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» Diario Cordoba
Fecha: 27/08/2025 23:27
Septiembre, mes de cuadernos nuevos y viejas deudas, nos devuelve al umbral de la escuela como a una casa amueblada por extraños. Relucen pasillos y rúbricas, se estrenan evangelios metodológicos, pero el nervio del oficio -la autoridad que no humilla, el mentón sereno que afirma- ha sido abdicado en nombre de una compasión que confunde acompañar con desistir. El aula, antes taller de carácter, se torna parque temático donde nadie tropieza y, por lo mismo, nadie aprende. No es autoritarismo -resentimiento con uniforme-, sino autoridad: legitimidad que otorgan competencia y amor. Newman enseñó que educar es introducir en la totalidad; Teresa de Jesús recuerda que «la verdad padece pero no perece». La autoridad exige ejemplo, lectura, paciencia para explicar diez veces y el coraje de calificar sin coartadas. Pero la época, que detesta el juicio porque detesta la verdad, impone eufemismos: evaluación «formativa» sin exigencia, «autonomía» sin deber, proyectos sin cimientos. El niño que jamás oye un «no» llega al mundo como turista ofendido. La escuela, en vez de entrenarlo en la obediencia inteligente -la que prepara la libertad-, lo invita a negociarlo todo, también el teorema y la tilde. Se le pide «construir su conocimiento» como castillo de arena; cuando la marea de lo real lo derriba, le repartimos cápsulas de resiliencia y charlas motivacionales. Nadie le dice que la excelencia pasa por disciplina, memoria y esfuerzo cotidiano; que el gozo del estudio llega, como el pan, tras su levadura. También los padres hemos claudicado: la tutoría deviene litigio, el boletín agravio, el suspenso sospecha. Ortega advirtió que el diletante confunde opinión con ciencia; hoy lo padecemos en formato de reclamación. Los poderes públicos, atentos a la encuesta, rebajan la escuela a servicio y al maestro a gestor de emociones. Abundan dispositivos que prometen milagros mientras las bibliotecas se vacían de lectores y de silencio. Conviene recordar que la autoridad no es privilegio, sino servicio ganado a pulso. Urge proteger la palabra del maestro y pedirle estudio y ejemplaridad. Cicerón dejó un apotegma que no caduca: docendo discimus; enseñando, aprende también el maestro. Y Unamuno -áspero y necesario- nos rogaría salvar almas antes que aprobar estadísticas. Volver en septiembre debería ser acto de contrición y pacto: contrición por lo abandonado -gramática, cálculo, memoria-; pacto para restaurar lo esencial: silencio para escuchar, repetición para dominar, copia para aprender, duda después de haber sabido. La pedagogía sin autoridad fabrica analfabetos con autoestima; la escuela sin maestros engendra adultos incapaces de soportar la realidad. Para salvar septiembre -y el porvenir- bastará quizá una reforma humilde: menos pantallas, más libros; menos eslóganes, más gramática; menos talleres de autoestima, más latín de perseverancia. Y un maestro que no se disculpe por enseñar. *Mediador y escritor
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