21/08/2025 09:14
21/08/2025 09:13
21/08/2025 09:11
21/08/2025 09:11
21/08/2025 09:11
21/08/2025 09:11
21/08/2025 09:10
21/08/2025 09:10
21/08/2025 09:10
21/08/2025 09:10
» Comercio y Justicia
Fecha: 21/08/2025 05:12
Por Ayelén Ochoa (*) Para entrar sin rodeos: fue la curiosidad la que me llevó a investigar y estudiar hasta encontrar un camino desde y hacia la mediación. Podría decir que estoy en un proceso de aprendizaje continuo, como quien camina sabiendo que se hace camino al andar. Pero esta travesía es diferente a la realizada en otras profesiones, acá encontré personas con mucha calidez humana, abiertas a escuchar, enseñar y proponer desde un deseo genuino de compartir sin tener que competir. Este recorrido me invitó a reflexionar sobre cuántas cosas aún quedan por pulir: desde reconstruir nuestros perfiles profesionales de base —el de profesora y abogada, en mi caso— hasta repensarnos como personas y mediadores. Apareciendo preguntas constantes: ¿a qué aspiro en la vida?, ¿qué tengo para aportar?, ¿vale la pena el esfuerzo de hoy por un futuro incierto? ¿qué privilegios me trajeron hasta acá? ¿cómo puedo ser más asertiva al comunicarme? Sin exagerar hablo de repensarnos como mediadores y, sobre todo, como personas, porque la mediación nos atraviesa. Me animo a decir que es una práctica hermosa, con potencial transformador, que nos invita a pensar el derecho desde una lógica más colaborativa. En un tiempo en el cual palabra “conflicto” suele asociarse con enfrentamiento, la mediación propone otro lenguaje: el de la construcción a través del diálogo, la escucha activa, el reconocimiento mutuo, la valoración del tiempo (propio como ajeno) por ejemplo al llegar a horario a una reunión. Me gusta considerar a la mediación como un espacio que, más allá de la confidencialidad, puede proyectarse hacia otras esferas de la vida cotidiana. Con su flexibilidad trasciende los ámbitos formales. Nos interpela. Nos invita a revisar nuestras decisiones, nuestras palabras, nuestros vínculos: ¿por qué dejé de hacer esto?, ¿qué estoy queriendo decir con aquello?, ¿qué estaría dispuesto a ceder para…? De alguna forma, nos empuja a intentar ser mejores personas, o al menos, a revisar nuestras certezas. Construir, deconstruir, levantarnos y volver a preguntarnos: ese es un ejercicio diario que invito a todos a realizar. El famoso “¿para qué?” puede empezar a brindarnos algunas luces en el camino. En este punto, resuena la pedagogía crítica de Paulo Freire, quien nos recuerda que la reflexión verdadera conduce a la acción y por consiguiente a transformar el mundo… ¡Seamos un poco utópicos y mediemos para esto! Para también construir sentido, porque detrás de cada número de legajo o expediente hay personas; en la mesa a la que nos sentamos somos personas que, según lo vivido, tomamos ciertas actitudes, y eso es lo maravilloso de dialogar con “el otro” y por qué no con uno mismo; lo que se construyó en algún momento, puede desarmarse y construirse de otra manera, más acorde a las necesidades actuales, según el sentido que le demos. Como sabemos — o al menos espero que tengamos una idea cercana —, la mediación no es magia ni una instancia meramente obligatoria. Es un espacio de construcción. Y en gran parte, su proceso dependerá de nosotros: de cómo se construyó el conflicto, pero también de cómo construimos nuestras reacciones frente al enojo, la frustración o la (in)justicia. Desde esa mirada, se hace inevitable evocar a Pierre Bourdieu y su noción de “estructuras estructurantes y estructuradas”. Nuestra mirada sobre el conflicto está atravesada por nuestra historia, la cultura, las relaciones de poder y demás. No somos sólo sujetos de decisiones individuales, también somos producto del contexto. Como mediadores ¿Estamos en piloto automático en nuestras capacitaciones o logramos aprovecharlas como espacios para ejercitar la escucha y el aprendizaje profundo? ¿Desde dónde nos sentamos, literal y simbólicamente, en cada charla, curso o ateneo? Al momento de invitar a las partes a las reuniones, ¿cómo lo hacemos? ¿Influye en nuestro estado de ánimo tener una mediación tras otra? ¿Necesitamos espacio entre reunión y reunión para poder centrarnos y dar lo mejor? Entonces hago una pausa y pienso: nosotros también somos parte del entramado. Los colegas, los centros de mediación —privados, públicos, judiciales—. ¿Qué tipo de cultura jurídica estamos ayudando a construir? Vivimos en una sociedad acelerada, marcada por la inmediatez, que muchas veces traslada al juez —como figura externa y distante— decisiones que son profundamente personales. Esperamos que otro se haga cargo, que otro resuelva. Pero el conflicto no es sólo un trámite: es una oportunidad. Una posibilidad de transformación. En esta práctica (bien practicada) encontramos un ámbito propicio para respirar y mirarnos antes de hablar como previa al famoso “ponerse en sus zapatos”. La mediación es terreno fértil para muchas cosas positivas, y la “novedad” es que lo que sembremos y construyamos va a ser producto de nuestro deseo y posibilidades ¿hay algo más motivador que eso? Hoy, más que nunca, tenemos este valioso recurso: construir nuestras propias soluciones frente a los temas que nos inquietan, que nos preocupan y atraviesan. Podemos asumir la responsabilidad por nuestra vida, una responsabilidad positiva. Como plantean Bush y Folger “La mediación no busca sólo resolver el problema, sino empoderar a las partes y promover el reconocimiento mutuo.” Y cuán necesario es empoderarnos, hacernos responsables y dejar de estar echándole la culpa a lo que hizo o dejó de hacer el otro. Estamos, así, construyendo una cultura de paz. Una forma de abordar los conflictos con humanidad, con flexibilidad, con compromiso. Cada ladrillo que pongamos es importante. Porque así se empieza… preguntando (nos), con respeto y una sonrisa: ¿Qué nos trajo acá? (*) Mediadora, abogada, profesora en Ciencias Jurídicas
Ver noticia original