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» Clarin
Fecha: 14/08/2025 06:32
La avenida Warnes se extiende por treinta cuadras del centro geográfico porteño, desde Villa Crespo hasta Agronomía. En las primeras, conocidas hasta ahora por las casas de repuestos y los talleres, últimamente se diversificaron los negocios. La avenida lleva el nombre de uno de los patriotas de nuestra Independencia, pero ese mismo nombre podía quedar como uno más, al paso, durante las clases del colegio, a la hora de estudiar aquellos tiempos. Sólo la avidez de algunos historiadores permitió profundizar y saber quiénes eran aquellos hombres que dos siglos atrás daban su vida por un país aún inexistente. Ignacio José Xavier Warnes y García Zuñiga fue uno de ellos y terminó abatido a sus 46 años, después de una batalla que se recuerda como “una de las más sangrientas” de la gesta libertadora. Sus vencedores colocaron su cabeza en una pica como, una década después, terminaría también su verdugo, el coronel español Francisco Xavier de Aguilera. O como les sucedería a otros en aquellos tiempos: Marco Avellaneda (el padre del luego presidente Nicolás), muerto por los rosistas en Metán, o al caudillo Peñaloza. Vencido por el Ejército Nacional, colocaron la cabeza del Chacho en la plaza de Olta. Tiempos de barbarie. En las filas de Belgrano Warnes nació 27 de noviembre de 1770, en una familia de comerciantes. Según algunos historiadores, en una quinta de lo que actualmente es el barrio de Boedo, aunque otros citan al microcentro. Fue amigo y colaborador de Belgrano, estudiaron juntos en el Real Colegio de San Carlos, el antecedente del Nacional Buenos Aires. Warnes comenzó sus incursiones militares al enrolarse en el Regimiento de Blandengues, que enfrentó a los invasores ingleses. Después de la Revolución de Mayo fue reclutado por Belgrano para sus expediciones, la primera de ellas, fallida, hacia Paraguay. Y después, como uno de los oficiales del Ejército del Norte que tendría sus altas (Tucumán y Salta) y su colapso (Vilcapugio y Ayohuma). La misión asignada a Warnes era cubrir la zona norte del Virreinato y llegó a establecer una especie de protectorado o republiqueta con eje en Santa Cruz de la Sierra, donde hasta hoy su nombre es venerado. “Warnes se convirtió en un caudillo allí, por su ascendiente popular. También era un personaje colérico, como su padre. Y se sentía solo. Pero en el fondo, en su espíritu, estaba completamente comprometido con la construcción de una nueva nación”, señaló Paul Dugall, autor de “Warnes, el caudillo de Belgrano”, un libro editado en 2018. El caudillo de Santa Cruz (de la Sierra) Al frente de aquella región, Warnes abolió la esclavitud y organizó uno de los regimientos patriotas, los Pardos Libres. Durante tres años, contuvo la reacción realista y secundado por Juan Antonio Arenales les causaron una de sus derrotas más duras, en la batalla de la Florida. Al año siguiente, volvieron a batirlos en Santa Bárbara donde, a su vez, los españoles también lo acusaron por crueldad: incendió el pueblo después de la batalla. En julio de 1816, después del Congreso de Tucumán, Belgrano le envió una copia del acta de la Independencia para mantener la guardia en alto. Warnes quiso contar con dos delegados en el Congreso pero, a esa altura, estaba aislado. El destino cambiaba. Repuesto Fernando VII en su trono en España, organizó dos batallones –uno con su nombre, y otro el de Talavera- para recuperar el Alto Perú. Primero liquidaron la resistencia de uno de los patriotas del Norte, Manuel Asencio Padilla, en La Laguna. Y enseguida fueron por Warnes. Y Santa Cruz. Derrota y venganza La batalla de El Pari, del 21 de noviembre de 1816, decidió la suerte de la región por varios años. Las fuerzas de Warnes estaban peor armadas y eran inferiores en proporción de uno a tres contra las avanzadas realistas de Aguilera, quien también contaba con veteranos de las guerras napoleónicas. Los campos de El Pari quedaron cubiertos por los cadáveres de más de la mitad de los combatientes de aquel día. “Soldados, a vencer o morir con gloria, viva la Patria” arengó Warnes a los suyos. Quedó atrapado bajo el peso de su caballo muerto, no tuvo un Cabral para socorrerlo y fue rematado por la bayoneta de un enemigo. El rey recompensó Aguilera con un ascenso a Brigadier y como Caballero de la Orden de Santa Isabel. Al llegar a Santa Cruz, el español ordenó una represión sin piedad –centenares de fusilamientos- y restituyó la esclavitud.
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