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» El Ciudadano
Fecha: 19/08/2025 16:03
Aquellos que no están más entre nosotros solo mueren si se los olvida. Ejemplo de esto es, sin duda, Roberto Sánchez, Sandro, una leyenda popular que aún habita en el imaginario sonoro, musical y estético de nuestro país. Sus canciones ya son clásicos y su voz, con su estilo único, sigue siendo reconocible para la mayoría de los amantes de la música. Si en 2010, el 4 de enero, un shock séptico no se lo hubiese llevado, este 19 de agosto Sandro cumpliría 80 años. Murió en el Hospital Italiano de Mendoza, donde los médicos intentaron todo, pero los años de cigarrillo pasaron factura. Tras haberse sometido a cinco intervenciones luego de un trasplante cardiopulmonar, murió. Más de 50 mil personas lo despidieron en el Congreso y más de 100 mil acompañaron su cortejo fúnebre, saludándolo a su paso y coreando sus canciones, desde la ciudad de Buenos Aires, a lo largo de la avenida Hipólito Yrigoyen, hasta el cementerio de Longchamps. Pero todavía su figura emblemática es ineludible si hablamos de los grandes intérpretes nacionales. En total publicó 52 discos y vendió más de 8 millones de copias. Además, protagonizó 16 películas y consiguió múltiples premios, tanto en la Argentina como en el resto del continente. Aunque para él lo más importante eran “sus chicas”, sus fieles seguidoras: adolescentes de los años 70 que comenzaron a seguirlo en cada show y en su vida. Nunca dejaron de hacerlo y fueron uno de los fenómenos más notables de su carrera. Por la permanencia, él las llamaba “mis nenas”. Cada 19 de agosto se reunían en su casa de Banfield para celebrar el cumpleaños de su ídolo, en un ritual al que llamaron las “batallas del 19”. Montaban guardias desde la noche anterior, bailando y cantando, hasta que Sandro salía, las saludaba y hasta abría un sector de su casa para recibir a un grupo. Es de esos personajes con aura, con ángel, o como se lo quiera llamar a ese toque especial del destino, donde el éxito -entendido como el reconocimiento del público y el prestigio otorgado por los pares- llega por el amor al arte y la determinación que le permitió sobrellevar toda la adversidad que se le cruzó, que no fue poca. Todas las etapas de su vida tienen algo destacable. Hijo de Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo, nació el 19 de agosto de 1945, una mañana fría pero soleada, en la Maternidad Sardá en el barrio de Parque Patricios. Su infancia, su adolescencia y sus primeros pasos en la música los vivió en un conventillo de Valentín Alsina, partido de Lanús. Era hijo único. Sus padres no lo acompañaron demasiado en sus sueños, quizá por pasar necesidades, no tener tiempo para prestar atención o no tener acceso a la cultura. Pero Roberto nunca dejó de soñar. Fue determinante que perdió a su padre relativamente joven, y ese golpe lo obligó a madurar. Superar la pobreza y los prejuicios para convertirse en cantante ya no era una opción, sino lo único que podía hacer. El rock fue algo que le movió su estructura. Fue empleado metalúrgico, aprendiz de joyero y vendedor de damajuanas de vino con su padre. Pero admiraba profundamente a Elvis Presley y lo imitaba. Esas convulsiones, esos movimientos pélvicos impúdicos deshonraron a la puritana moral de la época, pero abrían una nueva era. Y como tantos otros, fue en la escuela pública donde todo cambió. Los inicios de Sandro Su primera ovación fue en el acto escolar del 9 de julio de 1957, cuando su maestra de 6.º grado lo invitó a realizar esa imitación que le había visto hacer en los recreos. Así comenzó su vocación por la música. Con solo 15 años ya empezaba a mostrar su talento arriba de los escenarios. En 1960 formó su primer grupo llamado Trío Azul; luego uno de los integrantes abandonó el grupo y este se convirtió en el dúo Los Caribes -disuelto al poco tiempo- por lo cual Sandro comenzó su carrera solista. En esa época dio origen a la banda Los Caniches de Oklahoma, en la que oficiaba como guitarrista y segunda voz, y ya se destacaba. Más tarde se transformaron en Los de Fuego. En agosto de 1963 grabó su primer sencillo. Sandro fue parte de los que, en 1966, crearon el mítico local La Cueva, en la calle Pueyrredón 1723, en el Once, e impusieron ese espacio como centro de reunión y difusión del rock local, siendo el epicentro de la historia del género. Pero Roberto cambió las camperas de cuero por otras canciones. El año bisagra para su carrera fue 1967 cuando su histórico mánager, Oscar Anderle, le sugirió explorar el perfil baladista que lo acompañaría de allí en adelante. Se anotó en el “Primer Festival Buenos Aires de la Canción”, que se llevó a cabo en el Teatro San Martín. Sin expectativas, se presentó interpretando “Quiero llenarme de ti” y obtuvo el primer lugar. Ese premio le permitió entrar al mercado latinoamericano. La consagración En febrero de 1968 se presentó y ganó en el Festival de Viña del Mar (Chile) y repitió el furor provocado en Buenos Aires. Viña le abrió las puertas de Venezuela, Colombia, Perú, Uruguay, Paraguay, Ecuador, México, Puerto Rico, Costa Rica, República Dominicana. Su éxito llegó también a las comunidades latinas de Estados Unidos. Un hito muy importante en su trayectoria fueron sus presentaciones en el Madison Square Garden de Nueva York. En abril de 1970 actuó en dos recitales frente a más de 5.000 personas. En 1969 compuso uno de sus himnos, “Rosa Rosa”, que vendió dos millones de discos. El juego de palabras entre la flor y el nombre tiene su mito: los que más saben de la vida del Gitano dicen que fue para Rosa Díaz, empleada doméstica de la familia de su productor artístico Jorge López Ruiz, ya que Sandro entraba a la cocina y repetía su nombre para preguntar qué había de almorzar. Así habría surgido su gran hit. El sudor, su risa grandilocuente, su belleza y su imagen viril son su marca registrada, así como la bata roja, que empezó a usar porque debía volver al escenario a cantar algunos bises a pedido del público. Sandro, ya en su camarín, escuchaba las ovaciones y, ante la insistencia, salía nuevamente al escenario, pero vestido con una bata roja. Eso se convirtió en algo habitual y pasó a ser un símbolo. Lo que no muchos saben es que Roberto no creó un alter ego: era auténtico, era él. Sandro era el nombre que le habían querido poner sus padres y que las autoridades no permitieron. Entonces, desde comienzos de la década del 60, Roberto Sánchez se presentó como Sandro. Su apodo “Gitano” también tiene una explicación. Su abuelo paterno tenía ascendencia húngara, de apellido Popadópulos. Al emigrar a España lo cambió por Rivadullas, nueva identidad con la que emigró a la Argentina. Sandro adoptó esa herencia que le valió el sobrenombre de “Gitano”. Pero su apodo despertó controversias, ya que no está confirmado que tuviera ascendencia gitana. No importó. A los ídolos se les perdona todo, o casi. Con los años, ya consagrado y hasta su fallecimiento, vivió en una mansión en Banfield que hoy es la meca de sus seguidoras. El Gran Rex, también, ya que fue sede de sus últimas presentaciones. Ya con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), completó cada uno de los 40 conciertos que planeó. Desde el 16 de octubre de 1998 hasta el 28 de febrero de 1999 lo vieron 130 mil espectadores. Una cifra impresionante. El Gitano lo dio todo arriba del escenario. Los Fabulosos Cadillacs, Andrés Calamaro, Bersuit Vergarabat, Axel, así como Molotov, Aterciopelados, Carlos Vives o José Luis “El Puma” Rodríguez y Ricardo Montaner son algunos de los artistas que han hecho versiones de temas de Sandro. Pero además, músicos de hip hop también han sampleado su música. Ganó el Grammy Latino a la trayectoria en 2005. La revista Rolling Stone hizo un ranking con los 100 mejores temas del rock argentino y su canción “Tengo” estuvo en el puesto número 15. Si uno se pone a recorrer su sonido, es un viaje atrapante. El hammond del comienzo de “Trigal”, la intro de “Porque te amo” o el clima que crea en “Penumbras” o en “Penas” es algo único y que emociona desde la primera nota. Los títulos y los hits son muchos: la alegría de “Una muchacha y una guitarra”, “Ave de paso” y su onda beat o la potencia de su versión de “Como lo hice yo”. Difícil elegir una. Al cerrar los ojos, como inevitablemente sucede, se lo puede ver con un cigarro entre los dedos, con postura de galán y vibrando en cada palabra. Y así será por siempre. Ojalá que las futuras generaciones no lo olviden. Porque un intérprete así no se lo merece. Hay que festejar sus 80 años, porque aún está entre nosotros. Fuente: Tiempo Argentino
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