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  • La audaz fuga de guerrilleros del penal de Rawson: la toma de un vuelo, un error operativo y el preludio de la masacre de Trelew

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/08/2025 03:11

    Marcos Osatinski, de las FAR, Roberto Mario Santucho, del ERP y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros en La Habana, adonde llegaron procedentes de Chile, luego de la fuga Para mediados de agosto de 1972, la dictadura de la autodenominada “Revolución Argentina”, con Alejandro Agustín Lanusse en la Casa Rosada, había entrado en la cuenta regresiva hacia su ineluctable final. Los diarios del martes 15 informaban que cuatro partidos políticos habían asistido al “diálogo” convocado por el gobierno y que el radical Arturo Mor Roig, ministro del Interior de los dictadores, había rendido cuentas a los comandantes de las tres armas sobre la marcha de la reforma constitucional, mientras las tarifas ferroviarias se disparaban, con un aumento del 15 por ciento en el transporte de pasajeros. En el plano internacional, el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger había mantenido una nueva reunión secreta con los enviados de Vietnam del Norte, pero la noticia fuerte del día era la caída de un avión en Alemania Oriental con 156 pasajeros a bordo. En Reikiavik, Islandia, el soviético Boris Spassky y el estadounidense Bobby Fischer se aprestaban a jugar la decimocuarta partida por el título mundial de ajedrez. En Buenos Aires hacía buen tiempo, pero en Rawson, provincia de Chubut, el frío y el viento arreciaban. Más aún en la cárcel donde la dictadura había encerrado a los más importantes dirigentes de las organizaciones guerrilleras, que estaban presos. Nadie, a excepción de ellos y unos pocos guerrilleros que conocían y participarían del plan, imaginaba que esa misma tarde serían noticia. La fuga del Penal de Rawsonk de 1972 que derivó en una masacre La planificación había llevado más de un mes. El 6 de julio, la conducción conjunta de FAR, Montoneros y el PRT-ERP del penal de Rawson había definido que se iban a escapar. Tres meses antes, la dictadura había llenado un avión Hércules con unos 50 miembros de esas organizaciones que estaban en otras cárceles y los sumó a los más de 150 militantes presos en la unidad 6 del Servicio Penitenciario Federal. Era una cárcel de máxima seguridad, ubicada a 1.500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, enclavada en un pequeño pueblo de 7.000 habitantes, con un escuadrón de Gendarmería y un destacamento del Ejército con unos cien hombres a tres cuadras de la cárcel. Era difícil – si no imposible – escapar de ese lugar, casi una fortaleza en medio del desierto patagónico. Dentro del penal, Marcos Osatinsky por las FAR, Fernando Vaca Narvaja por Montoneros y Mario Santucho por el PRT-ERP habían planeado la toma simultánea de seis pabellones. Debían reducir a los guardias y abrir las puertas sin que hubiera un solo movimiento en falso. Después venía la parte más difícil: tomar por sorpresa a la guardia armada, la armería y abrir la puerta hermética de salida. Si todo salía bien, escaparían 120 presos. Otros detenidos no estaban al tanto de la audaz operación guerrillera. Sin embargo, Santucho y Osatinsky le comunicaron sus intenciones al dirigente sindical Agustín Tosco, que estaba preso allí después del Cordobazo. Lo invitaron a fugarse con ellos, pero el cordobés de Luz y Fuerza les dijo que no, que él saldría como resultado de las luchas populares y no por un golpe comando. Aun así, les deseó suerte y prometió guardar el secreto. Afuera también estaba todo preparado para la acción. Cuando tomaran el penal, llegarían varios vehículos tripulados por miembros de FAR y ERP que llevarían a los fugados hasta el aeropuerto. La operación debía coincidir con la llegada de un avión al que debían subir para volar hasta Santiago de Chile, donde gobernaba el socialista Salvador Allende. Por supuesto, el presidente chileno no sabía nada de la operación, pero los guerrilleros confiaban en que, una vez que aterrizaran allá, no los entregaría a la dictadura argentina. El plan de fuga Elaborar el plan de fuga no había sido fácil. El problema no era solo tomar el penal sino esconderse o escapar de la estepa patagónica. Evaluaron alternativas. Una era hacer tatuseras, escondites en medio de la nada donde se guardaran abrigo, agua y comida como para quedar unas semanas. Era un recurso que habían utilizado los Tupamaros uruguayos, pero en otra geografía. Tras varios relevamientos, descartaron esa idea. Otra era conseguir un avión y trasladarlo de modo clandestino hacia una pista rudimentaria. Tampoco servía: entrarían pocos fugados y sería fácil presa de los cazas de la Armada. Finalmente, decidieron que lo más conveniente era tomar un avión de línea. El ERP puso dos guerrilleros muy experimentados para esa misión: Alejandro Ferreyra Beltrán, cordobés, y Víctor Fernández Palmeiro, de Buenos Aires. Ni Ferreyra ni Fernández Palmeiro estaban convencidos, pero no tenían ningún plan alternativo para ofrecer después de dos meses de buscar infructuosamente por toda la Patagonia un lugar donde esconderse u otra solución. Finalmente decidieron apoderarse de un vuelo de Austral que salía de Buenos Aires, hacía escala en Comodoro Rivadavia y llegaba a Trelew la tarde del 15 de agosto. El avión era un BAC-111 con capacidad para más de ciento treinta pasajeros y con combustible como para desviar el vuelo a Puerto Montt o incluso a Santiago de Chile. La noticia publicada en el diario Clarín Al fugarse del penal, los guerrilleros serían transportados en varios vehículos hasta el aeropuerto para abordarlo. El lunes 7 de agosto a la noche, a los miembros del ERP se sumaron tres de las FAR: Jorge Lewinger, el responsable operativo, que a su vez era chofer de uno de los camiones; Carlos Goldenberg –quien manejaría el auto en el que subirían Roberto Quieto, Marcos Osatinsky, Fernando Vaca Narvaja, Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna; y Ana Wiessen, quien debía abordar el avión de Austral como parte del grupo que lo tomaría. Ese era el equipo completo. La toma de la cárcel Cuatro grupos de apoyo colaboraban con la fuga, en Buenos Aires, Trelew, Comodoro y Rawson: cada uno de ellos estaba en contacto telefónico con los otros y se comunicaba con los presos o los militantes por medio de señales establecidas. En Rawson, alguien parado frente al penal había hecho una señal con el pañuelo, a las 17.00, para confirmarles a los presos que su grupo había recibido la información de que el avión había salido de Buenos Aires hacia Comodoro. Eso significaba que tenían que estar preparados pero sin entrar en operaciones. La segunda señal decía que el avión había iniciado el tramo de vuelta: Comodoro-Trelew-Buenos Aires. Esa señal marcaba el inicio de la acción y debía llegar entre las 18 y las 18.20. La hora límite tenía una razón de peso: a las 19.30 venía el cambio de guardia, y desde media hora antes empezaban a llegar agentes penitenciarios de todos lados. Por una demora entre los enlaces, la segunda señal no llegó a las 18.00. Se hicieron las 18.10 y los del comité de fuga seguían esperando tranquilos. Pero cuando se hicieron las 18.20 y la señal no había llegado, el comité de fuga analizó sus dos opciones: suspender todo para otra oportunidad -que no sabían si llegaría alguna vez- o estirar el plazo. Santucho y Osatinsky decidieron esperar cinco minutos más. Confusión afuera del penal Desde el mediodía, Goldenberg y Lewinger estaban en Trelew junto a los otros dos choferes. Unas horas después, los cuatro estarían a pocos metros del penal, esperando la orden para entrar y sacar a los ciento veinte presos. Otro guerrillero estaba un hotel de Trelew. Su misión era plantarse a las seis de la tarde en el aeropuerto y hacer que los fugados subieran el avión. Wiessen también estaba en Trelew para abordar el avión en esa escala. Ferreyra y Fernández Palmeiro estaban de saco y corbata en dos mesas distintas del bar del aeropuerto de Comodoro Rivadavia, esperando el momento de embarcar junto con otros sesenta y cuatro pasajeros. Víctor Fernández Palmeiro, uno de los guerrilleros experimentados que incluyó el ERP para la operación A las 18.10, los altoparlantes del aeropuerto de Comodoro Rivadavia informaron que el vuelo de Austral con destino a Buenos Aires y escala en Trelew saldría a las 18.30. Un rato antes, en Rawson, alguien parado frente al penal había hecho una señal con el pañuelo para confirmarles a los presos que el avión había salido de Buenos Aires hacia Comodoro. A las 18.22 llegó la señal y a las 18.30 empezó la toma del penal. En diez minutos, sin tirar un tiro, habían reducido a unos sesenta guardias; los ciento veinte presos se estaban pertrechando. Cuando uno de los grupos operativos fue hacia el puesto armado que estaba a unos cien metros del edificio de la cárcel, cerca de la salida, un guardiacárcel sospechó del grupo que llegaba, agarró su arma y les dio la voz de alto. Cuando el suboficial se preparó para tirar, desde el grupo le dispararon una ráfaga de FAL. Eran las 18.45. En la puerta de la Conserjería, camino a la salida de la cárcel, cayó muerto el cabo Juan Valenzuela, la única víctima del copamiento. La fuga del penal de Rawson, una cárcel de máxima seguridad, fue planeada a lo largo de poco más de un mes Los disparos generaron confusión: solo Goldemberg con el Falcon se quedó. El auto con siete pasajeros salió camino al aeropuerto. El resto de los choferes se retiró. Después de más de 30 años de la fuga, Jorge Lewinger contó: “Yo cometí un error, que es lo que siempre me atormentó: creí que había habido un problema y que estaban avisando que suspendiéramos. Cuando llegamos con los camiones, avisamos a los compañeros de adentro para que comenzara la fuga. Después de eso, no había ninguna señal pautada. A las 18.45 entró el Falcon. Y entonces aparece una señal que alguien hace agitando una frazada, o algo parecido, desde una de las ventanas de un pabellón del penal. Nosotros teníamos que entrar después del Falcon. Pero cuando veo eso, decido que nos retiremos. Dimos la vuelta, los dos camiones y yo. Paramos a los 10 kilómetros y me doy cuenta de que el Falcon había entrado y no había pasado nada. Que el plan seguía. Entonces volvemos. Pero mientras nosotros volvíamos a la cárcel, con la camioneta y los dos camiones, los que pudieron escapar en el Falcon y en taxis se estaban yendo al aeropuerto. Y ahí se pudre todo”. En el aeropuerto El avión aterrizó en Trelew a las 18.50. Ana Wiessen supo que debía demorar la partida porque algo había salido mal y era imprescindible esperar. Fue hasta el mostrador de Austral. “Vea, está por llegar mi equipaje, no sé por qué se demoró...”, le dijo al empleado. La excusa no funcionó y la guerrillera finalmente abordó el avión. Entonces Fernández Palmeiro fue a la cabina, Ferreyra y Wiessen se ocuparon de pasajeros y tripulantes. “El avión está tomado por un comando conjunto del ERP y las FAR. Vaya hasta la cabecera de la pista y deje los motores en marcha”, le ordenaron al comandante del vuelo de Austral. Segundos después, los pasajeros y cuatro tripulantes escucharon una voz femenina muy amable: “Por favor, quédense sentados y pongan las manos sobre el respaldo de los asientos de adelante. No se preocupen, todo va a salir bien”, les dijo. El ex-teniente Julián Licastro, uno de los pasajeros, no sabía de qué se trataba. Cuatro gendarmes que estaban de civil pero armados no hicieron ningún gesto de resistencia. A los pocos minutos, se acercó un auto a toda velocidad. Al no ver el avión los siete guerrilleros del Falcon creyeron que el Boeing ya se habría ido. Corriendo, Fernando Vaca Narvaja entró al hall del edificio. Estaba vestido de teniente, el uniforme que había usado para la toma del penal. El coronel Luis Perlinger, el mismo que había sacado a Illia de su despacho en la Casa rosada en 1966, que esperaba otro avión, lo paró para reprenderlo. —“Teniente, tiene las charreteras al revés”, le dijo en tono castrense. — “Disculpe, señor”, le contestó Vaca Narvaja y volvió hasta el Falcon. El auto se metió en la pista, a cien por hora, hasta donde estaba el avión. Una vez que los siete estuvieron adentro, decidieron esperar diez minutos por si llegaban otros. Cuando se agotó el tiempo le dijeron al piloto que levantara vuelo: “Al aeropuerto de Santiago de Chile”, le ordenó Fernández Palmeiro. Los que quedaron Los otros 110 presos que trataban de fugarse tenían el penal bajo control, pero estaban a pie. A falta de los camiones llamaron taxis. Al rato, en cuatro coches, subieron los 19 militantes que seguían a los seis primeros en las listas de prioridades para la fuga. Llegaron al aeropuerto a las 19.45, minutos después de que despegara el Boeing. Los fugitivos tomaron posiciones en el edificio: eran 14 hombres y cinco mujeres. Los 19 que llegaron al aeropuerto, cuando el avión ya había despegado, lo tomaron , negociaron su rendición y su vuelta al penal de Rawson Minutos después llegó un batallón de infantes de marina comandado por el capitán de corbeta Luis Sosa y rodeó el aeropuerto intimando a los guerrilleros que se rindieran. El sitio duró horas. Por teléfono, los militantes dijeron a los sitiadores que estaban dispuestos a entregarse en presencia de un juez, un médico y la prensa. Cumplido el pedido, a las 21, tres de los guerrilleros - María Antonia Berger por la FAR, Mariano Pujadas por los Montoneros, Pedro Bonet por el ERP - dieron una rueda de prensa y se entregaron. Mientras tanto, el Boeing llegaba a Santiago de Chile con los seis fugados, el chofer del Falcon y los tres que habían tomado el avión. Berger, Pujadas y Bonet, tres de los militantes fugados, dialogan con periodistas en el aeropuerto. Berger fue una de las tres sobrevivientes Los 19 guerrilleros que habían tomado el aeropuerto se iban haciendo la “V” de la victoria: Se los llevaban presos de nuevo, pero se los veía contentos: habían conseguido la fuga de los jefes y, además, la operación había sacudido a todo el país. En el ómnibus también iban el juez Godoy, el abogado radical Mario Amaya y dos periodistas locales. Un poco más allá, el teniente coronel Muñoz, jefe de las tropas de ejército que habían llegado hasta el aeropuerto, puteaba por lo bajo, aunque no tan bajo como para que los periodistas no lo oyeran: “Esto es joda. Veníamos a liquidarlos a todos y están vivos. Si se hubieran animado a disparar un tiro, no dejábamos a uno. Pero se rindieron, los muy cagones”, le escucharon decir. Aunque les habían garantizado que los llevarían a una comisaría o de regreso al penal, el capitán Sosa ordenó que los condujeran a la base Almirante Zar. Una semana después, el 22 de agosto, de madrugada, los hicieron salir de las celdas y los fusilaron. Dieciséis murieron, pero los otros tres lograron sobrevivir: María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar. La dictadura aseguró que habían muerto en un nuevo intento de fuga, pero nadie lo creyó.

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