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  • Arquitecta, ciega, mamá adoptiva y capaz de reconstruirlo todo: la historia de Sandra Dajnowski en Del otro lado

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/08/2025 05:03

    Del Otro Lado - Sandra Dajnowski “Jugaba apuestas internas: si llego en cinco pasos al baño, seguro que recupero la vista”, recordó Sandra Dajnowski, la arquitecta que redefinió su vida tras perder la visión de manera repentina a los 45 años. Convertida en madre, empresaria y profesional, reconstruyó su identidad a partir del duelo y la aceptación de una nueva realidad. Tras una carrera consolidada, la vida le impuso un golpe que la obligó a replantear su vínculo con el mundo, con su hijo y con su oficio. Su historia expone la trama íntima y social de quienes atraviesan una discapacidad: los miedos silenciosos, las preguntas sobre el futuro, las dificultades para adaptarse a nuevas rutinas y la lucha contra los prejuicios propios y ajenos. Lejos de conformarse con un rol pasivo, desarrolló herramientas emocionales y profesionales para seguir adelante. Actualmente, forma parte de una desarrolladora inmobiliaria y participa en proyectos de construcción en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Zona Norte. También es una activa defensora de la inclusión y la visibilidad de las personas con discapacidad. En sus charlas y conferencias enfatiza la necesidad de “llenar de contenido la palabra inclusión”, instando a la sociedad a actuar con empatía y compromiso en lugar de limitarse a las declaraciones. Su trayectoria y labor diaria son un ejemplo de resiliencia y superación, inspirando a otros a desafiar barreras y prejuicios. Las maternidad, el proceso del duelo por la pérdida de la visión y la resiliencia marcaron el camino de Sandra Dajnowski Luis: — ¿Cómo te presentás? ¿Qué ponés si tenés que poner en la ficha del hotel? Sandra: — Sandra Dajnowski. En la ficha del hotel, pondría arquitecta. Luis: — ¿Y en la vida? Sandra: — Madre argentina. Padecedora (risas). En la vida: Sandra, madre, arquitecta, empresaria… Luis: — ¿Te define la maternidad? Sandra: —Sí, me define hace poquísimos años. Hace 15 años reales, con un niño de 24. Yo le digo niño, pero es un bombón de 24 que tengo como hijo. Luis: — ¿Vos adoptaste un chico de entre 9 y 10 años? Sandra: — Sí, nueve y medio tenía Nico cuando vino a casa. Sí. Luis: — ¿Madre soltera? Sandra: —Sí, madre soltera. El momento de la ceguera: relato, duelos y adaptación inicial Luis: — ¿Qué pasó ese 13 de septiembre de 2011? Sandra: — Me estaba haciendo una limpieza de cutis, empecé a ver rarito y le dije a la cosmetóloga: “Terminá por favor que me quiero ir”. Me fui rajando al oftalmólogo. Yo ya no veía de un ojo y empecé a sentir como cosas raras en el otro. Llegué al consultorio de Alberto Zambrano y me dijeron que se me había desprendido la retina. Lloré, mucho, mucho, mucho y lo único que decía era: “Mi hijo, mi hijo”. Me operaron a los cuatro días con la intención de pegarme la retina y que se adhiera. Pero no fue igual que otras veces... Luis: — ¿Ya habías perdido la visión del otro ojo? Sandra: — En un ojo había perdido la visión y en este ya se me había desprendido la retina unos 15 años antes. Pero en ese momento me operaron en Uruguay y recuperé gran parte de la visión. Este ojo ya era un ojo emparchado, por eso yo me preocupé y me angustié mucho. De septiembre a marzo del año siguiente estuve participando en varias intervenciones para ver si rescatamos algo de visión, pero nada. Luis: — Hacía poquito que Nico había llegado a tu casa y vos te quedabas ciega con un hijo, que en ese momento era un nene, pero me imagino que entendía lo que sucedía. Sandra: — Yo creo que no entendía nada, pobre, porque la realidad es que él había venido de dos situaciones muy difíciles y tuvimos un año y piquito divino. Estamos en Disney todo el tiempo y esto fue algo que nos tomó a los dos muy de sorpresa. Y esta cosa de la madre poderosa y proveedora que conoció, se desvaneció en un instante. Yo tampoco entendía por qué. Me hice las preguntas que te hacés cuando algo te atraviesa: "¿Por qué a mí?" Hasta que después, con el tiempo, empecé a decir: “¿Por qué no a mí?” Pero eso fue un proceso que hice yo y al nene no le decía... Luis: — ¿Cómo hiciste para permitirte duelar y a su vez ser la madre fuerte que tenía que llevar adelante una casa y la vida de Nico? Sandra: — Fue muy difícil. La verdad es que a veces me preguntan y ahora me ven espléndida. Pero la verdad es que me costó un montón. El “no” lo tenés por delante todo el tiempo, pero hacés toda una jugarreta. Yo soy hija de un tipo que le gustaba mucho el casino, no enfermo, pero le gustaba mucho y era muy de apostar. Entonces, yo jugaba apuestas internas: si llego en cinco pasos al baño seguro que recupero la vista. Luis: — ¡Wow! Sandra: — ¿Viste esas boludece*? Si aprieto y el canal que prendo es tal, voy a ver. Hasta que me di cuenta que no. Y fue muy difícil. Hasta que un día dije: “Tengo que empezar a hacer algo porque el nene va creciendo”. Yo disfruté mucho ese año y piquito que compartimos juntos mientras yo veía. Yo caminaba a 20 centímetros del piso. Me transformé en la hacedora de panchos más grande del planeta (risas). Venían todos los amigos de él después de jugar al fútbol en el club. Imaginate el olor a pata... Yo que tenía mi casa impecable y venían con los botines llenos de barro y yo estaba feliz. No importaba nada. Y se cortó todo en un año y pico. "La inclusión hay que llenarla de contenido, hay que accionarla, no declamarla", advirtió la arquitecta. Temores, proceso judicial y el vínculo con su hijo tras la ceguera Luis: — ¿En algún momento temiste que la Justicia te sacara a Nico por haberte quedado ciega? Sandra: — No sé si la Justicia. Pero me dio mucho miedo porque yo estaba en pleno proceso monoparental y me quedo ciega. Todo me daba miedo. Encima la abogada que yo había contratado era una abogada que, por lo general, su fuerte era en Capital y el expediente de Nico y de sus hermanitos estaba en San Martín. Era muy tedioso ir, el nene se tiraba al piso del cansancio y yo decía: “¿No hay una manera de achicar todo este malestar?“ Que se sumaba, obviamente, al malestar mío de no ver. Fue una época muy fea. La pasamos mal, pero también recibimos mucho apoyo de la familia, los amigos y la verdad es que Nico se sobreadaptó muchísimo a esta nueva condición de la mamá. Luis: — Uno piensa, estereotipadamente. La mamá es la que lo ayuda al hijo a hacer las cosas y le enseña. Asumo que Nico te habrá enseñado y ayudado a hacer cosas. Sandra: — Yo a Nico lo dejé ser niño. Viví un tiempo en Nueva York y yo quería que él conozca conmigo esa ciudad que a mí me fascina. Lo llevé conmigo, pero sabía que iba a ser medio difícil porque tenía 14 años. Contraté una persona para que nos guíe a lugares puntuales que quería llevarlo. La verdad es que caminar con él por la calle, y no quiero ser snob con esto, pero fue como la imagen de lo que no debía hacer más con mi hijo. Él se ponía muy nervioso, íbamos con el bastón y él sentía que todos nos miraban. En Nueva York, ¿quién te va a mirar? Pero él estaba muy incómodo y fue un viaje que la pasamos mal los dos. A partir de ese momento yo estaba súper angustiada porque sentía que parte de las cosas que yo quería transferirle de mi experiencia, no lo iba a poder hacer. A mí siempre me gustó mucho viajar y dije: “No lo voy a poder hacer nunca con él”. Y la realidad es que lo que entendí: él sentía una responsabilidad tan grande cuando estaba conmigo, eso lo alteraba mucho. Luis: — La mirada ajena también pesó, ¿no? Sandra: — Una vez vino un fui a dar una charla a la Escuela ORT con José María Viera, que hoy está en la Unión Mundial de Ciegos, un tipo muy capo. Fue una experiencia divina y lo que me decía José María es que se estaba luchando por la figura del asistente domiciliario para las personas con discapacidad, que todavía se lucha por esto, por una persona que te ayude en las tareas de la vida cotidiana, que no tiene que ser tu familiar. Era muy reciente mi ceguera y empecé a entender lo que planteaba. Había gente que me decía: “Bueno, cuando Nico maneje, te va a poder llevar”. Yo no necesito un chófer, yo quiero un hijo. Entonces, empecé a entender que él es mi hijo, que es hijo de una mamá ciega, que obviamente aprendió un montón de cosas y hay otras no. Sigue dejando la botella en el medio de la mesa y la tiró (risas). Pero entender que el hijo de uno, el marido o lo que sea, no tiene por qué asistirte o suplir el déficit que tenés, porque ahí es donde empiezan los problemas. Yo coordino un grupo de ciclismo inclusivo y llega gente ciega con los padres, por ejemplo, un chico que tiene 30 y pico de años con la mamá y habla como un nene. La mamá lo sobreprotege. Y vos pensás esa madre se habrá dedicado toda la vida a ese chico, pero no se hizo bien a ella ni le hizo bien a él. Cambios de roles: aprendizaje mutuo con su hijo y reflexiones sobre discapacidad Luis: — Sos arquitecta. ¿Estás en obra actualmente? Sandra: — Estoy terminando una y, si todo marcha bien, a fin de año con otra. Luis: — ¿Cómo hacés para hacer una obra? Sandra: — Porque tengo un socio que es un divino y tengo muchos años de profesión y porque amo lo que hago. La verdad es que me encanta. Me reconcilié en muchos aspectos con la vida después de la ceguera y la arquitectura me ayudó mucho. Hay muchas cosas que no puedo y es real, no puedo dibujar, por ejemplo. Pero con Ricardo trabajo desde el año ’90. Es verdad que cambiaron las cosas, cambiaron materiales, pero trato de ir actualizándome. Hay cosas que no me duele perdermelas. Antes me dolía porque era la típica que quería estar en todo y saber de todo. Ahora me la banco con lo que me cuentan, trato de interpretarlo, de integrarlo a mi conocimiento y confío plenamente en lo que él decide. Voy a la obra. No voy cuando están llenando las bases porque es un peligro. No soy tan loca, pero voy. Quizás estoy en la vereda de enfrente escuchando a la hormigonera haciendo la tirada. Me gusta, lo disfruto. Hace años que hago lo mismo. Y es uno de mis hábitat. Luis: — ¿Sos la Sandra que soñaste incluso antes de quedarte ciega? Sandra: — ¡Qué pregunta! Creo que con la ceguera puedo llegar a ser más cercana a la Sandra que soñé. Más solidaria, más comprensiva, más sentida y menos prejuiciosa. Yo era muy prejuiciosa. Todos somos prejuiciosos. Lo que sí soñé siempre era ayudar. Yo en algún momento ayudé a la dirección por autoconstrucción de un barrio y los domingos a la mañana me tomaba el 57, llegaba a Pacheco y me metía en los quilombos del barrio. Era toda gente que hacía su casa por autoconstrucción y nosotros le enseñábamos cómo levantarla. Todos hacían las casas de todos. Siempre me gustó eso. Yo soy cuatro por cuatro y creo que la ceguera me dio esta oportunidad. "Me reconcilié en muchos aspectos con la vida después de la ceguera y la arquitectura me ayudó mucho", explicó Sandra en diálogo con Luis Novaresio. Prejuicios, exclusión social e inclusión real Luis: —Dijiste algo que comparto: “Todos somos prejuiciosos”. ¿Cuánto prejuicio descubriste por ser ciega? Sandra: — El primer prejuicio lo descubrí en mí. Cuando me quedo ciega me costó un montón agarrar el bastón blanco. Era agarrarlo y ponerme a llorar como loca. Me preguntaba: “¿Quién me va a querer? ¿Quién va a querer estar conmigo? ¿Quién va a querer compartir conmigo algo?" Nicolás juega increíble al fútbol y en el club fue goleador de cuatro mundialitos que se hacían todos los años. Cuando me quedo ciega le digo: “Voy a ir al partido” Y el me dijo: “¿Y a qué vas a venir si no me podés ver?” “Yo te voy igual”, le respondí. Se lo dije sin convicción de lo que le estaba diciendo porque estaba destrozada. Después en vez de mirá, me empezó a decir imagínate. Los prejuicios tienen que ver con esto: uno está seteado de una manera. Yo no conocía personas ciegas. La primer ciega que conocí en mi vida fui yo misma. Hay una sociedad prejuiciosa y discapacitante, más discapacitante que la propia discapacidad que tiene uno. Yo ahora lo digo empoderada y si te hablo un poco más, te contagio: “Hacete ciego, que te sirve” (risas). Pero la realidad es que hay mucho prejuicio y uno tiene que poder con eso. Hoy todo el mundo habla de la inclusión. Es una palabra que está de moda. Yo creo que la inclusión hay que llenarla de contenido, hay que accionarla y no declamarla. Luis: — Dame ejemplos de exclusión. ¿Cómo se excluye a una persona con discapacidad? Sandra: — La no accesibilidad de las cosas, excluye. Voy a una reunión. Estamos todos sentados, hay agua y no te dicen. Entro y se quedan todos en silencio. Te hablo del primer tiempo. Voy al aeropuerto sola, pido asistencia y vienen con la silla de ruedas. A mí las piernas me andan bárbaro, yo tengo mal los ojos. “Pero se tiene que subir”, te dicen. Voy con alguien y le hablan a esa persona y no me hablan a mí. Me pasó de ir con Angie, que fue mi asistente desde el primer momento que me quedé ciega. Fuimos a comprar un jogging para Nico al shopping. “¿Qué necesita la señora?”, le decían a Angie y les respondía yo: “Necesito un jogging azul”. “¿Y de qué tamaño lo quiere?”, le preguntaban de nuevo a ella. “Habla con ella. Ella es ciega, pero te escucha, puede hablar y es la que te va a pagar”, les respondía Angie (risas). Son mínimas cosas que hacen sentir muy mal a la gente. Uno como persona con discapacidad se encuentra ante estas resistencias. Una sociedad que muchas veces le da vuelta a la cara o que desconoce. Yo a esta altura ya no digo la gente es ignorante sino que no está informada. Luis: — ¿Cómo es tu vida social y profesional después de quedarte ciega? Sandra: — Yo soy ciega, pero voy al teatro. Me encanta comer rico y disfrutar de una comida. Salgo con amigas, bailo si tengo que bailar y me encanta. No necesito que me guíen para bailar. Laburo de arquitecta… Eso es una cosa medio rarita porque siendo ciega no podría entrar a estudiar Arquitectura hoy. Pero puedo ejercer la profesión porque me formé por años, tengo trayectoria, amo lo que hago y en algún lado me puedo ubicar. Esa es la idea porque todos tenemos algún talento. Proyectos personales, sueños y deseos a futuro Luis: — ¿Cuándo fue que te diste cuenta que podías ser una speaker? Una especie de rocker muy elocuente que cuenta su testimonio e inspira a otros. Sandra: — La elocuencia la tuve siempre. Siempre fui medio líder. No lo descubrí. Lo que pasa es que no hacía uso y abuso de esto porque no me interesaba. Lo que me pasó es que me di cuenta que tengo, como decís vos, un relato divertido que desdramatiza las cosas que cuento y que me puedo divertir. Las personas ciegas se divierten, se enamoran, hacen deporte... Cuando yo digo que yo era prejuiciosa es porque pensé que se me había terminado la vida. Pero cuando empecé a descubrir que la vida sigue, que puede ser de otra manera y que hay baches, todo cambió. Yo le decía a mi psicóloga: “Se me va a acabar el repertorio en algún momento. Ya pasaron diez años. ¿Qué voy a hacer?” Pero trato de estar con gente joven. ¿Por qué rocker? No creo que rocker, pero de alguna manera muestro que la gente ciega o la gente con discapacidad tiene una vida y tiene derecho a tener las mismas oportunidades que tiene todo el mundo. Luis: — Hablale a un pibe, a una piba, a un señor o señora que se quedaron ciegos y están en la etapa que vos muy bien definiste de: “¿Por qué a mí?“ Sandra: — Primero hacete a la idea que tenés que llenar por lo menos dos bañeras de lágrimas. No hay proceso sin peaje. El peaje es la tristeza, el dolor, la bronca. Pero pasas del ¿por qué a mí? al ¿por qué no a mí? No es inmediato. Esto que yo hablo hoy con mucha soltura, me costó años construirlo. Y lo digo en serio. La otra vez no sé quién me preguntaba qué haría si hubiera una operación para recuperar la vista. Obvio que me la haría. Pero contar mi experiencia sé que le hace bien a mucha gente y por eso dedico tiempo a eso.

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