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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/09/2025 04:30
Los trece ganadores, un año después de sacar diez millones en el Quini 6. Julio Colombi es el de arriba a la derecha, lleva puesta una remera blanca Julio Colombi se enteró de que había ganado el Quini 6 mientras jugaba un partido de fútbol. “Ey, Julio, acercate que te llama tu señora”, le avisó el conserje del club. “Decile que la atiendo cuando termine”, le gritó él, todavía concentrado en la pelota. La mujer insistió: “Vení, dice que es importante. Parece que se sacaron el Quini”. Descreído, Julio corrió hacia el teléfono. Del otro lado, su esposa Alicia gritaba y lloraba al mismo tiempo: “No sabía cómo decírmelo. Era mucha plata”, recuerda él, treinta años después. La historia —que fue tapa de diarios y llevó a parte de los protagonistas al programa de Susana Giménez— ocurrió el lunes 12 de junio de 1995. Los ganadores, un grupo de trece amigos de Lincoln, se llevaron casi diez millones de pesos, en plena época del “uno a uno”. Es decir: diez millones de dólares. En la ciudad todavía recuerdan que uno de ellos, apodado “El Mago”, ya se había hecho millonario en el Prode tres años antes. A pesar del paso del tiempo, en el imaginario popular, ganar una cantidad significativa de dinero en el Quini 6, el Loto, el Prode o cualquier juego de azar sigue siendo sinónimo de casa nueva, auto de lujo, viajes exóticos y, por supuesto, dejar de trabajar para siempre. No por nada una pregunta recurrente es: “¿Qué harías si te ganaras un millón de dólares?”. Pero la que atraviesa esta historia es otra: ¿qué fue de aquellos amigos linqueños que compartieron el premio? ¿Qué hizo Julio con los 473.400 dólares que se llevó? ¿El dinero le solucionó la vida o terminó siendo una maldición? Como dice la fábula: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”. “Casi diez millones de pesos distribuidos en trece familias”, anunciaba “El Diario” en su portada del 14 de junio de 1995 Una familia de laburantes Julio Colombi nació en Arenaza, un pueblo pequeño de la provincia de Buenos Aires, ubicado a 35 kilómetros de Lincoln. Se mudó allí con su familia cuando tenía ocho años. “Nos vinimos porque mi mamá quería que alguno de sus cuatro hijos estudiara una carrera. Al final, ninguno estudió nada. Pobre vieja”, dice entre risas. A lo que sí aprendieron rápido fue a trabajar. “Mi vieja tejía a mano y mi viejo hacía changas. Cuando era chico, íbamos a levantar sillas al circo juntos. Yo trabajé desde muy pibe en distintos lugares: una empresa de hacienda, una mueblería… Me conocían todos”, recuerda. Para junio de 1995, antes de que la suerte le cambiara la vida, Julio tenía 40 años, dos hijos adolescentes —Cristian, de 16, y Yanina, de 13— y trabajaba en un autoservicio (un almacén con carnicería) con su esposa, Alicia, que se ocupaba de la caja. Económicamente, asegura, venían “golpeados”. Arrastraban deudas y su mujer atravesaba algunos problemas de salud, después de una mala praxis en una operación. “Eran un montón de cosas y yo estaba con un estrés total”, le cuenta Julio a Infobae. En ese contexto, surgió la posibilidad de jugar al Quini 6. El grupo con el que apostó no era de su círculo íntimo. “Ellos eran doce amigos que timbeaban en el Club Social”, explica. Su entrada en la jugada fue más un acto de desesperación que de fe. Uno de ellos, que solía venderle queso en su negocio, le mencionó el tema y Julio no dudó. Tenía apenas 200 dólares guardados en la mesa de luz y al día siguiente debía pagar 800 de un crédito por una camioneta. “Entonces le dije: ‘¿No me llevás cien dólares a mí?’. ‘Sí, cómo no’, me contestó. ‘Después te traigo los números’. La verdad es que si perdíamos y me quedaba con cien era lo mismo: no iba a poder pagar el crédito. Pero yo estaba seguro de que iban a ganar”, recuerda. A los 8 años Julio se fue a vivir a Lincoln De la euforia al descalabro Ese lunes a la noche, como todos los lunes, Julio se fue a jugar a la pelota al Club Rivadavia. Allí lo sorprendió la noticia. Las crónicas de la época y algunos linqueños memoriosos recuerdan que algunos de los ganadores se enteraron mirando el sorteo por TV; otros, como Julio, por un llamado. “Cuando atendí el teléfono pensé que estaban cargándome, como al personaje de la película La Tregua”, declaró uno de ellos. “Yo estaba trabajando. Cuando salí, me paró una persona en la calle y me lo comentó. Llegué a casa y empezaron las llamadas telefónicas. Después nos reunimos en el Club Lincoln”, sumó otro. La mayoría no podía creer la cantidad de dinero. “Lo primero que voy a hacer es pagar mis deudas”, aseguró uno de los trece en la televisión local en una entrevista que todavía muchos recuerdan. “¿Y con el resto?”, quiso saber el periodista. “El resto que siga esperando”, replicó. Los que quedaron afuera se lamentaban: “A mí me habían ofrecido participar, pero dije que ‘No’. O pagaba la luz o entraba en el Quini. Decidí pagar la luz”, le confió uno de ellos a este medio. La jugada la gestó Ricardo Souza, el dueño de la agencia ubicada en la calle Massey al 900, que todavía existe. La semana anterior habían apostado al pozo vacante del Quini 6 entre ocho y se llevaron doce mil pesos. Entusiasmados, lo intentaron de nuevo: agregaron a más amigos y armaron nueve boletas combinadas. “Decidimos hacer una inversión de 1.500 pesos, con quince partes de cien pesos. En total sumamos a trece personas”, le contaron al diario a Clarín. Julio, el de remera blanca a la derecha, un año después de haber ganado el Quini 6. “Había bajado como 16 kilos”, cuenta Tras la noticia, ese 12 de junio de 1995, Julio fue para la casa de “El Dima”, Jorge Emanuele, quien lo había sumado a la jugada. “Ahí estaban de jolgorio, todos festejando. Yo no sabía ni qué números se habían jugado, ni qué había salido. No sabía nada”, recuerda. De madrugada, ya en el club, lo encaró el dueño de la agencia: “¿Vos sos Julio? Vos te ganaste 473.400 dólares”, le dijo. Julio apenas podía creerlo: había puesto 100 pesos y se estaba llevando casi medio millón. “Agradecido es poco, porque si hubiese sido otro, capaz que ni me daba la plata. Pero ‘El Dima’ era un buen tipo”, dice. Los primeros días fueron de euforia: “Empezamos a salir con ‘El Dima’ y nuestras señoras a festejar. Era una locura. Estábamos bailando, venía una persona y él le daba 300 dólares. Yo le decía: ‘Mirá que la plata se termina’”, recuerda Julio. Pero de a poco, toda esa alegría comenzó a desteñirse. “Los periodistas llamaban a cualquier hora y no podía dormir. Estuve siete días sin dormir, hasta que me internaron. Me tuvieron que poner una inyección y, cuando me desperté, me habían atado a la cama porque dicen que saltaba”, cuenta. Si bien estaba contento, a medida que pasaban los días, Julio dice que empezó a sentir un miedo desconocido. “Unos meses antes, a una persona que había ganado el Prode en Entre Ríos, le secuestraron a la hija y le pidieron dinero por el rescate. Al final la mataron. Entonces a mí me agarró miedo, tenía terror de que le pasara algo a mi familia. Ahí empecé con tratamiento psiquiátrico”. Después de ganar el Quini 6 compró 500 hectáreas de campo. “Si hubiera puesto la plata en el banco, no tendría ni para comer”, dice “Nunca tiramos manteca al techo” Lo primero que hizo Julio fue comprar 500 hectáreas de campo, algo que también hicieron otros ganadores. “Para que te des una idea: hoy, esas 500 hectáreas valen algo así como tres millones de dólares. Era muy buena plata. Si la hubiera puesto en el banco, no tendríamos ni para comer”, cuenta. El sueño del campo propio era algo que él y su esposa anhelaban. “Toda una vida quisimos tener campo. Hasta ese momento alquilábamos uno, siempre a base de mucho laburo y sacrificio. Después compré otro campo, otra casa, les regalé una casa a cada uno de mis hijos y seguí produciendo”, agrega. Aunque al principio quiso sostener el autoservicio, lo terminó cerrando. “Lo había dejado a cargo de un sobrino y su mujer, pero no resultó como esperábamos. Mi señora iba a visitarme a la clínica, volvía, y tenía que abrir el negocio y barrer la vereda porque no iban a trabajar. ‘Acá parece que los que se ganaron el Quini son ellos’, me decía. Al final, bajamos la persiana y nos fuimos a vivir al campo. Criamos vacas, pollos y sembrábamos. Nunca nos tiramos de panza arriba: siempre seguimos trabajando”. Julio y Adriana el día de su casamiento Ese primer año, Julio bajó como 16 kilos. “Con todo lo del campo trabajé más que nunca. Prácticamente no me fui de vacaciones”, cuenta. Además, pasó por momentos difíciles. En 1996, su hijo tuvo un accidente con la moto en el que murió un niño. “Imaginate: como yo había sacado el Quini y tenía campo, me quisieron desplumar. El proceso duró casi dos años, pero por suerte se arregló. Estoy tranquilo con mi conciencia, porque si yo no hubiese llamado al hospital y hubiera dicho que era mi hijo, nadie se enteraba”, explica. En 1998, exactamente tres años después de ganar medio millón de dólares, Julio tuvo otro golpe de suerte. “Me gané un sorteo y viajé gratis al Mundial: 21 días en Francia, con todo incluido”, cuenta. El dinero también le sirvió para cubrir gastos de salud. Después de una mala praxis quirúrgica, su mujer tuvo que volver a operarse. “Todo eso hubo que pagarlo. A nosotros la plata nos ayudó mucho. La plata es un mal necesario, pero tenés que saber manejarla”, dice. ¿Si se arrepiente de algo? “Por supuesto que me hubiese gustado viajar por el mundo, pero uno piensa en los hijos, en los nietos y en todas esas cosas. Cuando tuve que comprar, elegí un campo a cuarenta kilómetros de Lincoln, tres veces más grande para poder trabajarlo. A veces digo: ‘Qué pelotudo que fui. Tendría que haberme comprado uno más cerca’. Pero bueno… nosotros nos hicimos de abajo. A mí me enseñaron a trabajar. Nunca tiramos manteca al techo”. En 1998, exactamente tres años después de ganar medio millón de dólares, Julio se ganó un viaje gratis al Mundial de Francia Treinta años después Luego de ganar los diez millones, los amigos “timberos” siguieron reuniéndose en el Club Lincoln. De los trece que compartieron aquella noche, hoy quedan once: Norberto “El Turco” Sennar y Juan Carlos Emanuele fallecieron. "Los que tenían plata siguen teniendo plata. Y los que estaban secos siguen estando secos. No dieron vuelta su vida con eso”, cuentan en la ciudad. Julio, que nunca fue parte de ese grupo, pero los conocía a todos, sigue adelante con sus días marcados por pequeñas rutinas y algunos recuerdos de aquella época. Desde febrero de 2020 camina con un tobillo con trasplante de hueso y tres tornillos. Cada quince días, los sábados, asiste a la parroquia de Lincoln, Inmaculada Concepción, a rezar el rosario y por los enfermos. “Yo sostengo que a mí el Quini me lo mandó Dios”, dice. Su esposa, que pasó por seis operaciones de columna, sigue siendo su compañera de vida. “Lo importante es que está acá y me está cebando mate. Nosotros hemos pasado por muchas cosas buenas y por muchas cosas malas. Pero bueno, estamos vivos”, afirma. Ya jubilado, vendió un campo hace tres años y compró una camioneta nueva. Con esa plata, organizó un viaje a Paraguay con Alicia, que emprendieron hace unos días. “Hemos hecho varios viajes, todos los que pudimos, pero siempre manteniendo y cuidando el dinero. Hay algunos a los que no les quedó nada”, se despide. Julio y Alicia hoy: él, que hoy tiene 70 años, hace tres décadas ganó casi medio millón de dólares en la quiniela Fotos/Gentileza de Julio Colombi. Agradecimientos/Nacho Vega.
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