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  • Llevaban 20 años juntos cuando, de repente, él enfermó y murió: la promesa de que no la dejaría sola y el desafío de volver a empezar

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/08/2025 03:09

    Antes de morir, César, su marido, le prometió a María que no la dejaría sola. Poco después apareció en su vida Carlos, con quien María comenzó una historia de amor y resiliencia. (Imagen ilustrativa Infobae) Todos los días María cruza el patio de la escuela que dirige, donde trabaja como docente, y se detiene a observar el nogal. Ese árbol al que le podaron una de sus ramas tiempo atrás, justo cuando murió César, su marido. Ahí está, cercenado como un testigo mudo del amor que se tuvieron. Porque lo curioso es que donde estuvo aquella rama que amputaron quedó estampado un corazón oscuro. Y, por encima de él, en el tronco añoso, van creciendo nuevos brotes verdes. Una alegoría de la vida misma. Morir un poco para rebrotar con toda fuerza. María está convencida de que ese nogal es la señal inequívoca de que César, del que enviudó en 2021, está presente a su manera. Que la sigue cuidando desde el firmamento y que, como prometió antes de partir, le mandó otro gran amor para que la acompañe por el resto de su vida. Esta historia sucede del otro lado del charco, en la vecina ciudad de Montevideo. Mientras charla con Infobae, detrás de su voz por momentos quebrada, se escucha el habitual griterío de chicos pequeños y adolescentes en pleno recreo. María estaba felizmente casada con César, su compañero de más de dos décadas, con quien tenía dos hijos y una vida apacible en Montevideo. Pero en 2021 César comenzó a sentirse mal. Fue al hospital y lo dejaron internado. (Imagen ilustrativa Infobae) Episodio 1: la despedida “Soy de Montevideo. Me casé a los 26 años con mi marido que también era docente. Él estaba en secundaria y yo trabajaba en primaria. Nos conocimos, nos casamos e hicimos una vida muy planificada dando todos los pasos correctos hacia el futuro. Tuvimos dos hijos: una mujer llamada Pía que hoy tiene 21 y un varón llamado Lucas que acaba de cumplir los 17. Con mucho esfuerzo fuimos consiguiendo logros materiales, trabajando siempre codo a codo, ¡y hasta pudimos armar un centro de primera infancia!”. A mediados de agosto de 2021, pasada ya la parte más brava de la Pandemia, un día César le dijo a María que le dolía mucho la espalda y se fue a acostar. “Era domingo. El lunes se levantó peor. Se sentía como engripado. Todavía estaba el fantasma del covid, así que optó por quedarse en casa y no fue a trabajar. El martes seguía igual y se fue a hacer una placa. Llegó a la guardia, lo revisaron y lo dejaron en observación. Cuando llegué me dijeron que tenían que dejarlo ingresado porque tenía líquido en un pulmón. Parecía algo respiratorio. Le pusieron un catéter para que saliera ese líquido y nos empezaron a preguntar qué vacunas le habían dado. Dijeron que algunas vacunas estaban dando síntomas cardíacos. Le harían, al día siguiente, un cateterismo para ver el corazón. Como César se sentía bastante bien les sugirió irnos a casa y volver para la intervención. Le dijeron que no, que debía quedarse internado”. Llegó el momento del estudio y se llevaron a César en una camilla. Al rato apareció una doctora para hablar con María: “Me explicó que el cateterismo era un procedimiento para destapar arterias y colocar stents, pero que no habían podido hacer nada de nada, porque así lo dijo textualmente: ‘Todo está muy mal, muy mal’. Repitió varias veces esas dos palabras y me dejó helada antes de volver a entrar a terapia intensiva”. Unos minutos después esa doctora volvió a salir y fue directo hacia ella: “Me dijo que harían una excepción y me iban a dejar entrar porque César estaba muy nervioso y pedía verme. Pasé y lo vi bastante bien, pero él empezó a decirme cosas que me shockearon. Era como que se quería despedir. Tenía el presentimiento de que se moría. Era como una premonición. Yo le pedí que parara de decir esas cosas, que no era así, pero levantó la voz y me dijo: ‘Te pido que me escuches, es enserio, no estoy embromando, siento que me voy, que no hay tiempo’. María no entendía qué sucedía cuando su marido comenzó a despedirse de ella: le habían encontrado líquido en un pulmón y, rápidamente, todo comenzó a empeorar. Él presentía que moriría pronto y le aseguró que alguien más vendría a compartir la vida con ella. (Imagen ilustrativa Infobae) Ahí me empezó a dar indicaciones de temas de nuestra vida que manejaba él, de los chicos, de la comida por la alergia de la perra, del jardín… Yo pensé que estaba loco o asustado. No entendía nada de lo que pasaba. En un momento César me tomó la mano, me miró y me dijo: ‘Sé que vas a estar muy mal, lo sé, pero no te vas a quedar sola. Tené la sabiduría de abrirte y de aceptar lo que venga. No voy a permitir que te quedes sola’”. María seguía pensando que su marido deliraba por el miedo, quizá. Un rato después les anunciaron que pasarían a una habitación porque al día siguiente lo vería un cardiólogo. “Lo sacaron en camilla y subimos en el ascensor bromeando. Incluso en un momento de esos hablamos con el jardinero que él había llamado para podar el nogal del colegio. Le pasé el teléfono y César le dio instrucciones precisas sobre qué rama era la que había que cortar. Cuando llegamos a la habitación me pidieron que me quedara afuera mientras lo acomodaban y pasaban a la cama. Cuando se fueron me aconsejaron que viéramos una película, me pasaron un código para la televisión y avisaron que más tarde traerían la cena. Entré, y cuando le dije a César que viéramos qué podíamos mirar en la tele, a él le salió otra voz, no era su voz. Era como que no podía hablar. Noté que la lengua se le iba para un costado. Salí del cuarto a los gritos pidiendo que vinieran los médicos. Entraron y me quedé afuera desde donde escuchaba que César seguía sin poder hablar bien. Lo llevaron de urgencia a terapia intensiva. Vino un médico y me dijo que mi marido estaba cursando un ACV (accidente cerebrovascular), que esperara unos minutos para que me pudiesen informar mejor. Volvió enseguida y me explicó que gracias a que yo me había dado cuenta rápido de que algo pasaba había un tratamiento que me podían ofrecer, pero que era riesgoso. Es una medicación que se puede dar dentro de la hora posterior a un ACV. Es algo fuerte que puede hacer que todo remita sin dejar rastros ni secuelas, pero que también podía pasar todo lo contrario: que su cerebro se inundara de sangre. Tenía que decidir rápido si se la daban o no. No había tiempo. Los doctores me dijeron que le habían preguntado a mi marido, porque estaba lúcido, y que él había indicado que sí, que quería el remedio. Yo tenía que decidir si firmar o no. Firmé. No pasó ni media hora que me vinieron a anunciar que César había muerto por un sangrado fulminante”. Era el 20 de agosto de 2021. César tenía 52 años y María, 48. El nogal en el colegio de Montevideo donde trabaja María. La rama que cortaron cuando murió César, su marido, quedó así, con un corazón estampado y nuevos brotes sobre la corteza Episodio 2: la rama del nogal “Ese día mi vida volcó. Con César llevábamos más de veinte años juntos. Éramos un tremendo equipo, muy compañeros. Algo tan repentino, tan inesperado me paró mi vida en seco. No sabía qué hacer, dónde ir, me sentía muerta en vida. Solo recordar lo que sentí en esos momentos me angustia" —dice y llora desconsolada—. “Volví a mi casa con dos amigos desde el sanatorio. Los chicos cuando me vieron llegar no entendían nada y les tuve que decir lo que había pasado. Fue tremendo. La casa se llenó de gente y todo lo que implica un velatorio multitudinario. Yo le había regalado entradas a César para que viera a Fito Páez con mis hijos el 22 de agosto. Les dije que fueran igual, que era como un homenaje a él. Después llevamos las cenizas a un balneario agreste y las tiramos en una cascada. Después de eso vino el peor dolor, me vine abajo. No comía. ¡El bolso que había traído de él del sanatorio lo tuve tres meses sin desarmar, al lado de mi cama! De su lado de la cama dejé por meses sus zapatillas. No podía tocarlas. Dejaba todo en el lugar donde había quedado cuando él murió, como si él estuviera todavía”. María soñaba con que un sortilegio la despertara de la pesadilla. Pero nada de eso pasó. Tuvo que empezar a trabajar de nuevo, a gestionar las cosas y a ocuparse de todo. En septiembre, cuando volvió al colegio, se enteró de que había que solucionar un tema con el nogal: “La rama que había cortado Jeremías, el jardinero, chorreaba un agua pegajosa impresionante. No eran gotas, eran cataratas de líquido. Pusimos un balde que teníamos que cambiar dos o tres veces al día porque se llenaba. Lo llamé y me dijo que no podía ser tanto. Vino y no encontraba manera de que dejara de segregar líquido. Era rarísimo. Al punto de que Jeremías me dijo que parecía algo del más allá… Me quedé pensando en su frase. Pensé que por ahí sí, que por ahí César tenía que ver con eso. Es curioso, pero al día siguiente fui hasta el árbol y le dije: ‘¡César, si sos vos no llores más por favor!’ Creer o reventar: a la semana había dejado de gotear y en el lugar donde había serruchado la rama afloró un corazón marrón oscuro. ¡Como si estuviera impreso!”. Para María era una clara señal de la presencia de César. Las fiestas del 2021 fueron angustiantes para María y sus hijos: “Fue horrible porque encima de todo mi hijo se agarró covid y las pasamos encerrados. Cada uno en su cuarto”, recuerda conmovida. Su vida siguió por el sendero de la tristeza. Demoró un año y medio en tener la fuerza necesaria para sacar las cosas de César del ropero. Tiempo después de la muerte de César, el padre de una alumna del colegio donde trabaja María, Carlos, se le acercó y comenzó a acompañarla cuando otro padre, enojado por el cierre de la institución a causa del covid, comenzó a hostigarla. (Imagen ilustrativa Infobae) Episodio 3: el papá de una alumna Rodemos para atrás en el tiempo y vayamos a diciembre de 2019. Un papá de una alumna del colegio, Carlos, va a una entrevista con María y le cuenta que estaba pasando un momento bravo porque se estaba separando de su mujer. María lo escucha con atención y él se siente contenido por ella. Nada más que eso. Entre 2019 y 2021 Carlos y María se vieron esporádicamente en la puerta del colegio y, durante la pandemia, en las reuniones por Zoom. “Era un papá del colegio. Punto. Cuando murió César, él me mandó un mensaje cálido. Como muchos otros padres. Yo no reparé en él, para nada. Pero he aquí que en febrero 2022, en el colegio, todos nos enfermamos de covid y tuvimos que cerrar por varios días. Cuando reabrimos, en una reunión, apareció un papá muy enojado por el cierre y me empezó a patotear. Yo estaba vulnerable y me puse mal. Encima, al irme, vi que me seguía con su camioneta. Yo frenaba, él frenaba; yo arrancaba y él arrancaba. De pronto se me puso al lado y me gritó. Me asusté un montón. En la puerta del colegio, al día siguiente, Carlos me preguntó cómo estaba por eso y le conté que me había seguido ese violento. Él se ofreció a acompañarme con su auto detrás del mío. Pudo verlo con sus propios ojos porque el tipo volvió a hacer lo mismo. Carlos me dijo que si las cosas seguían así iba a tener que denunciarlo. Y fue a hablar con el hombre. No tengo idea de lo que le dijo, pero dejó de perseguirme. Fueron diez días los que Carlos me estuvo acompañando con su auto. De pronto teníamos más confianza, charlábamos de tonterías, pero yo no pensaba en nada más. Cuando ya todo había pasado Carlos me mandó un mensaje para decirme que como se había solucionado el problema teníamos que celebrar, y me invitó a comer. Le dije que no. Insistió y me pidió que lo pensara. Ya tenía una reserva en un restaurante. En esos días la psicóloga del centro me dijo que me había escuchado volver a reír mientras hablaba con Carlos. Le conté de la invitación y me insistió: ‘Tenés que ir, animate’. Acepté y salimos. Comimos pescado. Me cayó bien. En la charla surgieron muchas cosas en común. Somos de la misma edad, nos gusta la misma música, era una catarata de coincidencias. Esa noche, cuando me llevaba a mi casa, me dijo que no quería que pensara que estaba loco pero que él, desde que había pasado lo de mi marido, sentía que tenía que cuidarme. Me sorprendí mucho. De alguna manera, él sin saber mi última charla con César, me estaba diciendo algo que coincidía con lo que mi marido me había dicho”, relata María. Cuando María se libró del padre agresivo con la ayuda de Carlos, él la invitó a cenar para celebrar. Ella dudó pero finalmente aceptó. Esa noche él le dijo que sentía que debía cuidarla. (Imagen ilustrativa Infobae) Episodio 4: el compañero “enviado” Lo que siguió a esa noche fue una intensa frecuencia de encuentros y mensajes por WhatsApp. Se veían dos o tres veces por semana. Él separado y ella viuda tenían mucho que contarse. Dolores, angustias, miedos e ilusiones. “Otro de esos días me dijo que no lo tomara a mal pero que él sentía que tenía el mandato, desde algún lugar, de acompañarme. Que creía que podía ser esa persona enviada por César. Si bien él no había proyectado vínculos para su vida después del divorcio, me afirmó que sentía que quería saltar al agua y jugarse conmigo. Mi primera reacción fue negativa. Me pidió que le diera una chance. Fue entonces que confluyeron en mi cabeza varias cosas. Mi amiga psicóloga me decía que me animara, que total no tenía que ser algo definitivo sino simplemente un empezar a estar con alguien. Estaba muy confundida, no sabía si era un disparate o no lo era. Todavía estaba en carne viva. Una noche llegué a casa tarde y mi hija me dijo: ‘Mamá, ¿en qué andás?’ Le conté lo que me estaba pasando, desde el lugar del disparate. Ella, increíblemente para mí, me respondió: ‘Dale para adelante, mamá, probá, ¿por qué no? Es lo que papá querría’. Seguía dudando, pero ella me empujó: ‘Invitalo a comer el sábado a casa y nos conocemos todos. ¿Qué perdés con invitar a un amigo? Que venga con su hija de 4 años’. Le hice caso y lo invité. Ese sábado estaba muerta de nervios, quizá lo que estaba haciendo era una locura. Carlos vino con su hijita de 4 años y nos trajo una planta de regalo y un ramo de flores. Era una comida familiar: yo con mis hijos y él con su nena. Resulta que yo tengo, en un mueble del comedor, un cuadro con César y mis dos hijos. A los 15 minutos de estar ahí la nena preguntó: ‘¿Quién es él?’, y lo señaló. Me quedé paralizada. Después de un cruce de miradas Carlos le respondió: ‘Él es César, el papá de Lucas y de Pía. Era el esposo de María, pero ahora está en el cielo’. -¿No lo vamos a ver? -No, no lo vamos a ver, pero esta es su casa y su familia”. La noche fue maravillosa y la relación avanzó, pero con todas las limitaciones que María había impuesto. Con sus tiempos y sin contacto físico, por lo menos al comienzo. “Accedí a salir con él con un millón de condiciones al principio. Le dije que no quería contacto físico. Me daba paz tener un compañero, pero ni yo sabía qué quería. Aceptar el contacto era abrir una puerta a una relación, a un vínculo que no sabía cómo iba a seguir”, reconoce. Después de dudarlo mucho, y por la insistencia de su hija que la alentaba en esa nueva relación, María invitó a comer a Carlos y a su hija pequeña a su casa, para que las familias se conocieran. (Imagen ilustrativa Infobae) Episodio 5: la mirada de los otros y la propia La paz que sentía María por la contención encontrada en Carlos tenía un costado complejo: el peso de la mirada de los otros sobre esta nueva relación. La de aquellos que habían sido amigos de la pareja de María con César. “Confié y sentí tanta paz que estoy convencida de que la mano de César estuvo en todo. Sin esa paz jamás me habría tirado al agua. Con César éramos una pareja llena de amigos cercanos. Sin embargo, ocurrió que tuve que enfrentar el rechazo total de muchos de esos amigos que no podían tolerar verme con otra persona. A mí me daba cosa la mirada de los otros. Me condicionaba muchísimo. Lo que piensen los demás te puede coartar y alejar de un sueño. Estuve a punto de dejarme manejar por esa mirada. ¡Eran mis amigos de toda la vida y me dieron la espalda! Dijeron que no podían aceptarlo. Hasta me juzgaron y me preguntaron si no me daba vergüenza lo que estaba haciendo. ¡Incluso algunos pensaron que la historia venía de antes! Fue muy feo perder amigos de esa manera brutal. Lo increíble fue que cuando fui a contarle a la mamá de César, que había perdido a su hijo, lo que hizo fue todo lo contrario: me felicitó. Me dijo que estaba contenta de que estuviera con alguien que caminara conmigo la vida. Mi hija fue también un gran puntal que hasta llegó a defenderme diciendo que era buenísimo que yo tuviera esta oportunidad. Aunque Lucas sigue luchando con el duelo por su papá, mi hijo también entendió perfectamente. La familia de César fue tan amorosa que hasta nos hicieron un asado para conocer a Carlos. Eso neutralizó un poco a quienes me señalaron y me hicieron sentir mal”. María comenzó terapia porque dice que “el duelo no se acaba porque yo esté con alguien. No es que un clavo saca otro clavo. Pero hoy, gracias a Dios, lo vivo bien acompañada”. A la hora de avanzar en su relación con Carlos, a María le pesaba la mirada de los demás: muchos de los amigos que tenía cuando era pareja de César le dieron la espalda, pero sus hijos y la familia de César la apoyaron y celebraron que caminara la vida en compañía. (Imagen ilustrativa Infobae) Con Carlos ya comparten casa. Le pregunto por el lugar que tiene este nuevo amor en su vida: “Esta relación es muy distinta a la otra, ¡porque yo soy otra! A veces, me desconozco. Estoy mirando este vínculo desde un lugar distinto. Con César todo lo hacíamos en familia. Con Carlos, con mis hijos ya grandes [N. de la R.: su hija se recibió de psicóloga en 2022 y vive con su novio; Lucas vive con ellos], nos permitimos escapadas y hacemos cosas de pareja. Se me abrió un panorama diferente. Siento que estoy viviendo otra vida, otra etapa, con otra persona. Algunas cosas son mejores; otras, extraño. Tuve que transitar procesos de aceptación de los cambios y reprogramarme. Tanto que uno habla en la docencia de las familias ensambladas, ahora me tocó vivirlo. Carlos es un gran amor, pero es diferente. ¡A César lo nombramos como si estuviera! Ya van cuatro años de duelo, así que me siento libre para amar a Carlos y tengo paz. Lo que más me angustiaba era la mirada del resto, hoy por suerte me importa menos. Siento que habernos encontrado fue algo milagroso”. María fue exigente para concretar la pareja con Carlos. Y él fue paciente. La vida sexual tuvo que esperar bastante para suceder: “Para mí iba a ser como la constatación de que daba un paso más, real, hacia otra pareja. Además, ya no tenés el cuerpo de los veinte años. Insólitamente en ese tema descubrí cosas que no conocía, frecuencias que no manejaba, una manera de amor distinta y muy pasional. Eso me implicó sacudirme un poco los hábitos de carmelita descalza… “, bromea. Carlos tiene hoy 54 años, María, 52 y ya hace dos años y medio que recorren la vida juntos: “Nos ocupamos mucho de nosotros dos. Este camino es algo novedoso para mí. Nos cuidamos, nos acompañamos y nos proyectamos por 25 o 30 años más”. Le pregunto si quiere decirle algo a otras mujeres en situaciones similares: “Mi consejo es que hay que saltar. Animarse a vivir. El dolor no se va a ir nunca, pero ese dolor me trajo enseñanzas para cambiar y mirarme desde otro lugar. No hay que quedarse de brazos cruzados. Soy muy creyente y creo que todo lo que pasó es parte de esa red que maravillosamente me ha sostenido y que me fue mostrando que la vida puede tener mucho más para darnos de lo que creemos”. * Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com * Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, sus nombres serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas.

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