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  • El editor que se enamoró de Chavela Vargas

    » Clarin

    Fecha: 09/08/2025 08:34

    Durante años guardé este libro, Mexicana (Acantilado, 2021), de Manuel Arroyo-Stephens, editor español, fundador de la editorial Turner, que se enamoró de México y que, como su colega Peter Mayer, que estuvo años dirigiendo Penguin, también se enamoró de Chavela Vargas. Arroyo cuenta su historia con Chavela, la gran cantante que hizo de su voz un emblema de México, habiendo nacido en Costa Rica, en ese libro que yo he guardado como si la historia me estuviera esperando en esta ciudad exagerada y bellísima, también de un misterio exagerado. Arroyo nació en Bilbao, en 1945 y murió cerca del monasterio de El Escorial, en España, en 2020. Era un hombre de gran inteligencia, con la que miraba como si estuviera recién llegado del limbo. Inteligente editor, era multifacético. Gracias a él México y España tuvieron una relación más fructífera en el mundo de los libros, en línea con lo que habían enseñado colegas suyos que vinieron a este país para escapar de la guerra civil o para seguir aquí a los progenitores que también se dedicaron a este oficio. A Arroyo se debe, por ejemplo, la resurrección de un gran poeta, e intelectual español, José Bergamín, que vivió sus últimos años en Madrid pero que, desde México, jamás perdió el sentido de la tristeza, y de la rabia, que le produjo el levantamiento de Franco. Fue Arroyo, además, autor de sus propios libros, entre los cuales está el libelo (aparecido sin firma) Contra los franceses y la colección de ensayos La muerte del espontáneo. Era un hombre de gran cultura, y ahí estaba también la pasión que le dedicó a la música. En este libro póstumo, Mexicana, se manifiesta esa tendencia que, además, le permitió dedicarse gran parte de sus años más fructíferos a Chavela Vargas, aquella cantante que hoy es en México como la Octavio Paz de la música. En el libro, que yo abrí ahora en México, como si Mexicana tuviera que ser leído aquí, en el país de las lluvias del verano, Arroyo cuenta cómo conoció a Chavela. Ella estaba, por decirlo así, entre el alcohol y la tristeza, cantando en tugurios sin alegría, y allí la encontró Manuel. Él sintió que a aquella mujer había que rescatarla del arroyo sin pasión en el que mojaba su pasión por las canciones (de José Alfredo Jiménez, por ejemplo) que han hecho universal, antes y con ella, los grandes folkloristas sensibles del México inmortal. Él se atrevió a insistir para que ella fuera mejor escuchada, en México y en todo el mundo, así que la fue a ver a lo que se podía llamar un camerino, le dijo que ella seguía teniendo voz y porvenir y terminó convenciéndola para que, por ejemplo, viajara a España, cantara en distintas ciudades, y viajara por la Europa que no conocía de su voz. Esa extraordinaria iniciativa, que Arroyo cuenta como si estuviera narrando una novela que resulta, además bellísima, le dio a Chavela Vargas los mejores años de su vida, como si hubiera resucitado de entre los muertos de la canción. Ella era, mientras duró en este mundo, la más aplaudida de las artistas que su país le dio al mundo, y hasta ahora mismo. Ese encuentro con ella tuvo numerosos adictos, como Pedro Almodóvar y muchos otros grandes de la cultura española, avisados de que estaba por Madrid, por ejemplo, aquella voz que parecía de vino o alcohol y que, en ese momento, era sobre todo de oro. Yo ignoraba que en este libro póstumo de Manuel Arroyo-Stephens estaba esta historia (entre otras igualmente bellas o sugestivas) referida al viaje europeo de Chavela por esos mundos que incluyen el país del editor y escritor que tanto hizo por ella. Yo estaba haciendo un alto en las lecturas que sobre Gabo vine a hacer en la ciudad de las lluvias memorables y agarré este Mexicana, que traía en mis mochilas como si esperara escuchar la voz de aquel amigo. En el cuarto que me prestó Ángeles Mastretta (Arráncame la vida, esa gran escritora) para escribir de Gabo me encontré de pronto no sólo con lo que ese libro dice de lo que es México cuando sorprende, de día y de noche, sino con esa historia que vengo contando referida al mito que, además, fascinó a Peter Mayer, el más importante de los editores norteamericanos de la segunda parte del siglo XX. Cuando empecé a leer el descubrimiento de Chavela por Manuel Arroyo sentí en seguida el latido de aquel hombre que, en 1993, me preguntó si yo sabía si vivía y dónde aquella voz extraordinaria. Por algunas referencias que me llegaron, intuí que Chavela estaba en Madrid, y además con Manuel. No esperaba que también estuviera en su casa. Muchos años atrás, Peter Mayer vivió su luna de miel escuchando a Chavela Vargas, quizá en el mismo local en el que luego la vio Arroyo. Y aquel impacto fue para él inolvidable… No le conté de pronto que en seguida que me hizo la pregunta yo llamé a Arroyo, este me citó al día siguiente para que el editor norteamericano me acompañara a la casa de su colega. Quien abrió la puerta fue Chavela, precisamente. Se hicieron amigos para siempre, o al menos tanto Peter como su novia de aquel tiempo remoto, a la que él invitó a todos sus viajes con Chavela, siguieron la triunfal gira de la artista que Arroyo había rescatado, precisamente, del arroyo en el que se perdían sus canciones. Dice Manuel Arroyo-Stephens en su libro sobre el debut español de su patrocinada: “Había vuelto de los infiernos, decían. Lo que yo sabía era que si no triunfaba iba a volver a ellos, esta vez sin retorno”. Arroyo hizo malabares para que lo que parecía una posibilidad se convirtiera en un descubrimiento que dejó atónitos y felices a los que sólo conocían de Chavela el remoto sonido de aquel Mundo raro que salió de la pasión mexicana de José Alfredo Jiménez y que ella le regaló al universo como si fuera un regalo para la historia mundial de la tristeza. El porvenir actúa en golpes de teatro, le dije a Ángeles Mastretta y a su marido, Héctor Aguilar Camín, escritor, director de Nexos, narrador él mismo de La dictadura germinal (su último libro)... La apasionante historia de Chavela, la coincidencia que prestaba este libro que yo llevaba conmigo junto con los numerosos textos de García Márquez que traje para estudiármelo bien, se mezcla ahora con la inolvidable historia de esta mujer que viajó a Madrid, y luego por toda Europa, para hacer de nuevo feliz al mejor de los editores del mundo en el siglo XX, Peter Mayer, que se enamoró de Chavela Vargas. Peter murió en mayo de 2018. Yo fui a verle unas semanas antes. Él estaba muy enfermo y me recibió en su editorial (que ahora era la suya propia, Overlook Press). Ante el ordenador miraba algunas noticias relacionadas con su trabajo. Podemos escuchar a Chavela, le dije. Y él cambió de dial y buscó una canción de las que más quiso. Me despedí de él después de escuchar, otra vez, Un mundo raro.

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