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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/08/2025 03:02
Rosa, que llegaba al curso después de repetir en otra escuela, era un sueño inalcanzable para Alejandro (Imagen Ilustrativa Infobae) Hoy es Alejandro quien quiere contarnos en Amores Reales su historia con Rosa. Una que recorrió la columna vertebral de su vida durante más de tres décadas, desde cuarto año del colegio hasta hace algunos meses. Es de esas que se hamacan al compás de los miedos y de los vaivenes desacompasados de los corazones confundidos. Nacido en 1969, Alejandro fue el segundo de tres hermanos de una familia tradicional de clase media de Lanús, provincia de Buenos Aires. De origen alemán por ambos lados, la familia de Alejandro es luterana. A pesar de que la primaria la habían hecho en un colegio privado, para el secundario los pasaron a uno estatal. En cuarto año fusionaron chicas con chicos y, a su clase, justo entró Rosa que venía de repetir el año en otra institución. El tímido rockero y la chica herida “Yo no era exitoso con las mujeres en el colegio. Era rebelde, me vestía raro para el resto, tenía un estilo muy heavy metal. Era una época en la que salíamos de la dictadura y nos gustaba enfrentarnos con la policía. Mis relaciones con las chicas duraban poco. Parecía un tipo duro, pero eso era solo por fuera. Como dicen mis amigos, por dentro soy un dulce de leche. Es cierto que suelo tener cara de pocos amigos, siempre me sorprende la gente que lleva la sonrisa dibujada. Como chico heavy metal, me gustaba la noche, la música, el alcohol, llevaba ropa negra y estaba lleno de tatuajes. Pero solo descontrolaba un poco los viernes y sábados porque después, en la semana, era súper responsable. Con mis viejos siempre hubo buena relación. Aceptaban mi aparente locura, aunque creo que un poco sufrían en silencio. Cuando Rosa arrancó en cuarto año, me gustó inmediatamente. Era el estereotipo perfecto de mujer que me atraía: morocha y de pelo lacio. Estaba saliendo con otra chica, pero la dejé. Enseguida me quise ganar la amistad de Rosa y nos convertimos en amigos. Me parecía una mujer inalcanzable, era como un sueño”. En quinto año llegó el tradicional viaje a Bariloche y con sus compañeros se propusieron escribir, cada uno por su lado, el relato de esa experiencia. “Yo era muy tímido, no me animaba a acercarme a Rosa para decirle que me gustaba. Para mí eso de escribir en el viaje representaba la gran oportunidad para declararle mi amor. En Bariloche hubo ocasiones en las que dudé si hablarle o no. Muchas. Pero no me animé. No pude. Incluso la primera noche de borrachera que me impidió ir a bailar con todo el grupo fue por mi angustia de tenerla tan cerca y tan lejos a la vez. De regreso a Buenos Aires, en la redacción de las crónicas me liberé y expuse todos mis sentimientos. Con Rosa compartimos nuestros escritos. Al leer mi versión ella se enteró de lo que yo sentía. Sin embargo, su respuesta fue el rechazo. Había tenido una experiencia anterior que la había hecho sufrir demasiado y había quedado con mucho miedo a fracasar. Eso creí entender. Insistí, pero en innumerables ocasiones me repitió que me veía como solamente como un amigo. Sus palabras las viví como puñaladas directas a mi corazón. Terminó la secundaria y empecé a sufrir por no verla todos los días. Pinté varios paredones cercanos a su casa con frases como Ni el tiempo ni la distancia cambiaran mis sentimientos”. Verse de lejos y poco más Alejandro se anotó para estudiar en la UBA: “Primero empecé abogacía. No me gustó y me cambié a contador público”. Alejandro no disfrutaba de esta etapa. Se sentía un número en la universidad y extrañaba demasiado la camaradería del secundario. Finalmente, terminó pasándose a una facultad privada más cerca de su casa. En el mientras tanto siguió intentando ver a Rosa: “La acompañaba, como amigo, a sus cursos de mecanografía, por ejemplo. Pero ella siempre me ponía límites. Eso me sumió en la más espesa oscuridad. El alcohol se convirtió en mi refugio. Mi vida cayó en un pozo profundo y crucé algunos límites de los cuales me avergüenzo hoy en día”. Con Rosa siguieron siendo amigos. De hecho, el grupo que armaron con los egresados, se reunía cada tanto. Pero bueno, como ella no se había jugado por él, Alejandro terminó por cambiar de página para salir a flote. “Pensé que su negativa era algo definitivo”, asegura, “Me recibí a los 26. Mis amigos heavy metal se mataban de risa porque me veían estudiando para contador y decían que yo era como Dr Jekyll y Mr Hyde. Esa dualidad entre lo que me gusta y mi trabajo me acompañó siempre. Convivo con los roles preasignados y hasta me causa gracia porque amo mi profesión. Empecé a trabajar primero en una mutual, pero ahora llevo 36 años en una multinacional”. Finalmente fue en la universidad privada que conoció a Liliana. Era dos años más joven que él. Se pusieron de novios. “Rosa cada tanto aparecía en las reuniones de ex alumnos del colegio o con algún mensaje de cumpleaños o para las fiestas navideñas. Solo eso. Varias veces, cuando viajaba con mi novia Liliana en el tren, nos cruzábamos con Rosa y nos saludábamos de lejos”, reconstruye Alejandro. Pasado pisado. Eso se decía en el colegio. Alejandro se había acostumbrado a verla de otra manera y a la distancia. Era una amiga de una época lejana que no había querido ser su novia. Punto final. Saberes del otro En 1997 Alejandro se casó. Por supuesto invitó a sus compañeros de colegio a la fiesta, Rosa incluida. Al año siguiente, fue ella la que se casó y también lo invitó. La relación era muy civilizada. Ambos se invitaron a sus respectivos casamientos, con un año de diferencia (Imagen Ilustrativa Infobae) Alejandro con Liliana continuó con su vida de una manera tradicional: cuatro hijos y hasta la fecha lleva 28 años de casado. “Sigo con la cara y la sonrisa difíciles, pero el entorno me obligó a adaptarme. El monstruo de la rebeldía que llevo dentro (se ríe) fue domesticado. Además, cuando entré a trabajar a la compañía tuve que abandonar el pelo largo, la ropa negra, esconder mis tatuajes y pasarme al traje”, confiesa con humor. Por su lado, Rosa siempre trabajó en cuestiones sociales y siguió vinculada con la iglesia luterana donde conoció a quien fue su marido. “Ella siempre estuvo muy conectada con la iglesia y, lamentablemente, ahí conoció en alguna misión a un payaso violento. Le fue pésimo. Era un sujeto golpeador. Se separó después de tener tres hijas”, cuenta Alejandro sobre lo que se iba enterando por el grupo y en las reuniones de ex alumnos que se llevaban a cabo dos veces al año. Los pormenores de la vida de Rosa le parecieron inquietantes y se lamentó por ella. Vengo a ofrecer mi corazón Fue cuando se cumplieron los 30 años de haber terminado la secundaria que, con sus ex compañeros, convocaron a una gran reunión. Pidieron que si alguno había conservado algún diario del viaje de egresados lo llevara para recordar viejos tiempos. En la reunión de los 30 años después de egresar llevaron los diarios que habían escrito en quinto año (Imagen Ilustrativa Infobae) “Lo cierto es que aquella consigna de quinto año sobre escribir un diario, un relato personal sobre cómo lo habíamos vivido, la habíamos cumplido solo dos alumnos de los 30 que éramos. Rosa y yo. Así que lo que pasó fue que antes de esa reunión los intercambiamos por mail. Yo no quería leer el mío en público porque quedaba claro lo que había sentido por Rosa. Ella me pasó el suyo y lo imprimí. Cuando mi mujer se fue a dormir esa noche, me quedé en el comedor de diario, leyendo. El relato tenía nuevos párrafos agregados en negrita sobre las antiguas anotaciones y cuatro páginas más que el original. Ella había sumado más vivencias. No era la versión original sino una editada 30 años después. Ahí Rosa contaba un montón de situaciones que en su primera versión había escrito de manera más aséptica. En esta última agregó sentimientos. Por ejemplo, lo que había sentido al verme bailar con otra chica. Era como un desahogo profundo donde ella terminó confesando que siempre había estado enamorada de mí, solo que por miedo a repetir una historia fallida no se había animado a admitirlo. Esas declaraciones suyas por escrito me produjeron una conmoción brutal. No entendía por qué me venía a contar todo tres décadas después. Me largué a llorar como un chico. Yo ya estaba casado y con cuatro hijos; ella casada y con tres hijas. ¿Qué sentido tenía venirme a enterar ahora que, en aquel momento, ambos nos amábamos?”. Rosa más tarde escribió lo que había sendio al verlo bailar con otra chica (Imagen Ilustrativa Infobae) Alejandro, el heavy metal duro y recio lloraba apoyado en la mesada de la cocina. No dudó y minutos después tomó el celular: “Le mandé un mensaje por WhatsApp. Le dije: tenemos que vernos, necesito explicaciones. Terminamos coordinando un encuentro. Ese día se subió a mi auto y nos abrazamos durante diez minutos sin decir nada de nada. Después seguimos conversando de su miedo al fracaso. Ella se excusó diciendo que no había sabido cómo dar marcha atrás para revertir su primera negación a nuestra relación y que, después con el paso del tiempo cuando vio que yo había armado mi familia, simplemente desistió”. En realidad Rosa había desistido antes de siquiera intentar nada. Había estado bloqueada emocionalmente, pero ahora, en su nueva etapa de separada, deseaba concretar lo abandonado. “Yo tenía doscientas mil preguntas para hacerle. Esta vez, en esta etapa de la relación, sí que pasamos a la acción. Nos besamos y, bueno, terminamos en la cama. Tuvimos muchos encuentros sexuales donde la pasamos muy bien. Yo experimentaba la carga pesada de que nunca le había sido infiel a mi esposa. No era para nada cómodo. Pero al mismo tiempo sentía una tremenda necesidad de cerrar el círculo de mi vida. Esa situación me movilizaba, pero con el paso de los meses me di cuenta de que estábamos confundiéndonos”. Todo empezó con un beso y terminaron teniendo sexo. Alejandro nunca le había sido infiel a su esposa (Imagen Ilustrativa Infobae) En esos encuentros furtivos Rosa le llevó un día todas las cartas que se habían enviado en los años 80. “¡No podía creer todo lo que ella tenía guardado! Había acumulado como tesoros hasta los regalitos que yo le había llevado cuando viajaba de mochilero. Las cartas eran muy explícitas sobre mis intentos de convencerla para tener una relación de pareja y sobre su negativa. Esa noche en que releí todo pensé inmediatamente que Rosa tenía un mambo tremendo. Me las quiso dejar, pero yo le dije que no. Que las iba a tener que tirar porque no podía tenerlas en un cajón de mi casa”. Ella le entregaba el corazón envuelto en papeles de antaño, pero ahora era él quien decía que no y ponía un límite. Por supuesto, Rosa se ofendió. La imaginación del amor adolescente desde el mundo adulto se veía de una manera diferente para Alejandro. El pasado no era lo que había sido, ni se acercaba a lo que pensaron que podría ser: “Interpretábamos las cosas de distinta manera. Veíamos nuestro nuevo vínculo devenido en relación de manera muy diferente. Ella apostaba a que yo rompiera con mi vida e iniciara otra con ella. Para mí no era así. Yo la valoraba y apreciaba mucho, pero estaba contento con lo que había construido y no quería romper con todo eso. Quiero a mi mujer. La elegí. En esta confusión Rosa comenzó a exigirme y a expresar que se sentía usada para el sexo. De ninguna manera, le dije. Pasaba momentos hermosos con ella, eso no era usarla. Pero no le alcanzaban mis explicaciones, ella se lastimaba con esa relación híbrida. No niego que lo sexual era importante para mí, pero ella no era una mujer cualquiera, yo tenía un lazo sentimental profundo con Rosa. Entendí que lo más sano era dejar de vernos”. Rosa esperaba que Alejandro rompiera con su mujer y empezara una nueva vida con ella (Imagen Ilustrativa Infobae) El pasado al tacho de basura La relación de Alejandro y Rosa no siguió adelante. El reencuentro de los compañeros de colegio, con idas y vueltas, duró casi un año antes de que le pusieran el broche final y se despidieran. Lo más doloroso para él fue darse cuenta de que había perdido a su amiga Rosa en esa aventura fracasada: “No pudimos seguir siendo amigos y a las reuniones cuando voy yo, ella no va y viceversa. Lo lamento, aunque entiendo que no me quiera ver si aún no cerraron sus heridas. Hace un tiempo tiré a la basura el ejemplar de ese diario impreso de ella. Era para problemas. No quiero tenerlos porque soy feliz con mi vida.” Le pregunto qué significó para él esta segunda etapa con Rosa: ¿Fue amor por un rato a la sombra de la infidelidad o solo un recuerdo de lo que nunca había podido ser? “No sé. No te puedo responder eso. No lo puedo definir. No me movilizó lo suficiente. En el fondo soy un tipo conservador y poner en juego mi vida construida no tenía sentido. Ya no sentía aquel amor que había experimentado a los 17, 18 o 19 años. Yo no la seguía amando, ella era algo del pasado. De todas formas, leer lo que Rosa había sentido en Bariloche me conmovió hasta los cimientos y fue lo que me llevó a esa situación. Cuando la relación se concretó, me di cuenta de que para ella todo seguía congelado en el pasado. Para Rosa los sentimientos seguían vigentes, inmutables. Para mí no, nada que ver. Yo que siempre había creído que aquel rechazo había sido sincero, había construido mi vida en la que era feliz”. Solo dos mujeres, ex compañeras de ellos, supieron lo que pasó entre Alejandro y Rosa. Él lo explica: “Cuando la relación con Rosa comenzó necesitaba la opinión femenina de alguien confiable. Ellas fueron muy sinceras y me dijeron que si nos sentíamos bien, adelante, pero que evitáramos lastimarnos”. Alejandro esgrime ser un hombre de convicciones firmes: “Estoy enamorado de mi mujer. Puedo coquetear con el descontrol, pero sé muy bien adónde quiero ir y dónde me tengo que parar. Nunca pensé en separarme. Tampoco Rosa me lo planteó, pero creo que lo esperaba. Mi mujer, por supuesto, no se enteró. Creo que no me lo hubiera perdonado. ¿Qué pasaría si fuera al revés y yo me enterara algo así de mi mujer? Me dolería demasiado. Por eso jamás le contaría nada. Creo que todo este tema podría explicarse por la monotonía en que, a veces, te ahogan las relaciones largas en el tiempo. Estás un poco aburrido, una mujer que te gustó mucho te llama y te dice que te desea tanto y que quiere tener sexo con vos… Te sentís valorado y eso rompe con tu rutina. Te enloquece un poco. Podría decirte que la aventura con Rosa me sirvió para valorar más lo que tengo. Por un poco de sexo con el pasado, con lo que no fue, con lo que no se dio, no vale la pena perder lo que con tanto esfuerzo construiste”. *Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com * Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas
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