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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 26/08/2025 04:31
Fotografía tomada por Franz van Riel y publicada en la revista Caras y Caretas. Luego de su gira por Sudáfrica, pensó que terminaba el periplo. Tendría por delante Argentina y Chile Para la casa real británica, la gira por Sudáfrica del joven Príncipe de Gales, un londinense de 31 años, había sido un verdadero éxito. Planeada para 1924, debió suspenderse entonces por las elecciones locales, donde el gobierno probritánico había sido derrotado por un candidato nacionalista, y había dudas de cómo sería recibido en la nación africana. El de “cara joven de ojos de viejo”, como se lo describió, había llegado el 30 de abril y se quedaría hasta fin de julio de 1925 y en las distintas ciudades que visitó, viajando en dos vagones hechos para la ocasión por Ferrocarriles Sudafricanos, hizo gala de sus mejores dotes, repartiendo sonrisas y saludos cordiales, y dejó a la realeza muy bien parada. Cordial saludo a Regina Paccini, esposa del presidente Alvear que, de galera, mira la escena (Wikipedia) Cuando estaba haciendo las valijas para regresar a su país, su papá, el rey Jorge V le pidió un último esfuerzo; que se diera una vuelta por Argentina y Chile. Un príncipe en el sur del mundo Al príncipe la idea no le gustó nada. La gira había sido por demás agotadora –“el príncipe trabajó como un esclavo”, escribió su secretario a la reina- y realmente quería estar de regreso en Gran Bretaña. Pero al fin de cuentas, era un pedido de su padre el rey. Nacido el 23 de junio de 1894, le pusieron Edward por un tío muerto; también Albert Christian, a pedido de la reina Victoria, y los restantes cuatro nombres -George, Andrew, Patrick y David- obedecen a los santos patronos de las islas británicas. En la familia le decían por este último. Pasando revista a las tropas junto al presidente Alvear (Revista Caras y Caretas) Ostentaba el título de Príncipe de Gales desde 1911, lo que lo habilitaba a sentarse a la derecha del monarca en ceremonias oficiales. Estuvo en la retaguardia en LA Primera Guerra Mundial, para evitar la posibilidad de que los alemanes tomasen prisionero a un miembro de la familia real. A la cabeza en la línea sucesoria del trono, lo preparaban para que, cuando llegase el momento, ese muchacho fuera un monarca a la altura de las circunstancias. Tal vez por eso entre 1919 y 1935 haya realizado una veintena de viajes protocolares a distintos puntos del mundo. El motivo de la visita fue la de devolver la gentileza al presidente Marcelo T. de Alvear, quien el año anterior había estado en Londres. Pero lo que las comunicaciones oficiales inglesas ocultaban era que el joven príncipe traía una misión mucho más delicada: darle un empujón al comercio entre Gran Bretaña y Argentina en momentos en que Estados Unidos se estaba haciendo un lugar en el mercado internacional. Era la segunda visita a Argentina de un Príncipe de Gales. La anterior había sido en 1871, fue de carácter privado, y estuvo quien sería el rey Jorge V. El príncipe junto a Alvear en uno de los tantos actos en los que participó (Archivo General de la Nación) Furor por el príncipe inglés La ciudad de Buenos Aires estaba muy pendiente de esta visita. Cuando en febrero de ese año se confirmó que vendría, se podía conseguir en Casa América a cuatro pesos con sesenta centavos discos con su voz opinando sobre los deportes y del otro lado el himno “God bless the Prince of Wales”, y otros con las voces de sus padres. En La Imperial, en Victoria y Piedras, se promocionaban casimires ingleses a precios increíbles, mientras que la importadora Turner lanzaba al mercado el Te Majestad. El príncipe, al que lo describían de un estilo despreocupado y cordial, enseguida le encontró la vuelta al idioma español cuando tomó algunas clases. Ya algo sabía de alemán, y lo que realmente le costaba trabajo era aprender el francés. Lo recibieron el 17 de agosto de 1925 en el puerto con mucho entusiasmo. Todos recordaron que justo un año antes había estado en el país el príncipe Humberto de Saboya. Sería un año de visitante ilustres, ya que en marzo había estado Albert Einstein. El británico viajaba en el buque “Repulse”, comandado por el contraalmirante King. Un gentío lo vitoreaba mientras se soltaban nubes de palomas desde los edificios más altos. No importaba que intentase sonreír, se había hecho la fama en los países que visitó, de haber protagonizado distintos desplantes, desprecio por el protocolo y dar opiniones para nada diplomáticas. “Estoy francamente harto de los vivas y las exclamaciones y los gritos, casi hieren a veces”, había escrito en su viaje por Sudáfrica. El dúo Gardel-Razzano amenizó el día que pasó en una estancia en la localidad de 25 de Mayo No se imaginó la catarata de recorridos, comidas y fiestas que acá le tenían preparados. Visitó la línea de subterráneos junto a las autoridades del Anglo Argentino; estuvo en un club de veteranos de guerra ingleses y fue el invitado de honor al banquete de la Cámara de Comercio Británica. Además conoció la Asociación Cristiana de Jóvenes, el Colegio San Andrés, el Hospital Británico, la Sociedad Rural Argentina, la Escuela Militar y el Club del Progreso. En Plaza Constitución colocó una piedra fundacional entre los andenes 1 y 2 de obras de reconstrucción de la estación. Y la lista seguía. En la función de gala del Teatro Colón donde dieron la ópera Loreley lo vieron cabecear y otros aseguran que directamente se durmió. También lo llevaron a los teatros Cervantes y Opera, donde dieron “Fruta Picada”, en la que Florencio Parravicini hizo de inglés. En el único lugar donde lo vieron entusiasmado fue cuando presenció un partido de polo en el Hurlingham Club, localidad del conurbano al que fue en un tren especial. Volvió a la semana a esa ciudad para estar presente, tal como lo había prometido, al casamiento de un reconocido jugador de polo. Sin un minuto de respiro. Estuvo en todos lados, en diversas instituciones, homenajes y banquetes. Ansiaba volver a su país “De ninguna manera puedo competir con todo, o ser natural o alegre, cuando no me tratan como a un ser humano”, le escribió a su madre. No era puntual en los eventos que le organizaban. También realizó una gira por el interior. Visitó la ciudad de La Plata, Chapadmalal, Mar del Plata, Junín, Azul, la estancia correntina de Itá Caabó en Mercedes, y luego el establecimiento bonaerense Huetel, en 25 de Mayo. Allí llegó en la mañana del 25 de agosto, fue derecho a dormir y se despertó al mediodía. Lo que lo entusiasmaron fueron las canciones camperas que cantó el dúo Gardel-Razzano y tocó el ukelele. Comió asado con cuero regado con whisky y, según la tradición que cumplían los visitantes ilustres, plantó un árbol. Tango y desfile militar Aprendió a bailar el tango y se hizo fanático de Julio de Caro, quien al año siguiente le mandaría a Gran Bretaña una colección de discos. El príncipe siempre le pedía que interpretase “Buen amigo”, que había compuesto en mayo de ese año. Se habían conocido en la recepción que le brindaron en Ciro’s Club, donde la alta sociedad porteña iba a escuchar y bailar y donde De Caro integraba una orquesta, todos vestidos de elegante smoking. Vistió su uniforme de gala de coronel de la Guardia de Gales para presenciar el desfile militar de quince mil hombres, organizado en su honor, en el que estuvo acompañado por el general José F. Uriburu. Dejó todo por ella, la norteamericana Wallis Simpson Un día sorprendió a todos, especialmente a la delegación británica y a los hombres de Scotland Yard: había desaparecido. Durante una hora había logrado burlar la vigilancia para estar completamente solo. Sostenía que tenía el derecho a tener su vida privada. En los largos actos oficiales se lo vio cansado y aburrido. A todo el mundo les llamó la atención que no sonriese. “No sé de qué puedo reírme”, le escribió a su madre. Cuando visitó la Sociedad Rural, mucha gente concurrió a verlo. Entre ellos, una chica llamada Ernestina Gómez Cadret, quien había ido acompañada por su madre. Le llamó la atención el pañuelo de seda roja con dibujos sobre fondo blanco que sobresalía del bolsillo del gabán del príncipe. Desafió a sus amigas a que se lo pediría. Como no sabía inglés, un británico que estaba a su lado le enseñó la frase para pedírselo y ella la memorizó. Cuando lo tuvo a tiro se la dijo y él, luego de sorprenderse, le respondió, en francés, que estaba usado. Ella, en español, le contestó que no importaba, que lo quería igual. El se lo obsequió. Tenía sus iniciales bordadas en uno de sus extremos. A todos lados donde iba, era rodeado por una multitud. Fue un verdadero caos cuando realizaron una visita a un campo en las afueras de la ciudad. Fueron 66 automóviles que llevaron a funcionarios, periodistas y policías. Solía mantener la cabeza baja mientras conversaba, y como un gesto nervioso se tiraba de los puños o jugaba con su corbata. Fumaba un cigarrillo detrás de otro, dando pitadas cortas. Estaba inquieto e impaciente. Su secretario privado Godfrey Thomas lo vio tan abrumado, que estuvo por cancelar el resto de la gira y volver a Londres. Por las dudas le mandaron un telegrama al embajador británico en Chile, la última escala de la gira, para que acotase lo máximo posible sus apariciones públicas. Un reinado corto El 16 de octubre regresó a su país. Volvería a la Argentina en marzo de 1931 junto a su hermano, y la pasaría realmente mal. Por ese tiempo el calor era insoportable en la ciudad y el hombre, cansado del apretado protocolo, se había tomado la costumbre de aparecer en los actos con dos horas de retraso y con vestimenta inadecuada. Cuando murió su papá, ascendió al trono el 20 de enero de 1936 y antes de la coronación, abdicó el 11 de diciembre del mismo año, para así poder casarse con Wallis Simpson, una plebeya norteamericana que, para escándalo de la realeza, estaba divorciada. Por sus opiniones favorables al régimen nazi, antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, se lo alejó lo máximo posible, nombrándolo gobernador de las Bahamas. Al terminar la guerra su familia lo mantendría en un discreto exilio, donde ya habían quedado muy lejanos aquellos años en que, en sus largos viajes como príncipe de Gales, exigía ser tratado como una persona.
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