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  • Un recorrido vertiginoso y desesperado hacia la redención, en la senda de Osvaldo Soriano

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/08/2025 12:53

    Sergio Dubcovsky cuenta cómo y por qué escribió "Las horas marcadas" Más que un disparo de un pistolero solitario fue un grupo comando distribuido a lo largo de los años que francotiraba desde diferentes azoteas y esparció sus huellas para que, a partir de esas ruinas que iba dejando, se pudiera empezar a edificar una novela: Las horas marcadas. No fue, entonces, un disparo sino varios. Enumero esas detonaciones inspiradoras: las charlas con uno de mis sobrinos, Vicente, sobre su trabajo en Tribunales; una visita a un secretario del Ministerio Público Fiscal, Elías Collado, que me contó cómo resolvían casos archivados; las teorías para apostar online de un ex compañero de redacción; los recuerdos de mi abuelo Jack; un día con Pupi y Ricky en una chacra cerca de Zárate; y la puesta en valor -o tal vez la romantización- de la amistad entre varones a través de historias o construcciones que tienen como pilar los partidos de pádel de los sábados con mi hermano Diego y mis otros hermanos, Leandro Legaspi y Mariano Thieberger. Todas esas cicatrices en la memoria, adheridas entre sí, fueron los cimientos, algo endebles, de Las horas marcadas, la novela que Híbrida Editora publicó y que, más allá de todo pudor, me animo a decir sintetiza las otras que escribí: las escritas y también las no escritas; las olvidadas y las frustradas; las imaginadas y las desechadas. A Ariel, el protagonista de Las horas marcadas, lo echan del trabajo y, unas horas después, su mujer también lo echa de la casa. Ese es el punto de partida de un recorrido vertiginoso hacia la redención. Si es que es posible esa redención. La narración fluye dentro de una estructura episódica, atravesada por un monólogo interior fragmentado, inclemente y emocional y verdadero. La superposición del narrador y del escritor, en este caso, es inevitable porque los mundos que se apilan en el relato son los que conozco como varón nacido a fines de los sesentas, criado bajo muchos de los paradigmas que hoy son necesarios revisar o destruir, pero que todavía me definen. Tal vez la decisión más importante que subyace en Las horas marcadas es no dejarse atrapar por el corset de la corrección política y dejarse llevar por la conciencia de los personajes, sus modos de pensar, sus miserias, sus contradicciones, su humanidad. Ariel, su amigo Hernán y los personajes que los orbitan arman un entretejido entre la ternura que despierta el fracaso y la bronca que surge de la inacción y las decisiones incorrectas. Al final de ese túnel en el que ingresan por desesperación, como diría Víctor Sueiro, apenas es iluminado por un ramalazo de esperanza que se intuye al fondo, en la oscuridad. Esa esperanza de la banda de perdedores, primero, es el juego, las apuestas deportivas online, todo un tema de estos tiempos. Adrenalina pura, atajo peligroso al éxito, celada kasparoviana al conocimiento intangible de partidos de cualquier índole. Atrás de estos juegos, como la ruleta, el póker o las maquinitas tragaperras, se esconde el azar para emboscar los sueños y las creencias de que podemos dominarlo. Escribo esa primera persona del plural porque conozco el paño -nunca mejor usada esta expresión- que siempre miré con admiración y temor, con deseo y mesura, con ansiedad y ambición. El editor de "Las horas marcadas" alude a Osvaldo Soriano como guía del estilo narrativo del autor La ilusión, después, se convierte en otra cosa, diferente, ilegal, impúdica, amoral. Ariel cruza una frontera inédita para un hombre de clase media, que todavía está dentro del sistema, pero que apuesta a creer que ese acto deshonesto es uno y solo uno. Piensa ese hecho como un chico que roba caramelos de un kiosco o un adolescente que le cambia el precio a un producto en un supermercado. Las horas marcadas podría representar un sincretismo de mis otras novelas que vieron la luz porque retumba durante todo el texto una primera persona que se tensa al máximo, pero en esta ocasión entremezclada con una trama que se organiza imitando algunos de los atributos del policial negro. En la contratapa, el editor Sergio Criscolo exacerba la idea de que se trata de una novela de género y se anima a encolumnar este texto en el surco narrativo que abrió Osvaldo Soriano. Esa filiación que marca Criscolo, aunque sin duda exagerada, me arranca una sonrisa. Las novelas de Soriano fueron la puerta de entrada a mi universo como lector en la adolescencia. Triste, solitario y final; No habrá más penas ni olvido o Cuarteles de invierno lograron romper la barrera que me separaba de los libros. Soriano, Amado, Fontanarrosa, Vargas Llosa, Medina, Walsh, Puig y Cortázar comenzaron a diseñar en mí un territorio que nunca más dejó de ampliarse y de anexar nuevas zonas, con escritores que fui descubriendo siempre tarde. La novela se escribe desde sus limitaciones. Un lenguaje directo, llano, dentro de una austeridad que busca mandar al frente la emocionalidad de los personajes y darle vértigo a la trama. Las restricciones se observan también en estructuras sencillas que pretenden darle ritmo a la lectura, que por momentos vuele y que por momentos planeé. Cuando vuelvo a leer Las horas marcadas -lo hice varias veces durante el proceso de edición-, encuentro un texto que se fue construyendo capa sobre capa, con aportes que me fueron dando escritores como Macarena Moraña o Mauricio Koch, con miradas muy honestas e inteligentes; Paula Lussi, con una corrección filosa y certera, y el editor, Sergio Criscolo, con un cuidado de la novela tan cariñoso como profesional. Lo único que espero ahora es que el libro haga su recorrido y tenga lectores para completar el ciclo que sueño cuando escribo.

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