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  • Sheila Jordan: con su muerte se abatió el silencio sobre el mundo del jazz

    » El Ciudadano

    Fecha: 15/08/2025 07:39

    Juan Aguzzi A principios de los años 60, la cantante de jazz norteamericana Sheila Jordan grabó algunos de sus primeros discos, entre ellos Portrait of Sheila (1962), para Blue Note, luego que el productor discográfico Alfred Lion, factótum del legendario sello, escuchó el audio de una formación que además de la increíble voz de la mujer, tenía a su amigo Steve Swallow en bajo, a Barry Galbrath en guitarra y a Denzil Best en batería, en tomas que había hecho Rudy Van Gelder, un ingeniero de sonido especializado en jazz. Lion quedó literalmente atónito ante los fraseos de Jordan y decidió echar por la borda la política del sello en relación a que no se registraban a cantantes mujeres. Fue su amigo George Russell, un exquisito compositor, baterista, pianista y percusionista quien antes había quedado prendado al escuchar cantar a Jordan, con una emoción que erizaba la piel, en un bar del Greenwich después de exhibirse una película del lituano Jonas Mekas. Atrás habían quedado los algo atormentados días de Jordan en su Detroit natal, cuando se la hacían difícil al verla cantar junto a chicos afroamericanos en algunas de los parques y plazas que abundaban en una ciudad que no solo se distinguía por su potencia fabril, sino por sus acentuados prejuicios. Los policías blancos, sobre todo, los llevaban detenidos con cualquier excusa –la más común e incongruente era “ruidos molestos”– a los destacamentos de la zona hasta que un mayor viniera a buscarlos. Jordan contó una vez rememorando estos tiempos: “…Me llevaban a la estación de policía por estar con mis amigos negros. Ellos tan sólo eran mis amigos. A mí nunca me importó el color… ¿amarillo? ¿rojo? ¿naranja? ¿blanco? ¿negro? No sé, eran mis amigos y jamás pensaba en eso. En todo caso, ellos tenían una voces maravillosas y ya tocaban una vieja guitarra y hacían percusión sobre cajones de madera, me incluían en las improvisaciones entusiastas que hacían sobre canciones populares…había mucho odio hacia los afroamericanos. Era muy difícil pero nunca me rendí porque amaba tanto a mis amigos y a la música; decidí que era problema de la gente si insistía con ser prejuiciosa, yo iba a seguir aunque tuviera que soportar su desprecio o ser detenida y cuestionada”. Escuchando a Bird en la rocola Las arbitrarias detenciones no hacían mella en Jordan, que al par de días volvía a las andadas vocales con sus compañeros e iban trasladándose de lugar para evitar a la policía. Jordan ya cantaba desde muy pequeña pese a vivir una infancia dura, de marcada pobreza junto a su madre, una nativa indígena americana de origen Cherokee, y a sus abuelos, quienes la criaron en una reserva en Pennsylvania antes de su traslado a Detroit, a los 14 años. Allí, los indios trabajaban en minas de carbón y ella creció en ese mundo esencialmente obrero. Su madre era una joven de apenas 17 años cuando la tuvo y se separó de su padre de inmediato, por lo que Jordan quedó al cuidado de sus abuelos, quienes eran segregados por políticas de exclusión durante las décadas del 30 y 40 en Estados Unidos. “Siempre me recuerdo cantando, tal vez para no pensar en el hambre que padecíamos porque nos racionaban las comidas y no nos dejaban salir de las reservas”, dijo en una entrevista a la televisión alemana durante un reportaje en los años 70. Ya en Detroit escuchó por primera vez a Charlie Parker, en una Jukebox (máquina para escuchar discos) en una tienda que vendían hamburguesas, era un disco simple llamado Charlie Parker’s Ree Boppers y quedó alucinada. Lo puso todas las veces que pudo y casi encima de la máquina hacía algunos fraseos sobre el endiablado saxo pensando que era la mejor música del mundo. “En ese momento sentí que quería dedicarme a cantar ese tipo de música y que no habría nada que me apartase de ese deseo…”, agregaría en la misma entrevista. Hubo un rumor muy fuerte que la acompañó casi toda su carrera. Era que había llegado a New York poco menos que persiguiendo a Charlie Parker. Evidentemente esa primera escucha en la vieja rocola había sido suficiente para querer seguirlo a todas partes. Fue a verlo todas las veces que Bird tocó en Detroit y en una oportunidad, su amigo George Swallow se lo presentó. Ella no pudo contenerse y fue tan osada que le pidió a Bird que hiciera una escala y cantó encima, presa de un estado casi mágico. Impresionado por su oído absoluto y su instinto melódico, más tarde, Bird la bautizó como “la dama de los oídos de un millón de dólares”. Seducción y audacia vocal Ya alentada por músicos amigos para probarse fuera de su ciudad, viajó a la Gran Manzana, porque allí el bop estaba teniendo exponentes de alto nivel y muy creativos como Bud Powell, Max Roach, Miles Davis, Dizzy Gillespie, Kenny Dorham y la ciudad se había convertido en una usina del mejor jazz. Sin embargo, aun en la New York de mediados de los 50, el clima social no era el mejor para los músicos negros, porque la comunidad era discriminada y muchas veces a los músicos se los detenía apenas se iban del club donde habían estado tocando. Jordan misma sufrió ese rechazo, que fue haciéndose cada vez más intenso, por encontrarse siempre cerca de ellos. Al mismo Charlie Parker una noche la policía le impidió el ingreso a un club que se llamaba Birdland en su honor, aduciendo que estaba alcoholizado. Años después la letra de una canción que había compuesto para cantar con Parker mencionaba ese episodio de modo poético. En alguna de esas noches fragorosas en los espacios donde tocaban, Sheila se comprometió con quien sería su marido, el pianista de la banda que Parker tenía en ese momento, Duck Jordan, y abandonó su apellido de soltera Dawson, con el que había sido conocida hasta entonces. Mientras, continuaba trabajando como dactilógrafa en una agencia publicitaria en Manhattan y había alquilado un loft que adecentó y preparó para dar rienda suelta a las jam sessions, a las que invitaba a músicos de perfil bajo pero de gran talento y a otros cuyos nombres brillaban en alguna marquesina de neón del Greenwich. Ya como Sheila Jordan, la cantante comenzó a tallar su propuesta musical, que casi siempre era minimalista, es decir, actuaba acompañada solo por un contrabajo, a veces con algo de percusión y una flauta, pero no mucho más, un formato que situaba su voz en un plano de sostén del tono emotivo de la canción que interpretaba, y lo hacía con gracia y entrega, hasta su cuerpo vibraba sutilmente con los acordes o escalas que la rodeaban. Exhibía una audacia vocal capaz de surfear armonías complejas sin que nada pareciera fuera de lugar. Es manifiesto en algunos de sus discos su juego de seducción constante con el contrabajo, donde parecía recorrer los caminos menos pensados y voluptuosos a partir de lo que provee ese instrumento, un formato que se conocería como Bass and Voice. Y una particularidad que le daba un vuelo propio por sobre otras cantantes de jazz, era la destreza para la improvisación en las letras, conjugando un pasaje melódico con viñetas y experiencias vivenciales, en una suerte de cumplido con el público y cuando algunos estándares del bebop encendían la mecha del clímax en los clubes neoyorkinos. Sus interminables fraseos terminaban cayendo detrás del beat, empatando con o poniéndose a la altura de la libertad de la que gozaban ciertos instrumentistas. Su dominio de la escena permitió que cuando su micrófono de mano dejó de funcionar durante un show a mediados de los años 70, Jordan, casi sin inmutarse, continuó cantando a capela y fue acercándose a una mesa a la que estaba sentada una pareja para terminar su canción como si fuese un exclusivo regalo para ambos, lo que provocó un encantamiento generalizado en el local, donde cesaron hasta las charlas más íntimas. Se trataba de la misma seducción que ejercía en un bar gay en el Greenwich Village llamado Page Three. Junto al pianista Herbie Nichols y al bajista Steve Swallow armó un trío que tocaba durante buena parte de los días de semana y al público habitual fue sumándose otro más amplio, generando una interesante diversidad de escuchas, cuando esas comunidades no solían darse así nomás. En algunas sesiones tocó con el gran Charles Mingus y el baterista Max Roach, con quienes sostenía largas conversaciones que iban desde la música hasta las cuestiones políticas y los derechos sociales. Mingus sería quien le presentaría al pianista Lennie Tristano, quien la ayudó a traspasar los límites habituales con su fraseo escuchando a Charlie Parker y a Lester Young tocar sus solos y le permitió la solvencia armónica conque brillaría. Acortar la distancia con la gente Al cabo de más de siete décadas de carrera, Sheila Jordan conseguiría un lugar propio, tal vez no tan considerada como otras grandes cantantes de jazz. Si bien Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Sarah Vaughan, Nina Simone o Carmen McRae ocupan una cúspide, Jordan se destaca con un estilo que nada tiene que envidiar a cualquiera de ellas. Y en tal cuestión puede incluso haber una decisión de no buscar la masividad, sino la para ella irresistible intimidad de los shows en clubes pequeños, o ante audiencias reducidas, de modo de generar una sinergia impactante acortando la distancia con la gente. De algunas de esas cantantes supo decir: “Amo a Billie Holiday, ella fue la más grande cantante en cuanto a sentimiento y contar una historia. Sarah Vaughan tenía una voz increíble, la voz más hermosa que yo haya escuchado; y Ella Fitzgerald es la mejor cantante de scat que escuché. Pero, en cuanto a lo que yo quería hacer, mi influencia viene del mejor instrumentista de la época que era Charlie Parker”. Jordan se jactó de haber visitado los clubes de jazz de numerosas localidades estadounidenses y fue una invitada frecuente en los festivales de jazz europeos, donde solía presentarse en dúo con el contrabajista Marvin Shaw o con el trío del pianista Steve Kuhn. También cantó en iglesias, fue la voz en la banda del trombonista Roswell Rudd, cantó a dúo con Jeanne Lee y fue parte de la ópera jazz Escalator over the Hill, de la cantautora e instrumentista Carla Bley. Hizo un álbum notable con el contrabajista Arild Andersen, titulado Sheila; fue habitué de clubes selectos neoyorkinos como Birdland, Village Vanguard y Blue Note y en 2014 se publicó se publicó Jazz Child: A Portrait of Sheila Jordan, su biografía escrita por la vocalista Ellen Johnson. En julio de 2018 visitó Buenos Aires (tocó en Thelonious) y Rosario, acompañada por el quinteto del trompetista Mariano Loiácono, a quien conoció en New York y quien gestionó su viaje a Argentina. En Rosario maravilló a no pocos músicos y escuchas de jazz. El saxofonista Rubén Chivo González fue uno de ellos y quedó tan conmovido por su actuación que al día siguiente escribió un texto destacando las bondades del show y la intensidad que había desplegado Jordan y que está haciendo rodar por Facebook en la siguiente LINK Hace un par de días el mundo del jazz quedó más silencioso por la muerte de Sheila Jordan, a los 96 años en New York, en su departamento de Chelsea, en el oeste de Manhattan, la ciudad que transitó con vehemencia artística y determinación durante décadas, siendo parte indisociable de la historia del bebop y maestra indiscutible del estilo conocido como Bass and Voice.

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