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  • “Camila mía: Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y abraza tu Gutiérrez”

    Chajari » Chajari al dia

    Fecha: 19/08/2025 07:00

    El 18 de agosto de 1848, Camila O’Gorman y el ex sacerdote Uladislao Gutiérrez, quien había abandonado los hábitos para unirse a la muchacha, fueron fusilados en Santos Lugares por orden de Juan Manuel de Rosas. Camila O’Gorman nació en 1828. Adolfo Saldías la describe así: “Artista y soñadora, dada a las lecturas de esas que estimulan la ilusión hasta el devaneo, pero que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida; y librada a los impulsos de cierta independencia enérgica y desdeñosa, había llegado a creer que era demasiado estrecho el círculo fijado a las jóvenes de su época, y no menos ridículos los escrúpulos de las costumbres y las imposiciones de la moda. Continuamente se la veía dirigirse sola desde su casa a recorrer las librerías de Ibarra, La Merced o de la Independencia, en busca de libros que devoraba con ansias de sensaciones”. Felipe Pigna, en su sitio El Historiador, apunta que a sus 18 años se enamoró del cura de la parroquia del Socorro, el tucumano Uladislao Gutiérrez, de 24 años. De “buena familia”, Uladislao llegó a Buenos Aires con las mejores recomendaciones por ser el sobrino del gobernador de su provincia, Celedonio Gutiérrez, aliado de Rosas. Conocerá al amor de su vida gracias a Eduardo, el hermano de Camila, con quien habían hecho el seminario. Fue en una de esas famosas tertulias de los O´Gorman donde se cruzaron las miradas por primera vez y para siempre. Ni Camila ni Uladislao quisieron contener nada, reprimir lo que les venía desde las ganas, los deseos, los sueños de ser felices a pesar de los infelices de siempre que vigilan morales ajenas sin fijarse en las propias y, por todo y contra todos, decidieron fugarse la madrugada del 12 de diciembre de 1847. ¿Quién tuvo la culpa? ¿La “libertina” muchacha sospechosa para la Iglesia por el simple hecho de ser mujer y por lo tanto portadora histórica de la “tentación demoníaca” que hace sucumbir a las pobres víctimas masculinas? ¿O fue el “desleal” padre Gutiérrez quien planeó aquel terrible acto de libertinaje? Pasado un tiempo desde la huida de la pareja, el padre de Camila se creyó en la obligación de denunciar a su propia hija ante el Restaurador: “(…) para elevar a su superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V. E. hallo un consuelo en participarle la desolación en que está sumida toda la familia. (…) pues la herida que este acto ha hecho es mortal para mi desgraciada familia. El clero en general, por consiguiente, no se creerá seguro en la República Argentina. Así, señor, suplico a V. E. dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que esta infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia (…). El individuo es de regular estatura, delgado de cuerpo, color moreno, ojos grandes pardos y medios saltados, pelo negro y crespo, barba entera pero corta, de doce a quince días; lleva dos ponchos tejidos (…). La niña es muy alta, ojos negros y blanca, pelo castaño, delgada de cuerpo, tiene un diente de adelante empezado a picar. Buenos Aires a 21 de diciembre de 1847”. El provisor de la iglesia del Socorro, Miguel García, se dirige a Rosas tratando de que la cosa no trascendiera los límites del escándalo. Pero el tono de su colega Mariano Medrano es bastante más duro y pide un castigo ejemplar: Uno de los más enérgicos denunciantes del escándalo provocado por la fuga de los amantes era alguien que debería haber guardado un prudente silencio. Pero la impunidad a la que estaba acostumbrado en aquella sociedad de doble moral le daba la tranquilidad necesaria al Deán de la Catedral y director de la Biblioteca Pública, Felipe Elortondo y Palacios, a pesar de su conocido concubinato con Anastasia Díaz, su sirvienta, con quien mantuvo una larga relación por casi veinte años, apunta Pigna. Luego pasó a los brazos de María Josefa “Pepita” Gómez, a la que llamaban la canonesa, con quien tuvo una hija. El mismísimo Sarmiento desde su exilio chileno hablaba en una crónica del cura que iba con “la barragana a la sociedad íntima de Palermo, sirviendo este hecho a mil bromas cínicas en su tertulia”. Es de destacar la hipocresía de este representante de la Iglesia, que se aferraba a los principios dogmáticos para condenar en otros lo que él practicaba cotidianamente y se ve que con bastante dedicación. Se acerca el final Mientras todo esto ocurría en Buenos Aires, Camila y Uladislao huían de incógnito. Su objetivo era llegar a Río de Janeiro, pero la plata no les alcanzó y debieron parar en Goya, en la provincia de Corrientes. Él se hacía llamar Máximo Brandier y ella, Valentina Desan y decían venir de Salta, donde se dedicaban al comercio. Fundaron la primera escuela de Goya en su propia casa y daban cariño, cobijo y todo lo que sabían a las decenas de gurises de la zona. Tanta era la demanda que debieron mudarse dos veces a casas más grandes para albergar a más alumnos. Intentando vivir con naturalidad su amor, el 16 de junio de 1848 fueron juntos a una fiesta y allí el cura irlandés Miguel Gannon reconoció a Gutiérrez y lo denunció al juez de Paz. Fueron detenidos y separados. A Camila la mandaron a la casa de la familia Baibiene y pocos días después, por órdenes directas del gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, ambos fueron trasladados a la cárcel. En el interrogatorio se puede percibir la valentía y la claridad de Camila cuando declara: “Que si este suceso se considera un crimen lo es ella en su mayor grado por haber hecho dobles exigencias para la fuga pero que ella no lo considera delito por estar su conciencia tranquila”. En un principio se pensó en traerlos a Buenos Aires. Se arregló una celda en el Cabildo para Uladislao y un lugar en la Casa de Ejercicios Espirituales para Camila, pero Rosas creyó que eso iba a complicar las cosas y ordenó que los encerraran en celdas separadas en Santos Lugares. Allí volvieron a ser interrogados y ninguno de los dos mostró el arrepentimiento que necesitaba la moralina eclesiástica. Ratificaron su amor en todos los términos posibles. Gutiérrez pidió por la vida de su compañera embarazada, recordando que no había ningún elemento ni en el derecho canónico ni en las leyes de las Siete Partidas que condenara a una mujer en ese estado a la muerte. Cuando supo que no había nada que hacer escribió por última vez en su vida, a la mujer de su vida: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y te abraza tu Gutiérrez”. Como apuntábamos, Juan Manuel de Rosas decidió la condena a muerte y la ejecución de llevó a cabo el 18 de agosto de 1848. Eso sí, a la muchacha le dieron a beber agua bendita para “salvar” al inocente que llevaba en sus entrañas.

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