01/09/2025 16:25
01/09/2025 16:25
01/09/2025 16:25
01/09/2025 16:24
01/09/2025 16:24
01/09/2025 16:24
01/09/2025 16:23
01/09/2025 16:23
01/09/2025 16:23
01/09/2025 16:22
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/08/2025 06:38
Combo de fotografías de archivo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump (i), y el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. EFE/ Archivo La verdad es que no, ya que, desde su victoria electoral y su regreso como presidente de la República Federativa, a diferencia de los otros dos, el tercer mandato de Luis Ignacio Lula da Silva puso a la política exterior de Brasil, por rara vez en su historia, en curso de colisión con EEUU, en momentos históricos donde se define la primacía geopolítica del siglo XXI. Es decir, esas decisiones antecedieron el retorno de Donald Trump, y, por su naturaleza, es posible que sus consecuencias se prolonguen más allá de los actuales mandatos de ambos. Lo que está ocurriendo es grave, va más allá del caso Bolsonaro y creo que se cruzó con un tema poco entendido en Brasil, pero que tiene que ver con la seguridad nacional en EEUU, cual lo es la salud del dólar. Se ha dicho una y otra vez por Trump, y no solo por él, ya que es oportuno recordar que el propio Biden hizo un humillante viaje a Arabia Saudita para pedirle perdón al rey en ejercicio, el príncipe regente Mohamed Bin Salman, después que lo acusara de asesino por la muerte de un periodista disidente en su embajada en Turquía, viaje que se vio obligado a hacer al anunciarse por el reino que estaría considerando recibir pagos en yuanes por la venta de petróleo, lo que no se concretó al final. Hoy, por hoy, el dólar es un muy principal factor de poder para Washington, ya que es la moneda de ahorro y de comercio del mundo, por sobre el verdadero nivel actual del país. Oportuno es recordar que, apenas Lula asumió la presidencia de los BRIC, anunció la sustitución del dólar como un objetivo de la mayor importancia, y creo que en Brasil no midieron el impacto de lo que en forma no debatida asumieron. Y al no disponer de ninguna capacidad, decirlo, fue por lo menos, irresponsable. Sin duda, otro Lula, en relación con lo que antes mostró como gobernante. El presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva (EP) Es, además, una confrontación que difícilmente puede ganar Brasil, toda vez que el deseo de Lula de transformarse en líder global en este nuevo escenario también puede salir dañado. No hay duda de que el caso de Bolsonaro ha influido y que tiene una carga emocional muy fuerte en la persona de Donald Trump, que ve en el exmandatario no la repetición de los sucesos del 6 de enero en Washington, sino un relato de persecución política, que real o no, tiene una fuerte resonancia en sus partidarios y un impacto emocional en ambos. Es el sentido de esta columna, debatir lo que a mi juicio está ocurriendo, lo que no se puede explicar solo con el discurso de victimización, que, aunque exista, al igual que la presencia de Bolsonaro, para poder tener solución, hay que apreciar que lo que dificulta todo, es el hecho que somos testigos de decisiones políticas que han alejado a Brasil, no solo de su ubicación tradicional en relaciones exteriores, sino también lo que se le aplaudiera a Lula en sus dos gobiernos anteriores, partiendo por la retórica inoportuna en el momento inadecuado, de llamar en forma irresponsable al reemplazo del dólar. Es esto lo que marca la diferencia con el pasado, ya que incluso la cercanía con Cuba y el chavismo de sus gobiernos anteriores no es comparable. De hecho, en esa oportunidad, no se registraron contratiempos similares a los actuales, ya que no tuvo consecuencias ni para su liderazgo en la región como tampoco en sus relaciones con EEUU la alianza de Lula con Chávez y esta lograra la supervivencia de la dictadura cubana como también la consolidación del Foro de Sao Paulo. El presidente de EEUU, Donald Trump, junto con el ex mandatario brasileño, Jair Bolsonaro (EP) Lula tuvo una continua presencia en elecciones presidenciales, siendo derrotado tres veces antes de lograr su primer triunfo, asumiendo el 1 de enero de 2003, y siendo reelegido con posterioridad. Lo logró gracias a una consistente estrategia de moverse hacia el centro político en las segundas vueltas electorales y de moderación en el ejercicio del gobierno, no solo olvidando antiguas consignas revolucionarias, sino que, también retomando banderas tradicionales, presentes incluso en la dictadura militar como lo fue la idea de “Brasil Potencia”. Mas aun, fueron sepultadas las ideas de repudio a las leyes de amnistía como también las promesas de someter a juicio a los violadores de derechos humanos, a diferencia de otros procesos democratizadores en la región. No hay duda de que todo cambió profundamente después de que estuviera 580 días en la cárcel, condenado por corrupción en el proceso conocido como “Lava Jato”, sentencia anulada por razones técnicas que tuvieron que ver con que según el Tribunal Supremo sus derechos no fueron respetados en el proceso como tampoco que el juzgado que encabezaba el entonces juez Sergio Moro era el competente, aunque en ninguna resolución se estableció su inocencia de los cargos, por lo tanto, permaneciendo aún hoy la duda de su culpabilidad. Sin embargo, no hay duda de que quien volvió a la presidencia después de derrotar por solo 1,8% a Bolsonaro en segunda vuelta, la menor diferencia registrada, era una persona distinta, pero con la decisión ya tomada de ajustar cuentas, tanto con amigos como adversarios. Es así como en política interna en vez de buscar una pacificación de los espíritus, en imitación de la estrategia que les fracasó a los demócratas en EEUU se tomó el camino de la judicialización y de los procesamientos, contribuyendo a ello nombramientos que causaron polémica como el que uno de los abogados de Lula pasara a integrar la Corte Suprema como también la alianza de hecho que se estableciera con alguien que hiciera carrera judicial no como juez sino desde la política, Alexandre de Moraes, de quien hablaremos más adelante. El juez del Tribunal Supremo de Brasil, Alexandre de Moraes (REUTERS/Adriano Machado) El Lula que regresa no sigue las mismas líneas matrices que en lo internacional marcaron sus gobiernos anteriores, sino que en busca de un posicionamiento internacional intenta hacerlo desde lo que se llama el “sur global” y que tiene muchas semejanzas a la ideología que se creía desaparecida, la de las naciones que se llamaron a sí mismas “no alineadas” durante la guerra fría, pero que en general, compartieron las grandes tesis anticolonialistas de la ex URSS. Y algo o mucho de eso se manifestó en las definiciones que marcarían a este nuevo Lula, tales como un acercamiento a Irán, y, sobre todo, a China con notoria preferencia a su favor, en organismos internacionales y en el comercio en comparación y en relación con su antigua cercanía con EEUU, viraje entendible solo en lo comercial, no muy distinto al resto de Latinoamérica, pero demasiado arriesgado cuando detrás de estas opciones, estaba en juego nada menos que el cetro de la superpotencia del siglo XXI, y donde China proclamaba a todo aquel que quisiera escuchar, su voluntad de desplazar a Washington. Ello se unió a una política internacional que en lo relacionado con Ucrania casi siempre intentó alejarse de ese país para acercarse en forma aprobatoria a Putin. En política regional, ello condujo a un acercamiento cada vez más notorio con la dictadura venezolana, que alcanzó su mayor impacto cuando junto a Petro de Colombia desarrollaron un conjunto de estrategias para respaldaban a Maduro, después del robo que hiciera de la elección del 28 de julio. Sin embargo, aunque no hubiese figurado el tema Bolsonaro, sin duda, todas y cada una de estas opciones, arrastraban consigo la potencialidad de poner a Brasil en conflicto con Estados Unidos, todo por supuesto aumentado por la personalidad de Trump, sus decisiones impulsivas y la personalización que ha hecho del proceso de toma de decisiones. En todo esto llama mucho la atención que no se vea la influencia correctora que siempre tuvo en el pasado la alabada conducción profesional de las relaciones exteriores de Brasil, que incluso consultaba casi siempre la presencia de una especie de embajador en el propio Palacio de Planalto, o Palacio de Gobierno de Brasil y sede del poder ejecutivo. Sin embargo, nada de esto ha pasado con las definiciones que Lula le ha impreso a la conducción exterior de Brasil, ya que esa influencia moderadora para asegurarse que las actitudes presidenciales coincidieran con los intereses permanentes de Brasil, la verdad es que no ha aparecido en ninguna parte. Nada de esto ha pasado con las definiciones que Lula le ha impreso a la conducción exterior de Brasil (REUTERS/Adriano Machado) Si algo se ha visto es exactamente lo contrario, el funcionamiento de un Ministerio paralelo de Relaciones Exteriores, a través de alguien tan experimentado y cercano a Lula como Celso Amorim, quien a sus 83 años y como jefe de la Asesoría Especial de la Presidencia de la República, con la trayectoria de haber servido como ministro en dos oportunidades, ha hecho exactamente lo opuesto, imponer las opiniones de Lula a todo el funcionamiento del gobierno y del Estado. Y eso es lo más llamativo, como sobre una base de una diferencia tan pequeña de votos, Lula ha impuesto sus ideas personales a toda su historia pasada y a un esquema de equilibrio que tan exitoso había sido en sus gobiernos anteriores, para perjuicio de Brasil, ya que al parecer hay mucho de capricho, fobias y simpatías personales, y no se ve, cual podría ser la ganancia para un país que siempre ha deseado ser respetado como futura potencia, estatus que le fuera ya reconocido por Henry Kissinger el siglo pasado. Esta falta de moderación se ha hecho muy visible, en otro tema, que solo podría generar distanciamiento con EEUU y que no se notó en sus gobiernos anteriores, que es el marcado antisemitismo que le ha impreso Lula a la política exterior de Brasil, la forma como ha degradado el nivel de relaciones diplomáticas con Israel, a todo nivel, en todo momento y con cualquier pretexto. Como todas las fobias, es algo personal, un resentimiento muy profundo, y lo más notorio es como ha arrastrado a todo un país detrás de esta actitud personal. En cierto modo es muy parecido al tipo de decisiones que ha tomado una persona que le admira profundamente como es el caso de Boric en Chile, con una diferencia, Lula y Brasil son importantes, mientras que Boric no lo es, por lo que teniendo decisiones, opiniones y actitudes muy semejantes en relación a Israel y a los judíos, el chileno ha pasado desapercibido en Washington, a pesar de cuan habitual son sus críticas a Trump, lujo que no tiene Lula, que ha recibido sanciones que no han tenido lugar en Chile, probablemente porque Trump o sus cercanos simplemente no se han enterado de lo dicho por el presidente chileno. El presidente de Brasil, Luis Inacio Lula da Silva, y el presidente de Chile, Gabriel Boric (REUTERS/Pablo Sanhueza) Todo esto lo ha hecho perder influencia en el exterior y popularidad en su país al brasileño, y es así como en una reciente publicación (30 de junio), The Economist que habitualmente aplaude a Lula, dice que los “índices de aprobación son los más bajos” de cualquier momento durante sus tres mandatos” ya que “solo el 28%” dice estar contento. En este nuevo gobierno de Lula es llamativo el hecho que se acumulen decisiones perjudiciales para Brasil, sin que se note el deseo de rectificar o enmendar, toda vez que para un país que asegura tener un compromiso de fondo con los derechos humanos, a pesar de las sanciones recibidas, se insista en continuar un programa como el “Mais Médicos” basado en la explotación laboral de 2.659 profesionales cubanos de la salud y para beneficio económico de La Habana, quien les retiene hasta el 80% de sus salarios y toma como virtuales rehenes a familiares. Es por ello, por lo que en este como otros ejemplos, se echa de menos que alguien pueda frenar a un Lula que ha vuelto recargado, con un discurso de superioridad moral, una línea de alejamiento de EEUU, deseando hacer todo aquello que antes no pudo hacer. Mas aun, la forma en que es evidente que la amistad con China, Rusia, Cuba y Venezuela ha superado su utilidad, perjudicando hoy a Brasil, no solo en Relaciones Exteriores, sino también por parte de las propias fuerzas armadas, ya que la amenaza que hiciera en su oportunidad Venezuela de invadir Guyana no recibió de respuesta una condena, lo que es incomprensible, ya que, de haber concretado su amenaza, esa fuerza tendría que haber cruzado por territorio brasileño. Sin embargo, todo lo mencionado, hasta la definición de culpabilidad o inocencia de Bolsonaro, palidece a lo que seguramente figura en el origen de este muy mal momento que vive la amistad histórica entre Brasil y EEUU que no es otra cosa que el dólar. Hoy, la salud del dólar es un tema de seguridad nacional en EEUU no uno cualquiera, sino uno que lo ha sido durante mucho tiempo, y todos los anuncios hechos por Lula, creo que asumieron una disputa que Brasil no está en condiciones de encabezar, y que solo lo puede perjudicar, sin lograr nada a cambio. Esta actitud de comprarse problemas que corresponden a otro nivel y categoría, que supera lo que es Brasil hoy y que probablemente seguirá siendo por algún tiempo, es algo que también ha estado presente en el protagonismo de Alexander de Moraes, quien llegó a la Corte Suprema, sin haber tenido trayectoria suficiente como juez, lo que se ha notado en su desempeño, en aciertos y errores, y también en la ambición que ha mostrado, partiendo por la forma como ha arrastrado a sus colegas del Tribunal Supremo detrás de una cruzada personal, donde antes de ser nombrado magistrado, predominaban las designaciones políticas en su trayectoria. El vicepresidente de Brasil, Geraldo Alckmin (REUTERS/Henry Romero) Es así como después de recibirse de abogado, trabajó de fiscal para ocupar cargos públicos en Sao Paulo, que culminan el 2014 con su nombramiento como secretario de Seguridad de ese estado, por el entonces gobernador Geraldo Alckmin, hoy vicepresidente de Brasil, ambos militaban entonces en el Partido de la Social Democracia, de centroderecha. Con posterioridad, Michel Temer quien sucediera en la presidencia a Dilma Rousseff nombra a Moraes miembro del Tribunal Supremo, directamente desde su cargo de ministro de Justicia y Seguridad Pública, sin transición alguna. Y es aquí donde Moraes ha entrado en conflicto no solo con Trump y Rubio por Bolsonaro, sino también con la ley estadounidense siendo sancionado por el Departamento del Tesoro en aplicación de la Ley Magnitsky, concebida para imponer sanciones, sobre todo económicas, a extranjeros considerados culpables de abusos en derechos humanos. El motivo no ha sido solo Bolsonaro, sino principios de gran importancia para EEUU y en virtud de ellos ha entrado también en conflicto con socios y aliados europeos. El primero tiene que ver con toda la protección que EEUU le dedica a sus empresas tecnológicas, existiendo resoluciones de Moraes que han atacado a empresas como también a empresarios como Elon Musk, además de afectar la neutralidad de la internet asegurada, al igual que la extraterritorialidad de sus servidores californianos, en la Ley 230 que proviene de los 90, y para ponderar la importancia que se le atribuye, basta con indicar que Trump hizo olvido de la censura de la que fue objeto por parte de estas empresas para establecer una alianza con sus propietarios en esta nueva etapa. A mayor abundamiento, en este conflicto entre la ley estadounidense y la brasileña, EEUU se ha transformado en prácticamente la única potencia que ha convertido a la bandera de la libertad de expresión en un objetivo de política exterior semejante a lo que fueron los derechos humanos en el gobierno de Jimmy Carter, estableciendo un marco donde es difícil distinguir como Alexander de Moraes puede ganar una contienda así establecida, tanto que el subsecretario de Estado Christopher Landau y funcionario de larga data, lo ha acusado de querer “destruir” la relación entre ambos países. ¿Hay salida? Da la impresión de que a veces predominara la idea que es una guerra que no puede ganar Brasil, sobre todo, cuando se observa la rapidez con la que la Unión Europea cedió en el tema de los aranceles, a partir de lo mismo que ha aceptado China desde el primer día, que por injusto que parezca, ningún país puede darse el lujo de quedar afuera del mercado estadounidense. Pero, por otro lado, rápidamente se imponen necesidades políticas de confrontar a Trump, toda vez que, en octubre de 2026, hay elecciones generales donde Lula será candidato, y para ello, arroparse con la bandera siempre suma votos en Latinoamérica, sobre todo, porque hoy no figura bien en las encuestas. El presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva, en la ceremonia de firma de un acuerdo bilateral con el presidente de Nigeria, Bola Tinubu, en el Palacio de Planalto, en Brasilia (REUTERS/Adriano Machado) Mi impresión es que hay una salida, y que ella pasa por hacer justo lo que no se ha hecho, entender cuan escasa fue la ventaja de Lula al ser electo, que tiene por delante una contienda cuesta arriba, y que de lo peor que podría pasar es dejar afuera por secretaria a Bolsonaro, imitando lo que fracasó en EEUU, al mismo tiempo que el camino es rescatar lo mejor que tiene el sistema democrático que es la búsqueda de consensos y la resolución pacífica de los conflictos. El Supremo Tribunal Federal ya anunció la decisión de enjuiciar al expresidente por presunto intento de golpe de Estado después de perder las elecciones, pero sobre lo cual no se han aportado evidencias suficientes como para justificar los cinco delitos de los que se le acusa y los largos años de cárcel que podría recibir, y donde quizás un acuerdo político que incorpore elementos de amnistía que se discuten en el Congreso podría ser un elemento por considerar. Hoy, Brasil no parece poder ganar, ubicado como está en un problema, consecuencia de haber tomado un camino de confrontación que lo ha puesto en un lugar donde no había estado antes, y donde la salida la ha mostrado Confucio cuando dijo que “si odias a una persona entonces has sido derrotado por ella” y “el problema de buscar la venganza es que se necesita cavar no una, sino dos tumbas”. Máster y PhD en Ciencia Política (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)
Ver noticia original