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  • ¿Alguien duda de la MALA LECHE contra CRISTINA..?? Lean este informe los impresentables y patéticos que hablan en contra de ELLA.

    Parana » NSA

    Fecha: 19/08/2025 19:21

    ¿Alguien duda de la MALA LECHE contra CRISTINA..?? Lean este informe los impresentables y patéticos que hablan en contra de ELLA. Una farsa al descubierto: Las pericias a los cuadernos destaparon la manipulación judicial contra Cristina Kirchner. Las pericias oficiales confirmaron más de 1.500 tachaduras, alteraciones y hasta textos escritos por manos distintas a las del chofer Oscar Centeno. La causa que el macrismo usó para encarcelar empresarios y perseguir a Cristina Fernández de Kirchner se desmorona bajo el peso de su propia falsificación. La escena política argentina vuelve a girar en torno a un expediente que nunca dejó de oler a podrido: los cuadernos de Oscar Centeno, aquel chofer convertido en escriba improvisado cuyas anotaciones sirvieron como columna vertebral de la causa judicial más escandalosa de la era macrista. Ahora, tras conocerse las pericias de la Gendarmería y la Policía Federal, se revela lo que muchos sospechaban desde el inicio: el expediente fue una construcción, una pieza adulterada con más de 1.500 tachaduras, cambios de nombres, correcciones forzadas y, lo más grave, la participación de “otras manos” que escribieron en los cuadernos originales. No se trata de un error de copista ni de detalles insignificantes, sino de un fraude procesal monumental. El peritaje, de más de 300 páginas, ratifica que parte de lo escrito no pertenece a Centeno. Lo dicen los especialistas de las defensas, pero también lo confirman los peritos oficiales. La Policía Federal detalló el uso de líquido corrector, agregados y modificaciones en nombres, direcciones y cifras. La Gendarmería coincidió en que no todo corresponde al “mismo puño escritor”. Dicho sin eufemismos: alguien metió mano en esos cuadernos para fabricar pruebas, orientar acusaciones y sostener un relato funcional a la persecución política. El contraste entre los primeros seis cuadernos y los dos últimos es revelador. En los iniciales, Centeno registra recorridos y horarios propios de un chofer de remis: “salimos de tal lugar y fuimos a tal otro”. Una rutina administrativa para cobrar traslados. En cambio, los cuadernos siete y ocho cambian de tono y hasta de lenguaje. Aparecen los bolsos cargados de dinero, las cifras millonarias que el chofer nunca vio pero que calcula de oído. Se escribe de corrido, no al tiempo de los viajes sino a posteriori, con palabras que —según un estudio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA— no forman parte del vocabulario de Centeno. Todo apunta a que alguien dictó esas partes. El relato del chofer se convirtió, mágicamente, en un guion ajustado a las necesidades de una causa judicial que buscaba, a toda costa, apuntar contra Cristina Fernández de Kirchner. Las tachaduras son un catálogo del absurdo. Donde decía Marcelo, alguien escribió Armando, para arrastrar a Armando Loson. Direcciones reemplazadas, horarios modificados, días alterados. Incluso faltan hojas completas, como si a alguien le incomodara lo que allí estaba consignado. Uno de los apuntados fue Gerardo Ferreyra, de Electroingeniería, incrustado a fuerza de correcciones en el relato del chofer. Se trata de maniobras burdas, pero devastadoras para la credibilidad del expediente. No son “errores” de quien toma notas a las apuradas, son operaciones quirúrgicas para incriminar a determinados empresarios y políticos. El sainete roza lo grotesco cuando se recuerda la versión de Centeno y de su amigo, el policía Jorge Bacigaluppo, sobre la supuesta quema de los cuadernos en una parrilla. Según ellos, todo el material había desaparecido entre las brasas. Sin embargo, milagrosamente, una parte reapareció poco antes de una elección, intacta, sin un solo rastro de fuego. ¿Coincidencia? Nadie lo cree. El trasfondo político es inocultable. La causa fue llevada adelante por el fallecido juez Claudio Bonadio y el fiscal Carlos Stornelli, ambos protagonistas de una estrategia judicial que ya se probó en otros casos: el lawfare. Empresarios detenidos, sometidos a condiciones infrahumanas, recibían la oferta indecente: “si declarás contra Cristina, volvés a tu casa con tu familia”. El propio Stornelli llegó a decir con cinismo que “hay pocas sortijas”, sugiriendo que no todos tendrían el privilegio de salir del calabozo si no colaboraban en incriminar a la ex presidenta. Fue el uso del miedo como herramienta judicial, una extorsión disfrazada de investigación. Las declaraciones arrancadas a los empresarios apuntaban siempre en la misma dirección: el departamento de la calle Uruguay, donde supuestamente Daniel Muñoz —ex secretario de los Kirchner, fallecido en 2016— recibía los bolsos con dinero. El relato tambaleaba desde el inicio. El encargado del edificio aseguró que Cristina nunca volvió allí entre 2003 y 2016, período en el que vivió en la residencia de Olivos. Pese a esa evidencia, la expresidenta se convirtió en el blanco principal del expediente. A Muñoz, sí, le encontraron cuentas en Andorra y propiedades en Estados Unidos, pero de ahí a incriminar a Cristina había un océano de distancia que la justicia macrista no dudó en cruzar. La fotografía de aquel proceso judicial revela el uso más obsceno de la justicia como herramienta de persecución política. No se trató de esclarecer delitos sino de construirlos. No se buscó verdad sino condena mediática y electoral. El macrismo necesitaba un relato que demonizara al kirchnerismo y lo encontró en los cuadernos adulterados de un chofer. La manipulación fue tan grotesca que hoy, con las pericias sobre la mesa, nadie puede sostener con seriedad que esa causa tenga sustento jurídico. El problema es que ese armado judicial no fue inocuo. Hubo empresarios encarcelados, familias destruidas, dirigentes políticos estigmatizados. Y, sobre todo, se instaló en la sociedad la idea de una corrupción monumental, sostenida por un relato que ahora se cae a pedazos. La maquinaria del lawfare dejó heridas profundas en la democracia argentina y aún hoy sigue condicionando la vida política del país. Lo más indignante es la impunidad con la que se manejaron quienes fabricaron esta farsa. Las tachaduras, los cambios de nombres, la aparición mágica de cuadernos supuestamente quemados, el dictado de relatos ajenos al lenguaje del chofer. Todo formó parte de un guion perverso cuyo objetivo fue arrasar con un adversario político. El gobierno de Javier Milei, lejos de cuestionar ese andamiaje, lo celebra y lo revive cada vez que necesita agitar fantasmas contra el kirchnerismo, consolidando un clima de persecución que desnuda la degradación institucional del país. La verdad ya está escrita, pero no en los cuadernos de Centeno sino en las pericias que los desarman. El macrismo armó una causa trucha y la usó como arma electoral. La justicia que debería protegernos se convirtió en un brazo ejecutor de la política más ruin. Y lo que se expone hoy no es solo el fracaso de una operación, sino la evidencia de un país donde el poder manipula pruebas, falsifica testimonios y pone a la democracia de rodillas.

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