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  • De Alaska a Malvinas: señales de un tablero polar que nos involucra

    » Clarin

    Fecha: 14/08/2025 06:33

    La reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin, prevista en Alaska para este viernes 15, no es un encuentro más en la agenda diplomática. Es un acto cargado de simbolismo, un movimiento calculado que condensa señales políticas y estratégicas para el mundo de hoy. Como bien apunta Fernández Baraibar (2025), el simple hecho de que se realice en territorio estadounidense refleja una autoconfianza inusual de Putin, dispuesto a reunirse en la “casa” de su interlocutor. Pero Alaska no es cualquier lugar: fue territorio ruso hasta 1867 y sigue siendo el único punto donde ambos países comparten frontera directa. Además, está fuera del radio de los BRICS, del mundo musulmán y de la esfera europea. Es, en definitiva, la puerta de entrada a un tablero geopolítico que se inaugura ante nuestros ojos: el Ártico. Según informó BBC Mundo (2025), la cumbre está programada para desarrollarse en Anchorage, en un formato de dos días con reuniones bilaterales y sesiones ampliadas. Será la primera vez en más de una década que un presidente ruso y uno estadounidense se reúnan en territorio de Estados Unidos, lo que refuerza el carácter excepcional del encuentro. La agenda oficial incluirá discusiones sobre control de armamento, seguridad en el Ártico, guerra en Ucrania y estabilidad estratégica global, aunque se espera que los contactos informales exploren canales de cooperación en comercio y energía. La elección no es casual. En un escenario global marcado por la guerra en Ucrania, la tensión en el Mar de China Meridional, los ataques en Medio Oriente y un reacomodamiento vertiginoso de alianzas, el control de las regiones polares adquiere un valor inédito. El deshielo abre rutas marítimas más cortas, expone recursos energéticos, minerales de alto valor y habilita plataformas para la proyección militar. Para comprender la densidad de este momento, conviene mirar hacia atrás. Un memorando del director de la CIA al Consejo de Seguridad Nacional de enero de 1987 —recién desclasificado— mencionaba a la Argentina entre quince países de preocupación en materia de misiles balísticos y potencial nuclear. No por representar una amenaza a Washington o Moscú, sino por su capacidad tecnológica y ambiciones regionales. En aquel informe, Argentina figuraba junto a Brasil, India y Pakistán en el grupo de naciones con programas de desarrollo de misiles y vehículos de lanzamiento espacial, cuya tecnología podía adaptarse fácilmente para uso militar. Incluso advertía que las declaraciones sobre proyectos espaciales podían encubrir desarrollos balísticos. Ese potencial estratégico, sin embargo, se vio drásticamente afectado tras la Guerra de Malvinas. Bajo presión de EEUU, se cancelaron proyectos como los misiles Cóndor I y II y el centro de desarrollo espacial de Falda del Carmen, cuya capacidad de alcance incluía a las islas ocupadas por Gran Bretaña. A cambio, la Argentina optó por una política de adquisición de sistemas como los cazas multirol F-16, que no representan amenaza alguna al Estado Agresor que ocupa y explota comercialmente parte de nuestro territorio y espacios marítimos declarados soberanos por la Constitución Nacional. Esa renuncia tecnológica y militar produjo, además, un claro desacople respecto de Brasil. Nuestro vecino no solo ha sostenido su política de desarrollo estratégico, sino que hoy se encuentra a punto de finalizar su primer submarino nuclear y proyecta un segundo. Dispone actualmente del portaeronaves Atlántico, y los avances logrados en la propulsión de su submarino nuclear podrían aplicarse también al desarrollo del portaaviones previsto para 2040. Estas capacidades fortalecen su influencia efectiva en el Atlántico Sur y respaldan su aspiración a ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, mostrando que en el escenario internacional los argumentos se respaldan con capacidades tangibles, no con discursos. Hoy, en un mundo que transita de la unipolaridad a un orden más fragmentado, las oportunidades y riesgos se multiplican para los actores intermedios. Y aquí entra en juego un tema sensible: la política hacia Malvinas. Tal como ha advertido el especialista y Veterano de Malvinas Eduardo Ganeau, del Instituto de Estudios Estratégicos Navales (IEEN), cualquier pérdida de capacidades estratégicas y de presencia efectiva en la zona implica ceder terreno no solo en términos militares, sino también en el ejercicio pleno de nuestros derechos soberanos. Una encuesta de YouGov (2023) reveló que, en gran parte de Europa Occidental y en Estados Unidos, el apoyo a la soberanía británica sobre las islas es mucho menor de lo que se cree. Lejos de ser un consenso inamovible, existe una grieta en la opinión pública internacional que podría aprovecharse con una diplomacia activa. Pero la política actual parece resignar esa chance, actuando como si el tablero estuviera congelado. En el silencio helado del Ártico, dos líderes intentarán delinear el rumbo de las próximas décadas. Lo que allí se acuerde no quedará confinado al estrecho de Bering: resonará desde el Pacífico hasta el Atlántico Sur. Y quienes no sepan escuchar esa vibración, corren el riesgo de perder mucho más que una oportunidad diplomática. ¿Tiene nuestro país una estrategia para enfrentar este escenario?

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