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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/09/2025 04:34
Tropas alemanas tras cruzar la frontera con Polonia (Bundesarchiv) En septiembre de 1938, los jefes de Estado de las principales potencias europeas se habían reunido en la Conferencia de Múnich cuyo objetivo, al menos en los papeles y los anuncios, era lograr un equilibrio pacífico en Europa luego de que Alemania anexionara la región checoslovaca de los Sudetes. En la reunión, el británico Arthur Neville Chamberlain, el francés Édouard Daladier y el italiano Benito Mussolini aceptaron formalmente la ocupación alemana de Checoslovaquia en las zonas de habla germana, ya perpetrada por las tropas de Adolf Hitler. El expansionismo y el rearme alemán venían preocupando desde hacía años a la mayoría de los gobiernos europeos. Una de las primeras medidas que Hitler tomó luego de llegar al poder en 1933 fue retirar a Alemania de la Sociedad de las Naciones y de la Conferencia del Desarme. Pese a ello, en enero de 1935, el organismo multilateral celebró un plebiscito en el Sarre, un territorio que había pertenecido a Alemania y que tenía bajo su administración. En medio de una intensa agitación, el 13 de enero de 1935, con un voto favorable del 90,73 %, el Sarre fue reincorporado a Alemania el 17 del mismo mes. Sesenta días después, en marzo de 1935, Hitler rechazó las cláusulas del Tratado de Versalles, que pretendían mantener a Alemania desarmada, y a pesar de los acuerdos alcanzados en Locarno en 1926 por los que Alemania, Francia, Bélgica, Gran Bretaña e Italia pretendían garantizar el mantenimiento de la paz en Europa Occidental, reconstituyó abiertamente el ejército alemán y el 7 de marzo de 1936 ocupó Renania, supuestamente una zona desmilitarizada. En 1937, Hitler exigió para Alemania la anexión de la ciudad libre de Danzig (Gdansk en polaco), que el Tratado de Versalles había puesto bajo protección de la Sociedad de Naciones, y también el acceso ferroviario extraterritorial por el “corredor polaco”, la frontera de Polonia con Prusia Oriental. La Alemania nazi usó todo su poderío militar sobre Polonia En 1938, fuerzas alemanas entraron en Austria y consumaron la unión política de Alemania y Austria, conocida como Anschluss. En septiembre de 1938 le llegó el turno a Checoslovaquia con la crisis de la región de los Sudetes, que fue anexionada también por Alemania. Después de la Conferencia de Múnich, los gobiernos de Francia y el Reino Unido creyeron que, con esa concesión, el dictador nazi cumpliría su promesa de detener su política expansionista y no invadir otros países. Daladier y Chamberlain quedaron tan convencidos de que así sería que al terminar la conferencia anunciaron alegre y pomposamente que se había obtenido “la paz para nuestro siglo”. Polonia en la mira No había pasado un año entero desde aquel anuncio cuando a mediados de agosto de 1939, Hitler reunió a la cúpula del ejército alemán en un cónclave secreto para afinar la estrategia militar de la invasión a Polonia. El plan incluía la sorpresa y, por primera vez en la historia militar, la aplicación de la “Blitzkrieg”, o “Guerra Relámpago”, ideada por el general alemán Heinz Guderian, que en lugar de mantener los frentes estáticos que habían caracterizado los enfrentamientos de la Primera Guerra Mundial, apostaba por la movilidad y a la penetración rápida de las filas enemigas. Se trataba de concentrar un gran número de fuerzas sobre un punto concreto denominado “schwerpunkt”, que unidades acorazadas de tanques romperían y penetrarían con la máxima rapidez desbordando el frente mientras el grueso de la infantería limpiaba los núcleos de tropas embolsadas y la aviación neutralizaba desde el aire los nudos de comunicaciones, fuentes de suministros, unidades de reserva, cuarteles, aeródromos, estaciones ferroviarias y todo punto estratégico. Al final de la reunión, después de ajustar los últimos detalles, el führer les dio a sus comandantes una última instrucción: “Aniquilen a Polonia, no tengan piedad, actúen con brutalidad”, les ordenó. Le prometieron hacerlo así. El plan de expansión de Adolf Hitler dio inicio a la Segunda Guerra Mundial Con la decisión tomada y el plan puesto a punto, a Hitler solo le faltaba una excusa para justificar ante el mundo el avance de sus tropas a través de la frontera con Polonia. De eso se encargó uno de sus hombres más cercanos y de mayor confianza, el jefe de las SS Heinrich Himmler, que venía preparando desde hacía tiempo una operación de falsa bandera. El montaje de Himmler La noche del 31 de agosto, un comando integrado por seis miembros de las SS disfrazados con uniformes del ejército polaco, irrumpió por la fuerza en la emisora de radio de Gleiwitz, en la alta Silesia, haciendo disparos al aire. Los comandos dominaron rápidamente a los tres empleados y el policía que estaban allí y pusieron un intérprete frente al micrófono para que leyera un discurso antialemán en polaco. Más que un discurso, se trató de una serie de consignas encadenadas. La primera de ellas fue: “¡Atención! Esto es Gleiwitz. La emisora está en manos polacas”. Himmler, había cuidado hasta el último detalle del montaje. Para que la escena fuera más realista, los comandos llevaron con ellos a un nacionalista polaco al que habían detenido el día anterior. El hombre era un agricultor de 43 años llamado Franz Honiok y estaba totalmente drogado. Lo habían vestido con un uniforme polaco y, apenas tomada la emisora, le pegaron un tiro y subieron su cadáver a la sala de transmisión para tomarle fotos que después serían distribuidas a los diarios alemanes. Ahí estaba la prueba: los atacantes eran polacos y uno había caído en el enfrentamiento. El intérprete leyó sus consignas durante unos quince minutos frente al micrófono y después el comando se fue por donde había venido. Atrás dejaron atados a los empleados y al policía, que en ningún momento dudaron que la radio había sido tomada por polacos. Una columna de tanques nazis ingresan a territorio polaco Era todo lo que Hitler necesitaba hacerle creer al mundo y a su propio pueblo. Al día siguiente, frente al Reichstag en pleno, bramó: “Esta noche, soldados regulares polacos han disparado por primera vez contra nuestro territorio. El Estado de Polonia ha rechazado el establecimiento de relaciones pacíficas, como yo he deseado, y ha apelado a las armas. Los alemanes en Polonia son sacados de sus hogares y perseguidos con un terror sangriento. Una serie de violaciones de la frontera, intolerables para una gran potencia, prueban que Polonia, a la larga, no respetará las fronteras del Reich. Con el fin de poner fin a su locura, no tengo otra alternativa que responder fuerza contra fuerza desde ahora”. Se trataba, ni más ni menos, de una declaración de guerra o, mejor dicho, de la justificación de una invasión. Fiel al viejo y comprobable dicho que sostiene que en toda guerra la primera víctima es la verdad, Hitler estaba mintiendo descaradamente: ningún soldado polaco había disparado en territorio alemán. La guerra relámpago Cuando Hitler pronunció su discurso, las tropas alemanas ya habían avanzado sobre el territorio polaco. Entraron en acción exactamente a las 4.26 de la madrugada del 1° de septiembre de 1939. La operación, que recibió el nombre de “Fall Weiss” (Caso Blanco), estaba al mando del general Walter Von Brauchitsch y se realizó en dos alas: primero, el Grupo de Ejércitos Norte del general Fedor Von Bock partió con el III Ejército desde Prusia Oriental y el IV Ejército desde Pomerania para embolsar ambos la capital Varsovia y cerrar la salida hacia los puertos del Mar Báltico. Al mismo tiempo, el Grupo de Ejércitos Sur del general Gerd Von Rundest salió con el XIV Ejército desde Eslovaquia y con los VIII y X Ejércitos desde Silesia hacia el corazón de Polonia para aniquilar a las fuerzas enemigas sobre las llanuras. Simultáneamente, dentro del propio Estado Libre de Danzig se inició una insurrección armada de las minorías alemanas agrupadas en la Milicia SS “Danzig” al mando de su jefe político Hans Goetze para acosar desde el interior a las autoridades polacas. La desproporción de fuerzas era enorme. El Ejército Alemán (Wehrmacht) desplegó a un total de 1.800.000 soldados repartidos en 5 ejércitos que a su vez se distribuían en 58 divisiones y se subdividían en 559 batallones. Contaba con 3.472 tanques (modelos ligeros Panzer I y II, medios T-38 o pesados Panzer III y IV), 718 vehículos blindados, 5.805 piezas de artillería, 938 camiones, 530 motocicletas y 5.375 caballos. La Fuerza Aérea Alemana (Luftwaffe) estacionó 2.315 aviones, mientras que la Marina de Guerra Alemana (Kriegsmarine) un total de 84 navíos. Kazimiera Mika llora frente al cuerpo sin vida de su hermana Andzia, asesinada por las tropas nazis en Varsovia, Polonia en septiembre de 1939 (Julien Bryan) Para resistir, el ejército polaco carecía de armas y equipo modernos, tenía pocas unidades blindadas y motorizadas, y solo logró desplegar poco más de 300 aviones, la mayoría de los cuales fueron destruidos por la Luftwaffe durante los primeros días de la invasión. Dos semanas después de la invasión alemana, Polonia se encontró librando una guerra en dos frentes, cuando el 17 de septiembre la Unión Soviética la invadió desde el este. El gobierno polaco huyó del país ese mismo día. Después de un intenso bombardeo, Varsovia se rindió ante los alemanes el 27 de septiembre de 1939. De acuerdo con el protocolo secreto de su pacto de no agresión, Alemania y la Unión Soviética se repartieron a Polonia el 29 de septiembre de 1939. La línea de demarcación se estableció a lo largo del río Bug. La última resistencia de las unidades polacas concluyó el 6 de octubre.La exitosa “Blitzkrieg” se desarrolló en apenas 35 días. Para entonces, Gran Bretaña y Francia le habían declarado la guerra a Alemania en respuesta a la invasión de Polonia. La Segunda Guerra Mundial había comenzado. En los siguientes seis años unos 15 millones de soldados morirían en los campos de batalla y más de 38 millones de civiles perderían la vida como consecuencia de los bombardeos, las hambrunas, los desplazamientos masivos y el Holocausto.
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