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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/08/2025 06:44
El escritor y cineasta publica 'Rengo yeta', la continuación de su novela autobiográfica 'El niño resentido' César González cuenta con una sonrisa su nueva vida en Buenos Aires y las bromas de su familia sobre su flamante condición de “porteño”. Pero se lo nota contento. Él no lo dice, pero algo de eso flota a lo largo de la conversación con Infobae Cultura, una de estas tardes frías de agosto. Basta de sufrir. Ahora le toca vivir un poco la vida de cualquier persona que no haya atravesado nada, nada de lo que pasó este muchacho educado y amable que viste una campera con el escudo del Racing Club de Avellaneda, durante más de dos décadas: pobreza, marginalidad, rencor, violencia, riesgo de vida, cárcel, drogas. Y aquí está, tomando un café caliente que atenúa el frío, orgulloso de la obra de “alguien que fue delincuente y que no tiene una visión moralista sobre su propia historia. No caigo en la meritocracia ni en una historia de superación personal, no me interesa el camino del héroe”, dice con seguridad. —Sin embargo hoy sos escritor y director de cine, es decir “saliste adelante”. —No puedo negar que la lectura de superación es inevitable. El tema es la forma en que se comunica ese relato de superación. La superación es un mal en sí mismo. A mi me deja tranquilo que me escriba un amigo del barrio que se cruzó con alguien que conozco y estuvo en cana. Sin saberlo terminaron hablando de mí. Mi amigo dice “yo soy de la Gardel” y el otro le responde “Yo estuve en cana con un pibe de la Gardel, César, el rengo...” Y lo que le dijo es “César nunca fue antichorro”. Es un término de la calle: nunca fui y nunca me volví un antipibe. Nunca me volví alguien que opine “Bueno, el que roba y no cambia es porque no quiere, porque yo robé y cambié porque quise”. Nunca bajé esa línea. Para mí, que me sigan identificado como uno de los suyos (a pesar que no soy más pibe chorro), es más importante que cualquier cosa. Y no lo busqué... Digo, el que lo dijo, estuvo en cana conmigo hace 15 años y no sabía que era escritor ni que hacía películas. Se acordaba que yo era eso y que no me volví otra cosa. Yo siempre digo: no es que cambié, abandoné una actividad, que es muy distinto. El que me conoce de chico sabe que sigo siendo el mismo. Abandoné una actividad: robar. Una actividad que te lleva a una muerte, a una muerte irreversible, literal o metafórica. O no tan metafórica. "Es la obra de alguien que fue delincuente y que no tiene una visión moralista sobre su propia historia", dice César González “Son demasiadas cosas muy extremas”, reflexiona en otro momento de la charla. La verdad es que sí. Cuesta leer El niño resentido (2023) y ahora Rengo yeta (2025) porque, como pocas veces en la literatura argentina contemporánea, se tiene la sensación lacerante de realismo en cada página. Ambos libros, pensados como novelas autobiográficas con nutridos elementos visuales -no en vano César también es cineasta-, operan como el relato de una existencia difícil. En su prosa hay ecos de El niño proletario de Osvaldo Lamborghini e imágenes que remiten a Crónica de un niño solo, de Leonardo Favio. Duele leerlo, imaginemos si dolerá haberlo vivido. Flashback al presente. Rengo yeta, recién publicado por Reservoir Books, es la continuidad de El niño resentido: el nene que se cayó en una cloaca ya es una adolescente de 16 años que una noche “cae” en un instituto de menores. Allí comienza un fascinante, conmovedor e incómodo relato de un pibe que en lugar de estar planeando una salida con sus amigos o la chica que le gusta, sabe que estará “guardado” por un buen tiempo, en la compañía de guardiacárceles (aunque no deben llamarse así en un instituto de menores, seguramente César podría especificar la denominación correcta), a merced de fiscales, jueces y autoridades, y rodeado de otros pibes -ángeles caídos como él-, sobreviviendo como pueden en lugares húmedos, sucios y violentos por naturaleza. César González relata su transformación personal sin caer en el relato de superación tradicional —Te diste a conocer en cierto escenario cultural por tu historia de vida, pero después hiciste una cuantas cosas al margen de eso. Sin embargo, en estos dos libros te has decidido a contar esa historia tuya ¿Por qué ahora? —Es paradójico. Me pasa, por ejemplo, con las entrevistas que estoy dando para España por el lanzamiento de El niño resentido. Estoy respondiendo cosas que acá respondí hace 15 años acá. Me costó tanto, tanto que no se enfoque todo en mi historia... Mi historia es pasado, yo no soy pasado, soy presente. Eso quería transmitir. Estoy haciendo películas, escribiendo poesía, ensayo, pensando cosas de mi realidad en presente y sobre la realidad de mi país. Y de golpe escribo un libro sobre mi pasado. La editora de Random House sabe lo difícil que se la hice para decirle que sí a la propuesta, porque la idea fue de ella. Apareció un día me dijo “Soy fulana, me encantaría que escribas tu autobiografía”. La ignoré, no me importó. Estuvo como tres años insistiéndome. Lo que terminó por decidirme a escribir estos libros, por un lado fue la pandemia: yo vivía de dar charlas y de cuestiones que sí o sí de dependían de lo plural, de encontrarse con gente. La pandemia me mató. Entonces, en un momento, estaba completamente desocupado, no tenía ningún tipo de trabajo. Y bueno, dije: “A ver...” Quería tener un proyecto y me costó un montón. Creo que a la vez todas esas cuestiones fueron las que hicieron que estos libros sea lo que son. Dije: “Ok, voy a escribir mi historia, pero ahora van a decir ¿para qué, para qué elegimos que la cuente? Porque voy a contar tanto dolor..." Fue una lucha entre comillas. Me pagaron por escribir mi historia, no puedo quejar. Entonces fue: “bueno, la voy a escribir, pero no va a haber ningún tipo de soliloquio sentimental” Sabiendo que mi vida fue un golpe bajo desde que nací. Hay cosas que aunque las describa con un lenguaje clínico, son un golpe bajo. Un nene que se cae en una cloaca a los cuatro años, por más que lo quiera contar de la forma más fría, como intento escribir yo: distanciado, tratando de adjetivar lo menos posible... Pero así todo, igual. Amigos me han mandados audio mientras lo leían, llorando y diciéndome “me cuesta leerlo”. "Dije: 'Ok, voy a escribir mi historia, pero ahora van a decir ¿para qué elegimos que la cuente? Porque voy a contar tanto dolor...'" —Obviamente también habrá sido doloroso para vos volver a eso. —Tuve que volver, y en Rengo yeta más... El dolor es así. Pero a la vez me sirvió como una especie de terapia, que no estoy haciendo en este momento (pero hice). Y creo que es de las cosas más interesantes que ha creado el ser humano: la terapia psicoanalítica, porque es una terapia que requiere de la palabra. No hay medicamento, un psicoanalista no te medica, ¿entendes? Te puede mandar al psiquiatra. Hay un tratamiento con la palabra que es literatura pura. Y ojo, lo que cuento es la puntita del mundo carcelario. Eso se lo aclaré a a la editorial: “no voy a quemar cinco años de mi vida en un libro”. No puedo. Y si quieren eso me tienen que dar un par de años más. Si había que sacar a este libro, dije, apenas puedo contar el primer instituto. Es la contradicción de tener tanta memoria, ¿viste? Porque quisiera no acordarme. Pero bueno, la situación es extraordinaria y es muy difícil de olvidar. Es una experiencia que se vive de una forma más contundente, por todo lo que viví ahí... Por ejemplo, vos vivís una situación muy fuerte y extrema en la calle y después tenés un momento para ventilar, te vas a caminar, te olvidas. En la cárcel no hay reposo. Te peleas con alguien en una celda ¿Y adonde te vas? La experiencia del encierro la tengo más presente que la experiencia en la calle. En la calle pasaron muchas cosas pero como estaba tan drogado, tengo borroneado el recuerdo. En la cárcel estabas extremadamente lúcido. Luego apareció el psiquiatra, pero esa es otra historia, de otro libro que ya empecé a escribir. —O sea que esta historia, continúa. —Obvio. Falta contar cuatro años y medio de encierro. [Fotos: Gastón Taylor]
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