueva cultura del encuentro Transitar del debate agrietante al diálogo transformador no es solo una necesidad técnica de comunicación política, sino un imperativo ético y cultural para Argentina. Implica recuperar la capacidad de escucha activa, de formular preguntas genuinas y de construir respuestas colaborativas. Este cambio de paradigma requiere coraje intelectual y humildad personal: el coraje de abandonar la zona de confort del monólogo de “tener razón” y la humildad de reconocer que la verdad se descubre en comunión. Solo así podremos pasar de la fragmentación de la grieta a la “común-unidad”, y lograr acuerdos que nos permitan avanzar en la organización de nuestra sociedad, construyendo una Argentina donde la diversidad de perspectivas enriquezca, en lugar de dividir, nuestro destino común.

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