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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/08/2025 05:01
Lady Di y Dodi Al-Fayed en su travesía por la Costa Esmeralda italiana (GROSBY GROUP) El calendario marca otro aniversario de una madrugada trágica. Diana Spencer, conocida mundialmente como Lady Di, encontró su final en las primeras horas del 31 de agosto de 1997 en París, tras una última jornada marcada por la exposición mediática, la búsqueda de una nueva oportunidad sentimental y sus eternos conflictos con la Corona británica. La reconstrucción de sus últimas horas junto a Dodi Al-Fayed revela el clima asfixiante de vigilancia y persecución que selló su destino. Desde el Mediterráneo hasta París: el fin de un viaje y el preludio de la tragedia Las últimas horas de la princesa de Gales y Dodi comenzaron envueltas en el lujo y el aparente sosiego de la Costa Esmeralda italiana a bordo del Jonikal, el imponente yate de Mohamed Al-Fayed. Nacido en 1955 en Alejandría, Egipto, Dodi Al- Fayed era el hijo único del magnate egipcio y la escritora saudita Samira Jashogyi. Él estaba destinado a ser el heredero de los grandes almacenes londinenses Harrods, el Fulham Football Club y el Hotel Ritz de París. Sin embargo, la producción cinematográfica era su principal ocupación. Había impulsado películas como “Carros de Fuego”, galardonada con cuatro Premios Oscar en 1982, entre ellos Mejor Película y Mejor Guion Adaptado, y “Hook (El capitán Garfio)”, la versión de Peter Pan bajo la dirección de Steven Spielberg. Después de unos días de vacaciones en las aguas del Mediterráneo, la pareja murió huyendo de los paparazzis por las calles de París (GROSBY GROUP) Por nueve días, la pareja había navegado por el Mediterráneo, una travesía que, aunque privada, no logró escapar del radar de los paparazzis. El viaje en el Jonikal representó un paréntesis en su lucha por tener privacidad. Sus hijos, William y Harry, pasaban las semanas en Balmoral, siguiendo la agenda de la realeza, mientras Diana intentaba reconstruir una rutina lejos de los rigores de la Corona. El noviazgo con Dodi ofrecía un contexto aún más interesante para la atención mediática: era consciente del desagrado que esa relación podría producir en la familia real y no desestimaba el impacto que tendría en la opinión pública británica. En la mañana del sábado 30 de agosto de 1997, la pareja desayunó con vista al mar. Las fotos de esos últimos momentos de serenidad serían, poco después, tapa de revistas de todo el mundo. El entorno de lujo no alcanzó para disipar la sensación de constante vigilancia. Finalizado el desayuno, una lancha los trasladó al muelle y, desde allí, abordaron un Mercedes Benz blanco rumbo al aeropuerto de Olbia, Cerdeña. Mohamed Al-Fayed puso a su disposición un jet privado, con un sello visible de Harrods en sus costados, con destino a París. Diana y Dodi eran constantemente perseguidos El aterrizaje en Le Bourget fue el verdadero quiebre entre la privacidad y el asedio total. Un contingente de fotógrafos se agolpó en la terminal, situación que desató la molestia de Dodi: la persecución se convertía en un obstáculo insalvable. La incomodidad y la tensión pasaron a dominar el clima de las siguientes horas, desplazando la calma que hubieran experimentado en el Mediterráneo. París: la ciudad sitiada por los paparazzis y el peso de la Corona A su llegada a París, la princesa y Dodi se instalaron en la Suite Imperial del Hotel Ritz, propiedad de los Al-Fayed, rodeados de un aparato de seguridad privado que debía resguardarlos tanto del peligro físico como del incesante interés mediático. Cada movimiento quedaba inmediatamente registrado y compartido con agencias de noticias. Video de seguridad del hotel Ritz con Diana y Dodi Al-Fayed (The Grosby Group) La corona inglesa le ofrecía a Lady Di protección estatal a un alto precio, que significaba una vigilancia severa y, sobre todo, reporte permanente a su exmarido, el Príncipe Carlos. Por esa razón, sistemáticamente rechazaba esa custodia: para ella, la libertad personal valía más que la seguridad regida por ojos ajenos. Durante la tarde y la noche del 30 de agosto intentó mantener momentos de normalidad –encargos de regalos para sus hijos, salidas planificadas a restaurantes, llamadas privadas a amigos–, pero cada intento terminaba abortado por la presencia acuciante de los medios y el temor creciente. Diana y Dodi nunca lograron salir a cenar lejos del acoso. En cada desplazamiento, los paparazzis los seguían, se apostaban en entradas y salidas, e incluso bloqueaban el paso a pie e impedían maniobras sencillas como abrir una puerta. La presión escaló a niveles tan inhabituales que Dodi, furioso, exigió explicaciones a su equipo de seguridad y urdió planes para despistar a la prensa mediante vehículos señuelo. Mientras tanto, Diana manifestaba un agotamiento notorio, mezcla de agotamiento físico y emocional. Los intentos de darle un giro a su vida amorosa, lejos de producir una liberación, intensificaron la persecución mediática: la idea de rehacer su vida con Dodi chocaba de lleno con los prejuicios sobre la religión y el origen de su pareja, un factor que sumaba tensión a su ya conflictiva relación con la nobleza británica. La pareja salió apenas pasada la medianoche del 31 de agosto de 1997 del Hotel Ritz. Iban al departamento que él tenía cerca del Arco del Triunfo. REUTERS/File Photo La noche de la persecución y el fatal accidente en París Cuando la noche alcanzó su punto álgido, la pareja tomó una decisión que sellaría la tragedia. Debían trasladarse al departamento privado de Dodi para recoger equipaje y descansar antes del próximo viaje a Inglaterra. Para lograrlo sin la omnipresencia de los medios, optaron por salir del Ritz en dos vehículos: el principal, ocupado por guardaespaldas, sirvió de señuelo y avanzó por la puerta principal, mientras que Diana y Dodi, junto con el jefe de seguridad Henri Paul y el guardaespaldas Trevor Rees-Jones, abordaron un Mercedes Benz negro por la salida trasera. El plan fue rápidamente frustrado por la astucia de los paparazzis. El Mercedes emprendió una carrera contra el tiempo y la vigilancia. El chofer, Henri Paul, superó los límites de velocidad permitidos, con la esperanza de despistar a sus perseguidores. Casi 190 kilómetros por hora. Motocicletas y coches, ocupados por fotógrafos, flanquearon al vehículo por varios tramos. El trayecto se transformó en una persecución al estilo cinematográfico. Avenida Cambon, Plaza de la Concordia, avenidas Course la Reine y Albert I, túnel debajo de la Plaza del Alma, y 23 minutos después de medianoche Henri Paul pierde el control, bruscamente pasa al carril izquierdo, y sin bajar la velocidad se estrella contra una columna de hormigón, la número 13. Dodi Al-Fayed y Henri Paul murieron en el acto con fracturas de columna vertebral. La princesa Diana, permaneció consciente. Un médico que se encontraba por allí le dio oxígeno. Una ambulancia tardía –más de las dos de la mañana– la llevó al Hospital Pitié-Salpêtrière. Su cuadro era insalvable: el corazón, desplazado, desgarró el pericardio y la arteria pulmonar. Murió a las 4:30 de la madrugada. Solo Trevor Rees-Jones, aunque gravemente herido, sobrevivió al accidente. La muerte de Diana sacudió al mundo como ninguna otra noticia de finales del siglo XX. El Mercedes Benz negro en el que Ladi Di, su novio Dodi y el jefe de seguridad Henri Paul perdieron la vida (The Grosby Group) Duelo mundial La noticia se expandió con velocidad inusitada. La BBC y todos los canales internacionales interrumpieron sus emisiones para anunciar el fallecimiento de la princesa de Gales. En Londres, la multitud se congregó frente al Palacio de Kensington, acumulando más de un millón de ofrendas florales en tributo. El fenómeno provocó una reacción de masas que impactó dentro y fuera del Reino Unido. En contraste, la corona británica exhibió reticencia y frialdad inicial. La Reina Isabel II resistió celebrar un funeral oficial, alegando que Diana había dejado de formar parte de la familia. El volumen de condolencias, el fervor colectivo y el escrutinio internacional terminaron por invertir esa decisión: la transmisión del funeral fue seguida por 2.500 millones de personas. Este evento se encuentra entre las retransmisiones televisivas más vistas de la historia. La conmoción generada por la muerte de Lady Di aún permanece en la memoria colectiva. Las investigaciones oficiales, llevadas a cabo por la justicia francesa y, años más tarde, por un extenso proceso en Reino Unido, atribuyeron el accidente a una combinación de imprudencia al volante, exceso de velocidad y la presión ejercida por los paparazzis. Aunque proliferaron especulaciones y teorías, tanto el informe galo como la investigación británica descartaron la intervención de terceras personas. El recuerdo de Diana persiste como símbolo de sensibilidad y modernidad en la realeza, marcado por las heridas de una vida expuesta al escrutinio global y un final abrupto que continúa dando lugar a debate y reflexión en la opinión pública.
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