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  • Candidatos fantasmales regresan y su impacto en la política actual

    Parana » Informe Digital

    Fecha: 12/08/2025 02:32

    Resulta lógico el regreso inesperado de los candidatos testimoniales, esos recolectores de votos que jamás considerarían ocupar las bancas o concejalías donde los votantes desearían verlos. Esto se debe a que a los jefes partidarios no les resulta fácil encontrar personas presentables dispuestas a arriesgarse en la arena política y, si tienen éxito, a cumplir sin protestar las órdenes de sus patrocinadores. Por razones comprensibles, escasean quienes se sienten atraídos por un “sistema” cuya reputación es actualmente tan mala, ya que tanto aquí como en otras partes del mundo, muchos han llegado a ver la política como un oficio al que acceden únicamente hipócritas corruptos, decididos a rodearse de mediocres incapaces de hacerles sombra. ¿Son los políticos argentinos peores que sus pares en otros países? A juzgar por los resultados de sus gestiones, cuando se trata de administrar las áreas que supuestamente gobiernan, no destacan entre los más eficaces. Sin embargo, se podría argumentar que, a pesar de sus continuos fracasos, han logrado mantenerse en el poder y prosperar, lo que sugiere que son mucho más astutos que muchos de sus homólogos en el extranjero. Si aquellos que sostienen que la mejor campaña es una buena gestión estuvieran en lo correcto, la conformación de la clase política nacional sería muy distinta de lo que es en realidad; pero, lamentablemente, esto es una falacia o, en algunos casos, un mero deseo. Sin embargo, Argentina no es el único país donde es común criticar a los profesionales de la política, y Javier Milei no es el primero en atacar a casi todos los personajes locales. A su manera particular, el problema de “la casta” es fiel a una tradición que se remonta al menos a dos milenios y medio, cuando el gran dramaturgo ateniense Aristófanes se burlaba ferozmente de las pretensiones de los demagogos de su tiempo, quienes, vale la pena notar, compartían mucho en común con los más notorios de la actualidad. Si estuviera entre nosotros, Aristófanes se divertiría parodiando el pintoresco y abusivo dialecto que Milei ha creado para denigrar a quienes le desagradan. Aunque asegura que dejará de usarlo, pocos creen que el presidente cambie su forma de ser. Carlos Menem intentó abordar el serio problema del desprestigio de una actividad esencial para la democracia, incorporando a celebridades del deporte, como Carlos Reutemann, y del entretenimiento, como Palito Ortega. Ambos accedieron a altos cargos en el escalafón nacional, aunque no tuvieron tanto éxito como otro outsider que no contó con el respaldo del gobierno de turno: el economista y personaje mediático Milei. No obstante, si bien es válido considerar el aporte de Reutemann y Ortega como positivo para la clase política, el de Milei ha resultado ambiguo. A través de él, los debates sobre economía se han vuelto mucho más racionales y realistas que antes, pero su forma de actuar y expresarse no ha contribuido de manera positiva a la cultura del país en el sentido más amplio. La actual proliferación de candidatos testimoniales no solo es un síntoma de una “casta” que se resiste a renovarse con una inyección de sangre nueva, sino también del temor de los líderes de perder el control sobre sus presuntos subordinados. Por naturaleza competitivos y egoístas, quieren que todos los potenciales legisladores o concejales se sometan de forma automática a su liderazgo y que les devuelvan los favores que creen haber brindado, lo que explica su preferencia por listas sábana y reelecciones indefinidas que les permiten aferrarse al poder. Los peronistas no son los únicos que piensan así. En lo que respecta a su propia situación, todos los políticos con poder, incluidos aquellos que se jactan de ser progresistas, muestran un perfil sumamente conservador. Desconfían más de sus adherentes que de sus rivales de otros partidos o corrientes ideológicas. Después de alcanzar la presidencia, el radical Raúl Alfonsín sostenía que las bancas legislativas debían pertenecer a los partidos y no a las personas que las ocupaban. Del mismo modo, uno de sus sucesores, Néstor Kirchner, el restaurador de la democracia, priorizaba la disciplina del partido, es decir, la autoridad del jefe, sobre la libertad de conciencia de los representantes elegidos del pueblo. Aunque en este momento los dirigentes peronistas, empezando por los kirchneristas, comprenden que a menos que renueven su oferta se enfrentarán a un futuro sombrío, están tan decididos a aferrarse a lo conquistado que se niegan a permitir la entrada de personas que pudieran intentar reemplazarlos en las organizaciones que controlan. Apuntan a que los votantes prioricen sus lealtades tribales o prejuicios ideológicos, ignorando que los candidatos testimoniales son tan fraudulentos como si hubieran sido creados por una Inteligencia Artificial. Si bien es posible que esa estrategia funcione, también podría conducir a un nivel de ausentismo sin precedentes. Al fin y al cabo, no tiene mucho sentido votar por fantasmas que desaparecerán en cuanto se cierre el cuarto oscuro. No sorprendería que solo el cincuenta por ciento del electorado bonaerense se moleste en votar en septiembre y octubre, pero es poco probable que la supuesta rebelión silenciosa tenga un impacto significativo en la conducta de quienes la provocaron. Fue en buena medida gracias al desprecio que muchos sienten hacia casi todos los integrantes de la clase política local que Milei triunfó en las elecciones de 2023; sin embargo, a partir de entonces, poco ha cambiado. Aunque La Libertad Avanza ha abierto las puertas a una nueva generación de reclutas, estos se parecen mucho a los de promociones anteriores y rápidamente han adoptado las costumbres menos recomendables de quienes ya estaban en el sistema. Puede que, como ocurre en todos los países, “la casta” esté evolucionando, pero eso no implica que esté mejorando. Por el contrario, a juzgar por el comportamiento de los libertarios más fanatizados, se está volviendo más antipática de lo que era cuando sus déficits manifestaron la llegada del economista encendido. ¿Ayudaría si Milei prestara más atención a la idoneidad de sus seguidores? Es poco probable; como otros tantos, lo que él y su hermana Karina piden es lealtad ciega. No parece que crean en la meritocracia. Aunque es injusto suponer, como dictaminó el saboyano Joseph de Maistre, que cada nación tiene el gobierno que merece, no lo es decir lo mismo de la clase política en sociedades democráticas. Mal que les pese a muchos, la que verdaderamente domina Argentina es producto del voto popular y podría ser cambiada si así lo decidiera el electorado; aunque, por supuesto, hacerlo no sería fácil debido a la resistencia de los actuales miembros del sistema a reformas que podrían causarle dolor de cabeza. Por razones evidentes, desconfían de propuestas que busquen instaurar la boleta única, institucionalizar la ficha limpia y, tal vez, promover un esquema de circunscripciones uninominales que servirían para reducir la brecha entre el electorado y la “casta”. Desde la perspectiva de los denominados populistas, todas las instituciones gubernamentales deberían estar en manos de individuos que comparten la mentalidad del ciudadano común. Insinúan que es antidemocrático exigir conocimientos especializados. Ignoran que, hoy en día, ninguna sociedad puede funcionar adecuadamente sin que quienes la administren posean capacidades que solo una minoría podrá adquirir. Hace un par de años, parecía que la mayoría de la ciudadanía había llegado a la conclusión de que había cometido un grave error al votar repetidamente por personas que, a su manera, compartían sus sentimientos pero carecían de las cualidades necesarias para gobernar con eficacia. En ocasiones anteriores, la pérdida de fe en la clase política llevó a la búsqueda de sugeridas “soluciones militares” que resultaron en consecuencias cada vez más nefastas. Luego, se viviría un breve periodo en el que muchos clamaban “que se vayan todos”; durante un tiempo, los políticos debieron ocultarse, pero pronto regresaron a sus viejos puestos sin sentirse obligados a cambiar nada. Bien o mal, una verdadera renovación de la clase política debería ser precedida por una revolución cultural que impacte tanto en el pensamiento de las élites, que durante años se dejaban seducir por variantes del populismo, como en el de los ciudadanos apenas alfabetizados de un sistema educativo deficiente que definirán los resultados electorales en el conurbano bonaerense y otros distritos de características similares. Puede que en algún punto algo así esté en marcha, pero no hay garantias de que un día el país logre contar con una clase política que realmente merezca el respeto del pueblo que se considera soberano. Galería de imágenes En esta Nota

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