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  • No son personas, son tinieblas

    » Diario Cordoba

    Fecha: 12/08/2025 06:34

    La secuencia es macabra: se encaprichan en Navidad con el cachorro de la raza que esté de moda. Lo compran. Juegan con él cuando y como quieren. Ajustan los horarios del animal a los suyos, nunca al revés. Cada vez menos tiempo. Cada vez menos caso. La novedad se convierte en responsabilidad. La responsabilidad, en fastidio. Les molesta en su día a día, pero no van a permitir que les arruine también el verano, el viaje soñado, su nueva ilusión. Cogen el coche. Hacen bajar al perro. Vuelven a arrancar. Aceleran. Y entonces, justo después -por incomprensible que me parezca-, empiezan a disfrutar de sus vacaciones. De los atardeceres en la playa. De los juegos con sus hijos. De la paella familiar. Lo hacen porque pueden. Porque no les pasa factura. Porque no les arruina la vida, ni económica ni socialmente. En España, el artículo 337 del Código Penal establece que el abandono de un animal doméstico, en condiciones que puedan poner en peligro su vida o integridad física, está castigado con multa, inhabilitación para tener animales e incluso penas de prisión en los casos más graves. (Como si no todos lo fueran). La realidad: de los casi 300.000 abandonos de perros y gatos que se han registrado en España en el último año, muy pocos acaban en sanción económica para el maltratador. Menos aún, en prisión. El dato: 300.000 abandonos en un año. 34 animales por hora. 822 cada día. España lidera el ránking de abandono animal en Europa. Medalla de oro de la vergüenza. No sé lo que hay en la cabeza de alguien que abandona a su animal en pleno mes de agosto, en una carretera, atado a un árbol. Que lo deja encerrado en un piso sin comida ni agua. Pero sí sé que su corazón es aún más negro que el Vantablack, el material más oscuro del mundo, capaz de absorber el 99,965% de la luz visible. No son personas. Son tinieblas. Al otro lado, la luz capaz de colarse por cualquier rendija: viven por y para los animales que otros abandonan. Ni recuerdan cuándo fue la última vez que hicieron vacaciones. En el mejor de los casos, logran que algún otro voluntario les cubra tres o cuatro días para recuperar fuerzas. Ven las consecuencias físicas y emocionales del maltrato. Luchan por salvar vidas. Acuden a cada nuevo aviso, aun sabiendo que no tienen espacio ni dinero para asumir más cuidados. Pero van. Lo hacen aunque no pueden. Saben que son la única esperanza para salvar una vida. Y las salvan, haciendo lo humanamente posible por curar las heridas del cuerpo y del alma. Les demuestran que existen personas luminosas. Que encontrarán a las mejores. Para siempre. No cabe en un artículo la admiración que siento por todas y cada una de las asociaciones y protectoras de animales de este país. Pero sí cabe una súplica: nos necesitan. Están asfixiados. No tienen más ayuda que la que tú y yo queramos -o podamos- ofrecerles. Y no es poca. Si puedes, dona. Si puedes, acoge. Si puedes, adopta. Y si puedes, aísla, señala, avergüenza y denuncia a todo aquel que no quiere ni cuida a los animales. *Periodista

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