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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 25/08/2025 04:42
Dying for sex la historia de Molly Kochan en esta miniserie de Disney La primera vez que Molly Kochan pronunció la palabra “metástasis” en voz alta, se miró al espejo y pensó que le estaba pasando a otra persona. A los treinta y ocho años, esta mujer enfrentaba una recaída de cáncer de mama con metástasis cerebral. Así la “normalidad” de su matrimonio, las risas compartidas frente al televisor y los paseos vespertinos con el perro pasaron a otro plano. La muerte se asomaba en el horizonte, y el deseo estallaba con una vitalidad inesperada. La transformación ocurrió en silencio. El cuerpo que una vez le ofreció certezas se convertía ahora en un territorio de dolor. “¿Cómo vivir cuando sabés que vas a morir?”, le preguntó un día a su mejor amiga. Molly, hasta entonces educadora infantil, esposa y amiga risueña, sintió que la enfermedad invadía sus órganos y su identidad. El cáncer arrasó con su matrimonio. El divorcio llegó poco después del diagnóstico, con una frialdad de trámite. “No es culpa tuya ni mía — le dijo su esposo mientras firmaban los papeles—. Simplemente, no podemos con esto”. Molly, que aún intentaba aferrarse a la vida, percibió la ruptura como la apertura de un abismo inexplorado. La verdadera Molly Kochan en la camilla del hospital (Imagen: Facebook) En ese abismo, una voz incesante exigía respuestas inmediatas: ¿qué hacer con el tiempo que resta cuando ese tiempo es una cuenta regresiva? ¿Qué significa estar viva a las puertas de la muerte? El sexo, la enfermedad y el pánico al olvido El texto de su vida viró abruptamente. Lo que vino después fue una exploración brutal —a veces cómica y otras profundamente desgarradora— de la sexualidad como último refugio ante el olvido. Molly decidió embarcarse en una odisea sexual con más de doscientos hombres. Usó aplicaciones de citas, anuncios sugestivos y una honestidad radical sobre su enfermedad. “Quería sentirme deseada, libre y presente -repetiría en su relato-. No me importaba si me juzgaban o me llamaban loca. Tenía miedo de salir de este mundo sin haber sentido todo lo que aún podía sentir”. El relato se despliega en la intimidad compartida a través del podcast “Dying for Sex”, conducido por su amiga Nikki Boyer. Ningún tema se salva. Molly habla de la vergüenza, el deseo, los límites que el cuerpo enfermo desafía, las miradas de extraños sobre sus cicatrices. Pero, ante todo, la urgencia. Acompañada por Boyer, Kochan atravesó tratamientos, recaídas y una profunda transformación personal. Lo que comenzó como una exploración erótica se convirtió en un manifiesto sobre el deseo, el cuerpo y la muerte. “El sexo se convirtió en mi modo de existencia. Si el placer era lo único que podía controlar, me aferraría a él con uñas y dientes”, relata. Las citas ocurrían en hoteles baratos, departamentos alquilados o, a veces, en el propio coche. El mundo de las apps de citas —Tinder, Bumble, OkCupid— era un mar caótico. Algunos hombres buscaban solo sexo; otros, una conexión a través del dolor. Molly aprendió a contar su historia antes de quitarse la ropa. —Tengo cáncer. Es terminal. Y quiero ser honesta contigo antes de que sigamos —decía, sentada al borde de la cama. Nunca hubo lágrimas en su confesión. Había, en cambio, una determinación implacable. Molly en su peores momentos junto a su amiga con la que grabó el podcast (@dying4sex) El podcast como confesionario El podcast “Dying for Sex”—producido inicialmente por Wondery— se convirtió en una bitácora de supervivencia y en una carta de amor a la amistad. Nikki, la amiga de la infancia reconvertida en confidente y coprotagonista, transitó junto a Molly cada duda, cada experiencia absurda, cada miedo. En un episodio, Nikki la enfrentó con una pregunta demasiado franca: —¿Nunca te sentiste usada?, ¿nunca pensaste que estabas siendo egoísta con tus deseos? Molly rió. —Soy egoísta. Por primera vez en mi vida me lo permito. Nadie que tenga fecha de expiración debería preocuparse por cumplir las expectativas de los demás. Esa honestidad —brutal, radiante— marcó la diferencia con otros relatos sobre la enfermedad. Molly no buscaba inspiración, buscaba sentido. Y en esa búsqueda destiló una verdad incómoda. El sexo es placer y es también una forma de dialogar con el miedo. “Algunas noches lloraba, no por la soledad, sino por la certeza de que ninguna experiencia sería suficiente para llenar el vacío de lo que me estaba dejando atrás”, narró en el podcast. El soliloquio de Molly, su vulnerabilidad a pecho abierto, convirtió “Dying for Sex” en un fenómeno viral. Molly Kochan en un momento de esparcimiento (@dying4sex) El viaje termina, pero la historia queda El podcast fue grabado en los últimos meses de vida de Molly. Su fallecimiento ocurrió en 2019, años antes de que su historia adoptara nuevas formas: el podcast, un libro de memorias, la evocación viral en redes sociales, los artículos internacionales y una serie de ficción recién estrenada. El cuerpo de Molly, marcado por cicatrices y fatiga, se convirtió en el epicentro del experimento radical de vivir sin pedir permiso. “A veces me sentía poderosa. Otras, como una sombra de mí misma. Aprendí que la muerte no es el final, sino una forma de vivir con más lucidez”, confesaba. Su historia llega a los medios con fuerza porque perturba. La narrativa dominante suele pintar a los pacientes terminales como héroes. Molly derribó ese estereotipo. Su honestidad era cáustica y su búsqueda, en ocasiones, incómoda para quienes prefieren el silencio piadoso del duelo tradicional. El cuerpo como frontera El cuerpo de Molly era un mapa de guerra. La mastectomía, las sesiones de quimioterapia, la caída del cabello, los vómitos y la fatiga extrema dibujaban el contorno de una mujer “en transición”. Pero en la intimidad de los encuentros, ese mismo cuerpo se erigía en símbolo de lucha. Había días en que la debilidad la inmovilizaba y solo podía chatear desde la cama. Otros días, la adrenalina de una cita nueva le devolvía por horas una fuerza inexplicable. En una ocasión, tras pasar la noche con un desconocido, Molly despertó y se encontró mirándose en el espejo del baño, medio desnuda, la cabeza rapada y los ojos sombreados por el cansancio. —¿Quién eres ahora? —se preguntó al reflejo. Dying For Sex - Morir de placer (Créditos: FX/vía Disney+) Las fantasías sexuales de Molly no conocieron límites. Algunas citas derivaron en prácticas arriesgadas. Juegos de dominación, sexo en lugares públicos, intercambio de roles. Todo estaba permitido, porque nada tenía ya consecuencias. En el podcast comentó alguna vez: “No hay ninguna regla cuando ya has perdido todo lo que podías perder. Si asusta, probablemente hay que intentarlo”. Una cronista de su propia experiencia Molly documentó su proceso con una transparencia inusual, apoyada por Nikki en grabaciones, notas y luego en un manuscrito que se convertiría en libro póstumo. El acto de narrar era casi tan vital como el de explorar. En sus propias palabras: “Escribo para entender; grabo para recordar; hablo para dejar una huella por si alguien quiere saber cómo se atraviesa la muerte sin dejar de buscar la euforia”. Las redes sociales amplificaron su historia. Mujeres con cáncer, personas en duelo, parejas rotas y sobrevivientes de múltiples heridas encontraron en Molly una voz diferente, incómoda, antiheroica. —Te admiro, pero no sé si podría hacer lo que tú has hecho —le escribió una seguidora, una noche de insomnio. Nikki Boyer la amiga de Molly con la que grabó el podcast (photo by Laura Brett/Sipa USA) —Tampoco sé si yo podría repetirlo —contestó Molly—. Cada día tenía miedo. Solo que aprendí a bailar con ese miedo. La madre de Molly, al conocer la noticia de su enfermedad terminal, comenzó su propio proceso de duelo mientras su hija aún vivía. Las conversaciones entre ambas se volvieron rituales de despedida, espacios para un amor despojado de falsas promesas. —¿Tenés miedo de morir? —le preguntó su madre, en un atardecer cualquiera. —Tengo miedo de no haber vivido. Lo demás ya no me importa. Ningún epílogo: solo preguntas Ni el podcast ni el libro intentaron resolver el misterio de la muerte. “Dying for Sex” es un experimento emocional: ¿qué significa estar viva en una cuenta regresiva implacable? ¿Es posible rebelarse, aunque solo sea desde el placer corporal? ¿Dónde empieza y termina el consentimiento, el deseo, la dignidad, la esperanza? Para Molly, la respuesta era moverse siempre un paso más allá del miedo. “No sé si logré vivir bien, pero sí viví a mi modo”, afirmó en su última grabación. La comunidad que surgió en torno a su historia aún dialoga en foros, redes y grupos privados. Los debates giran en torno a la dignidad, a la honestidad y a la crudeza con que Molly arrojó la muerte sobre la mesa, sin adornos ni mentiras. “Mi muerte no será heroica. Tampoco trágica. Será sencilla, sin aplausos. Lo único que espero es que alguien, en alguna parte, se sienta menos solo por haberme escuchado”, afirmaba Molly en las charlas grabadas con su amiga. La serie protagonizada por Michelle Williams se estrenó el próximo 4 de abril (Disney+) La memoria como resistencia Tras su fallecimiento, la figura de Molly Kochan no se diluyó en la memoria digital. El podcast fue premiado y el libro alcanzó ventas inesperadas. Las preguntas incómodas sobrevivieron a la protagonista. Y este año se estrenó una miniserie basada en la historia de Molly en la plataforma de Disney. “La muerte ya me quitó muchas cosas. Lo único que no puede arrebatarme es mi historia”, dejó escrito Molly en una de sus últimas entradas de diario. Epílogo sin cierre En la última grabación conocida, la voz de Molly suena neutra. El aire se enrarece en el estudio de grabación. Nikki le pregunta, con la voz entrecortada: —¿Te arrepientes de algo? —De no haberme permitido disfrutar antes. La grabación concluye en un silencio largo.
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