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» Diario Cordoba
Fecha: 13/08/2025 08:06
El verano racista está a pleno rendimiento estos meses. Ya vimos lo de Torre Pacheco. Esta semana comprobamos la «caza» patriótica a inmigrantes recién llegados en patera a las playas de Motril; y luego el veto de Vox, con el respaldo del PP, a las fiestas religiosas musulmanas en el Ayuntamiento de Jumilla. El caso es limitar derechos. Un día es por religión, otro por un bulo que se inventen y otro por ideas políticas. Las redes sociales se llenan de mensajes como «inmigrantes, no». Y cada vez que los leo, no puedo evitar pensar en su gran excepción: «Inmigrantes, no... salvo si son prostitutas». Porque sí, el racismo se lleva bien con el machismo. Y he perdido la cantidad de personas que me han escrito mensajes privados avisando de que conocen a unos cuantos racistas que ladran contra los inmigrantes durante el día, pero por la noche no hacen ascos a mujeres migrantes, tras las puertas de un club o de un piso. Hay tanta demanda que la inmensa mayoría de las prostituidas en España vienen de países donde son engañadas y explotadas. Captadas por redes que saben muy bien cómo sacar mucho beneficio. Ellas no son amenaza, son consumo. Los mismos que acusan a los inmigrantes de ser violadores, callan ante miles de hombres que pagan por ejercer poder sobre mujeres vulnerables. No lo llaman violencia, lo llaman ocio o servicio. Les irrita que lleguen inmigrantes en patera, pero no les incomoda que miles de mujeres extranjeras sean trasladadas cada día por redes de explotación. A esos tipos nunca les dan caza. Lo decía el propio Tribunal Supremo, cuando sostenía que «la esclavitud del siglo XXI está en los clubs de alterne». Porque claro, a esas mujeres no se les asigna el rol de «nuestras». Lo sagrado son «nuestras mujeres, las de aquí». Las otras, las pobres, las extranjeras, pueden ser compradas, usadas y olvidadas. A ellas no las convierten en «problema» porque eso implicaría mirar hacia los verdaderos responsables: los que consumen, los que se lucran, los que lo permiten. Y ahí ya no se puede señalar con el dedo sin riesgo de apuntarse a uno mismo. O a un conocido. Estos patriotas se han olvidado de la cantidad de españoles y españolas que tuvieron que emigrar a muchos países para dejar atrás la pobreza de su ídolo, el dictador Franco. Patriotas que ni saben que hasta los años 50, la mayoría que huía de este país lo hacía sin contrato, buscando lo que fuera para sobrevivir. Los mismos a los que les decían en Alemania o Suiza que los españoles «no se integraban». Pero el relato negacionista vive de negar estadísticas y realidades históricas, de las de antes y de las de ahora. Cuando surge este debate, siempre se acaba en lo mismo. Si alguien les rebate, lanzan su frase estrella: «Pues llévate a los inmigrantes a tu casa». Y yo siempre pienso lo mismo: si cada persona decente lo hiciera, probablemente el inmigrante acabaría siendo su vecino. Lo útil sería que se aplicaran la frase a sí mismos. A ver si, por una vez, son ellos los que se llevan su odio a casa.
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