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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/08/2025 05:05
Entrevista a Nélida Sérpico, a horas de la condena del asesino de su hijo ¿Qué sentí cuando conocí a Nélida Sérpico? Es difícil de decir, intento procesarlo hasta hoy, porque la sensación no fue una sola, porque debería caminar aunque sea una noche en los zapatos de ella para comprenderla, para ver qué se siente atravesar el infierno sin derrumbarse y enloquecer. La conocí una tarde de agosto de 2014, en un café en Congreso, a pocas cuadras de donde ella trabajaba, limpiando una casa. Yo fumaba mucho en aquel entonces; un atado por día, mínimo. Nélida fumaba más que yo. Se reía con algo de vergüenza al admitirlo. Le era difícil fumar frente a un extraño con quien conversaba por primera vez. Jugaba con el cigarrillo mientras se cubría la boca con la mano derecha para que no se notaran los dos dientes que le faltaban. No los había perdido por falta de atención, por no cepillarse: se los había volado a golpes ella misma. Decidió hacerlo una noche terrible frente al espejo en su casa de Flores, cuando entendió que ya no había vuelta atrás. Ese hueco en su boca era parte de su disfraz, para que su personaje fuera más creíble. Pero ya no lo necesitaba a ese disfraz. Nélida fumaba por incertidumbre, más que nada, por miedo al fracaso, a que todo se le derrumbara otra vez. No sabía que estaba a punto de lograr lo que tanto había buscado. —¿Y ahora qué, Nélida?, le dije. —Eso, respondió: ¿Y ahora qué? Nélida Sérpico en un encuentro con Infobae, año 2019 Así, terminó nuestro reportaje. Le pedí que posara para una foto. Nélida nunca había dado a conocer su historia, nunca había dado una entrevista en su vida: esta era la primera. Andrés Settepani, el fotógrafo que me acompañaba, logró convencerla. Se puso de pie frente a un poste de luz. Miró de frente, aferrada a su bolso de cosas, sin sonreír. Publicamos nuestro reportaje en la siguiente edición de la revista Noticias, en la que trabajaba en aquel entonces, una nota de dos páginas. El título fue: “Cómo atrapar a un asesino”. Días después, encendí la tele. Nélida estaba en el palacio de Tribunales, rodeada de cronistas que habían leído el artículo, conmovidos por la mujer de 57 años que se había infiltrado durante seis años en el submundo de paqueros del Bajo Flores, que peregrinó la Villa 1-11-14 en silencio, por las noches, con un hueco en su boca, sin que su familia lo supiera, sin que su marido Miguel Ángel se entere, para buscar al asesino de su hijo Octavio, el menor de los cuatro que tuvo, hasta que lo sorprendió en un pasillo y lo señaló a una patrulla de gendarmes que pasaba, la mamá convertida en detective. Ese asesino era Facundo Ezequiel Caimo, un matón del Barrio Rivadavia I, en la periferia de la Villa, un pistolero parte de una bandita. Esa tarde, Facundo Caimo fue condenado. El Tribunal Oral N°1, integrado por los jueces Martín Vázquez Acuña, Luis Salas y Alberto Huarte Petite, con la fiscal Mónica Cuñarro como acusadora, lo sentenció a 15 años de prisión. Su historia se convirtió en un símbolo de la lucha contra la injusticia. Nélida volvió a ser entrevistada a lo largo de los años, decenas de veces. Octavio de chico, la foto que Nélida llevó al juicio del asesino para recordarlo El crimen Caimo odiaba a Octavio porque Octavio, grandote y temperamental, lo había vencido. Se habían trenzado dos veces a golpes, mano a mano en el Bajo Flores. Octavio no se dejaba intimidar, no le aterraba la fama de picante de Caimo, parte de una banda de la zona, despreciada y temida por los vecinos, quienes los llamaban “Los Quebrados”. El 22 de diciembre de 2005, Caimo cruzó a Octavio en un pasillo. “¿Viste cómo te regalás?”, le dijo el asesino. Así, tomó su pistola nueve milímetros y le disparó. El tiro le atravesó el cuello a su víctima. Nélida llegó poco después para ver el cadáver de su hijo en el pasillo, casi desangrado. “Alguien me vino a pasar a buscar en un remise para contarme que habían matado a mi hijo. Llegué al barrio y me quedé al lado de su cuerpo. Se hicieron las seis de la mañana y nadie pasaba a llevárselo”, me relató en aquella entrevista. La Policía Federal contó 13 vainas servidas en la escena. Octavio, el menor de los cuatro hijos varones de Nélida, estudiaba en el secundario, trabajaba de cajero durante el dia en un supermercado, ni siquiera era del barrio Rivadavia I: sus amigos vivían allí. Uno de ellos, llamado Patrick, lo acompañaba aquella noche. Caimo le disparó también. En el hospital Piñero, con un tiro en el riñón. Patrick le dijo a Nélida el nombre del asesino. Nélida corrió a la Comisaría 38° a contarlo. “Llame en un rato”, le dijo un policía de turno. Pasó el tiempo. La idea de encontrar a Caimo giraba en su cabeza. “Me habían contado que Caimo paraba por ahí, y fui a seguirlo. Sé que Susana Trimarco se metía en los prostíbulos a buscar a Marita Verón. Hay mujeres que encuentran lo que la Policía nunca pudo encontrar”, siguió Nélida. Comenzó a patrullar el Bajo Flores por las noches. Luego, se dio su metamorfosis, de a poco. Nélida entró en el disfraz. Facundo Caimo, el asesino La búsqueda y el asesino En algún punto de 2011, Nélida salió de su casa, sin dar explicaciones, para posar como una zombie de la pasta base, perdida en los pasillos, donde la banda del matador de su hijo ganaba en poder y temeridad. Los Quebrados del Bajo Flores, supo después la Justicia, habían evolucionado de simples rateros a supuestos aprendices de dealers. Caimo, siempre sospechó Nélida, gozaba de algún tipo de cobertura. Patrick -por cuya tentativa de homicidio, Caimo también fue condenado- no declaró por miedo. El 5 de abril de 2014, Nélida finalmente lo encontró. “Bloqueenle esos pasillos, para que no pueda escapar”, le dijo a los gendarmes en el lugar. Algunos días antes de que el Tribunal Oral Criminal N°1 lo condenara a 15 años de cárcel, Caimo -que llegó preso al juicio- usó su derecho a hablar. Decidió no responder preguntas; prefirió hacer un monólogo de algunos minutos, su defensa pidió que sea incorporado por lectura al expediente. Dijo que no tenía nada que ver con todos los delitos que lo imputaban, que a los chicos a los que supuestamente les había disparado los conocía solo de vista del barrio y que el que disparó fue otro, que trabajó en una remisería y que jugó al rugby, que hacía dos años atendía el teléfono en una agencia de venta de autos, que tenía una familia allá afuera que estaba sufriendo. Decía a veces ser changarín, a veces remisero, ya había sido vinculado a comienzos de 2005 a dos causas por los delitos de homicidio y abuso de armas que tramitaron en los juzgados número 25 y 43 de la Capital Federal de acuerdo a registros del sistema penal: una de las víctimas fue una mujer. Así, Caimo fue condenado y regresó a su celda en el penal de Marcos Paz. Secando a la sombra: uno de los pabellones del penal de Marcos Paz Su historia de violencia allí fue larga. Comenzó días después de que ingresó, el 12 de agosto de 2013, casi un año antes de su condena, cuando fue parte de una pelea que terminó con un herido de faca. Dos meses después de su condena en octubre de 2014, Caimo volvió a pelear dentro del penal, según registros internos: su contrincante terminó en el hospital de la cárcel con una lesión de cuchillo en el brazo izquierdo. Los combates tumberos siguieron con el tiempo en la Unidad N°1 de Marcos Paz: febrero de 2017, otro herido y Caimo acusado; febrero de 2018, una pelea a golpes de puño con otro preso tras volver de la visita; en marzo de 2019 le incautaron un teléfono. El más grave de todos los problemas en su legajo terminó con un muerto. Ocurrió el 5 de mayo de 2014, tres meses antes de su condena, un cadáver en el Pabellón N°1, el de Rodrigo Ruiz Rodríguez. Cuatro picantes fueron a su celda para apuñalarlo hasta morir. Rodriguez ocupaba la número 46; Caimo, la número 49. Nélida vivió su vida, como pudo, siguió adelante con los años. Y un día, en noviembre de 2019, desapareció. El Barrio Rivadavia I, donde ocurrió el crimen de Octavio Nélida desapareció “¿Dónde está?“, le pregunté a Miguel Ángel, su marido, tras meses sin saber de ella. El hombre aseguró que Nélida dejó su casa en el Bajo Flores el mediodía del 27 de octubre para ir a votar al colegio Instituto Medalla Milagrosa en la calle Curapaligüe al 1100. “Nunca volvió”, me aseguró Miguel. Pregunté a sus otros hijos. Tampoco sabían: “Nunca volvió”. Les pregunté si harían la denuncia por su desaparición. No sabían qué responder. Entonces, la hice yo. Me presenté en una comisaría de la Policía de la Ciudad y la formulé. Declaré durante una hora. Horas más tarde, escribí al respecto en este sitio. Lo hice en tercera persona. Me omití a mí mismo de la historia, por pudor tal vez, por una idea del buen gusto periodístico: los periodistas no somos más importantes que nuestros temas. Declaré ante un policía y así fue. La causa, calificada como averiguación de ilícito, estuvo en manos del fiscal Marcelo Ruilópez y su equipo junto al Juzgado N° 43 de Pablo García de la Torre. Miguel Ángel recibió a un patrullero horas después de ingresada la denuncia y declaró en una comisaría. Habló de tensiones en su casa, de problemas parapagar el alquiler. Dijo que veía desgastada, que apenas comía. La prensa se movilizó. La notifica fue replicada. La Policía de la Ciudad se movilizó, con su división Búsqueda de Personas. Finalmente, Nélida fue encontrada. Estaba en las inmediaciones del hospital Ramos Mejía. Los gastos de su tarjeta de débito realizados en puntos alrededor de ese centro de salud permitieron a la fuerza porteña ubicarla: comerciantes de la zona corroboraron su identidad y la señalaron. Nélida Sérpico tras ser encontrada por la Policía de la Ciudad Quizás la situación la agobiaba. Miguel había sufrido dos preinfartos en los últimos años: perdió su trabajo de vigilador nocturno tras el último, por el que estuvo internado dos semanas. Su hijo mayor estaba en situación de calle, iba y venía de la casa, dormía en plazas y parques. Nélida había perdido su trabajo hace un año también, cuidaba una nena en una casa de Flores. Tal vez, quería estar sola. Los médicos que la revisaron aseguraron que se encontraba lúcida, en buen estado de salud. Facundo Caimo, ya absuelto del homicidio por el que fue acusado en el penal de Marcos Paz, fue trasladado a la cárcel federal de Rawson, donde se sientan pesados como “Mameluco” Villalba y “Banana” Espiasse. Que el Servicio Penitenciario Federal envíe a un preso allí suele ser una marca poco deseable, la letra escarlata de los revoltosos. En junio de 2020, Caimo pidió salir de prisión durante la pandemia, con la excusa del coronavirus. Manifestó padecer de alergia, hipertensión, diabetes, decía que sufría de várices y tendón de Aquiles. Su defensor oficial peleó en cada instancia. La Sala II de la Cámara federal le negó la chance. Su pena se dará por cumplida el 26 de mayo de 2028. Nélida vive en un departamento, logró jubilarse. Sé que está bien. Le envié una carta antes de escribir esta nota. Ojalá la reciba.
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