12/08/2025 11:50
12/08/2025 11:48
12/08/2025 11:47
12/08/2025 11:46
12/08/2025 11:46
12/08/2025 11:45
12/08/2025 11:45
12/08/2025 11:45
12/08/2025 11:45
12/08/2025 11:45
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/08/2025 06:48
La falta de apoyo sostenido a la educación contrasta con el discurso sobre su papel en el desarrollo social y económico. - (Imagen Ilustrativa Infobae) Las visiones de conjunto pueden pecar, entre otras cosas, de injustas, distorsionadas y hasta de olvidarse de los matices. No obstante, son fundamentales para fijar posición y disparar discusiones sobre temas claves para el bienestar y el desarrollo de la sociedad. Nos ayudan a descifrar el sentido, calibre e implicaciones de las prioridades que surgen de las interacciones entre política, ciudadanía, sociedad civil y sector privado. En educación, en particular, las visiones de conjunto son una manera de mapear y comprender las sensibilidades que anidan en una comunidad, y esencialmente, permite tomar el pulso al compromiso y orden de prioridades asumidos por el sistema político en democracia. No es cuestión solo de quedarse a resguardo y complacido con señalar que la educación es prioritaria para el desarrollo social, sino de hurgar en profundidad lo que realmente implica mejorar la calidad de vida de la gente. Nos hemos acostumbrado a reproducir, casi mecánicamente, el discurso políticamente correcto de que la educación es una prioridad general cuando en las visiones, prácticas y hechos tangibles, la educación parecería ocupar un lugar secundario en las agendas de las políticas públicas. Las encuestas de opinión pública evidencian una baja prioridad de la educación con respecto a otros temas, por ejemplo, a la seguridad y a la economía. Asimismo, múltiples grupos e instituciones insisten en la necesidad de incrementar la productividad asociada a una mejora de la calidad de la formación de los recursos humanos, pero esta necesidad extensa y positivamente percibida no se corresponde con apoyos decididos y sostenibles a la educación. Muchas veces luce como un “saludo a la bandera” y más suena a queja que a propuesta. Suena paradójico y hasta diríamos sarcástico, señalar que la educación es un asunto prioritario cuando se le deja a la deriva y marginada de la mesa principal de la política nacional e internacional. La educación sufre de los dobles discursos entre intenciones progresistas y prácticas regresivas. A sabiendas de las injusticias y omisiones que se cometen al realizar afirmaciones genéricas, entendemos que lamentablemente la educación no es un asunto prioritario en América Latina y el Caribe. Se trata de una tendencia de larga duración, quizás de varias décadas, que da cuenta de que los sistemas educativos han ido perdiendo confianza en la sociedad, musculatura política, programática e institucional, empatía con las y los educadores y las y los alumnos, y, finalmente, fuerza argumental y capacidad de evidenciar impactos duraderos en el bienestar y desarrollo de las comunidades. Asimismo, preocupa que la educación sea crecientemente cooptada por fundamentalismos, guerras culturales y por “wokismos” de diferentes signos ideológicos y políticos. La educación se ha ido transformando en correa de transmisión de intereses ajenos o distantes de los aprendizajes que requiere el alumnado para liderar, gestionar y hacerse responsable de sus vidas como sujetos libres y pensantes. Entendemos que la falta de priorización de la educación responde a una constelación de factores. Entre otros, y sin ánimo de ser exhaustivos, mencionamos cinco de ellos. En primer lugar, la escasa relevancia que tiene la educación, en general, para las élites políticas, económicas y tecnológicas y la infravaloración de su rol para forjar democracia, inclusión, convivencia y bienestar. En particular, el impulso transformador de la educación, estimulado por un multilateralismo global y regional proactivo –principalmente pivoteado por organizaciones como la Unesco o la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI)—, no se refleja nítidamente en acuerdos sociales en educación y agendas nacionales de cambio provistas de alta voluntad política y volumen programático, ni de movilización de recursos para su efectiva consecución. En segundo lugar, se observa con honda preocupación los múltiples cuestionamientos a la educación como núcleo de los derechos humanos, o como bien común global y base sólida de mejora de la excelencia de los recursos humanos y la productividad. Se sospecha del rol de la educación como palanca de cambio cultural y social, así como se reniega de una educación enmarcada en los valores de democracia, justicia social, equidad e inclusión. En tercer lugar, la educación se encuentra tensionada entre la naturalización y agudización de enfoques adulto-céntricos. No se visualizan liderazgos visionarios y transformacionales en educación que son absolutamente necesarios de cara al desafío de repensar el modus civilizatorio y a formar a las nuevas generaciones para porvenires más promisorios y venturosos. En cuarto lugar, la educación pierde foco en sus cometidos esenciales al ser un reflejo de la polarización entre agendas “importadas” de la política, de la academia o de grupos movidos por intereses particularistas. Dichas agendas motivan, entre otras cosas, a la negación de la verdad, la naturalización de la mentira en las redes sociales, la proliferación del negacionismo; y al desprecio a los ideales de libertad, democracia, pensamiento autónomo, diversidad, equidad e inclusión. En quinto lugar, no se asume como prioridad la deuda histórica de América Latina y el Caribe en lograr mejoras significativas y sostenibles en la equidad y calidad de los aprendizajes principalmente vinculados a la lengua, la ciencia o la matemática. No hay manera posible de formar personas libres y pensantes, así como de mejorar la convivencia y seguridad ciudadana, de mantenerse las altas tasas de reproducción del analfabetismo en áreas básicas. Los sistemas educativos de la región están muy lejos de conferirle a cada alumna o alumno oportunidades efectivas para completar una educación básica y media de calidad que sea universal en sus propósitos, contenidos y resultados. Según la evaluación del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes del 2022 (PISA, por sus siglas en inglés), mencionada por un estudio del BID, la mayoría absoluta de los alumnos de 15 años, procedentes de 10 países de la región, no logran niveles mínimos de suficiencia en lectura (55 %), matemáticas (75 %) y ciencia (57 %), mientras que en el conjunto de los países de la OCDE siete de cada diez estudiantes alcanzan niveles de suficiencia. Asimismo, si consideramos el porcentaje que alcanzan al menos un nivel mínimo de competencia en lectura y matemáticas, las diferencias son aún más pronunciadas entre América Latina y la OCDE (valores de 26 % y 63 %, respectivamente). Si la educación sigue sin constituir una alta prioridad, el presente y futuro de la región se presenta lúgubre. Se requieren renovadas maneras de conversar, entenderse y construir en educación entre generaciones, instituciones, sectores y actores que permita incluir diversidad de voces y sensibilidades. América Latina y Caribe se potencia construyendo sobre la base de la unidad en la diversidad. Se trata de enfrentar el desafío de reposicionar la educación como prioridad, y concomitantemente, reimaginar sus propósitos, contenidos y estrategias para contribuir a cementar un mundo sostenible, justo y esperanzador para las nuevas generaciones.
Ver noticia original