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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/08/2025 04:38
La tumba de Hitler, una investigación que cuestiona lo que sabemos. La tumba de Hitler, obra del periodista argentino Abel Basti, plantea una de las teorías más controversiales y persistentes sobre el destino de Adolf Hitler tras el final de la Segunda Guerra Mundial. El libro*sostiene que el líder nazi no se suicidó en el búnker de Berlín en 1945, sino que logró escapar y construyó una vida clandestina en Sudamérica. Según la investigación de Basti, Hitler vivió en Argentina, murió en Brasil y fue enterrado en Paraguay. La tumba de Hitler Por Abel Basti eBook $ 15,99 USD Comprar El autor asegura que, durante su trayectoria como periodista, no había previsto dedicarse a investigar temas bélicos ni historiales nazis. Sin embargo, un acontecimiento ocurrido en 1994 –la detención y posterior extradición del exoficial nazi Erich Priebke en Bariloche, ciudad donde residía Basti– lo llevó a involucrarse profesionalmente en indagaciones sobre la conexión argentina con el nazismo. La cobertura del caso y el contacto con fuentes cercanas a la llegada de los nazis al país marcaron el punto de partida de una investigación que, en palabras del propio autor, se extendió por tres décadas. Basti relata que su trabajo consistió en la recopilación de testimonios, documentos oficiales y fuentes de inteligencia de distintas nacionalidades, así como en la búsqueda de pruebas materiales como el hallazgo de restos de submarinos alemanes en la costa argentina. Su investigación lo llevó a entrevistarse con testigos que aseguran haber visto a Hitler en territorio sudamericano y a analizar informes oficiales que, según el autor, presentan inconsistencias respecto a la versión aceptada sobre la muerte del Führer. El libro cuestiona la historia oficial y propone que, tras el colapso del Tercer Reich, Hitler y varios jerarcas nazis lograron huir utilizando submarinos que arribaron de manera clandestina a diversos puntos de Sudamérica. Basti presenta material documental, peritajes forenses e imágenes que, sostiene, respaldan su teoría de la sobrevida de Hitler después de 1945. A continuación, se publican algunos fragmentos del libro donde el autor expone su escepticismo sobre el suicidio de Hitler y recoge declaraciones y reportes de época que contribuyeron a alimentar las dudas históricas acerca del destino final del jerarca nazi. De esqueletos, pericias y autopsias LOS CADÁVERES Al analizar los testimonios de las personas que aseguraron que Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 en el búnker de Berlín surgen contradicciones que no pueden ser pasadas por alto, especialmente cuando, con detenimiento y rigurosidad, se revisa la historia para tratar de comprender la parodia montada por los integrantes del círculo íntimo del Führer. En primer lugar, se debe tener en cuenta que todos los testigos que afirmaron a pie juntillas que Hitler se mató eran nazis. Este no es un tema menor. Ellos aseguraron que el cadáver del Führer fue totalmente quemado, junto al de su amante Eva Braun, y que la cremación se realizó en una pira funeraria que ardía en los jardines de la Cancillería mientras los soviéticos atacaban. Ese era en 1945 el último territorio de Alemania en donde el ejército germano resistía el arrollador avance de las fuerzas comunistas que, a esa altura de los acontecimientos, habían demostrado ser imparables. Para ese entonces, abril de ese año, las horas del Tercer Reich estaban contadas y la vida del imperio nazi, que debía durar mil años según había prometido Hitler, culminaría con la rendición incondicional de los germanos. La firma de la capitulación alemana, formalizada el 7 de mayo, impactó en el mundo mientras crecía una ola de rumores respecto de la suerte corrida por el líder nacionalsocialista. La información inicial motivó la gran pregunta: ¿El Führer se había suicidado o había escapado? Como se dijo antes, solo los nazis dijeron que se mató junto a su esposa Eva Braun, con quien, según la versión oficial, se había casado unas horas antes en el búnker. Entonces es dable pensar que, para encubrir la verdad, hubiera bastado con preparar a estos supuestos testigos para contar la historia de un doble suicidio, de muy difícil verificación en una ciudad de Berlín que agonizaba bajo una espesa capa de humo producto de los interminables bombardeos soviéticos y con miles de cadáveres en las calles. Pero hoy, al ser comparadas las diversas declaraciones de los nazis, aparecen contradicciones que van desde la forma en que se concretaron los suicidios hasta los múltiples datos relacionados a la forma de traslado de los cadáveres, la incineración y la sepultura de los cuerpos de Hitler y su mujer en los jardines de la Cancillería. Abel Basti, tras los pasos de Hitler. No se puede desconocer que hay discordancias respecto a fechas, horarios y lugares donde hipotéticamente ocurrieron estos sucesos. Para realizar este cotejo de las declaraciones oficiales recurrí a las efectuadas por los nazis detenidos por los rusos así como a las obtenidas por los interrogadores angloestadounidenses de alemanes que, habiendo estado en el búnker, pudieron escapar de las tropas soviéticas que invadieron y conquistaron Berlín. Hay que señalar que las actas de esas dudosas explicaciones tienen fechas diferentes, algunas muy distantes en el tiempo y que, en ocasiones, los testigos han sido interrogados más de una vez incurriendo ellos mismos en contradicciones, tal como se comprueba al ser confrontados con sus propias confesiones. De acuerdo a esa documentación, los únicos testigos que afirmaron que vieron a Hitler muerto son cuatro y pertenecían al círculo íntimo del jefe del Tercer Reich. Ellos son el mayordomo Heinz Linge, el asistente personal Otto Günsche, el chofer Erich Kempka y el general Artur Axmann, jefe de las juventudes hitlerianas. Los dos primeros fueron capturados por los soviéticos y los restantes por los aliados occidentales. Estos testigos, tal como lo hicieron otros, repitieron un relato aprendido de memoria: el matrimonio Hitler se suicidó, trasladaron sus cuerpos al parque de la Cancillería, los quemaron y luego los enterraron. Esta estrategia de encubrimiento basada en todos contar la misma historia, tal como se les indicó, es consistente respecto a la trama general, pero presenta puntos muy endebles cuando se indaga en los detalles de cada narración. Estas contradicciones inclusive se dan entre los principales declarantes, hombres absolutamente leales al Führer: Günsche dijo que, a la hora de suicidarse, Hitler estaba en una butaca y Eva Braun en un sillón y que ambos se quitaron la vida disparándose un tiro en la cabeza; Kempka en cambio aseguró que los dos estaban sentados en un mismo sillón, donde su jefe se mató de un disparo en la sien y ella de un tiro en el corazón. Linge afirmó que ambos estaban sentados en el mismo sillón en donde se pudo comprobar que Hitler estaba muerto por haber gatillado su pistola en la cabeza y que Eva, cuyo cuerpo no presentaba heridas visibles, yacía sin vida luego de haberse envenenado. En una primera declaración Linge dijo que el disparo había sido en la sien izquierda y luego en la derecha. En tanto Axmann aseguró que, cuando llegó, los dos cadáveres ya habían sido puestos en el piso. Según su testimonio, Hitler se mató con un tiro en la boca y Eva Braun se envenenó. Hitler y Eva Braun. ¿no murieron juntos? (Grosby) A estos testigos se sumaron otros que si bien nunca vieron los rostros de Hitler y Eva Braun muertos, dijeron que participaron del traslado de los restos —los dos cuerpos fueron llevados desde el búnker al exterior cubiertos por mantas— y la cremación de ambos. En este caso vuelven a repetirse una suma de discordancias entre los testigos. Las contradicciones son notorias a la hora de explicar cómo se trasladaron los cadáveres y el momento en que se prendió la pira funeraria para incinerarlos, el tiempo que duró ese procedimiento, el estado final que presentaban los cadáveres tras ser quemados, la forma y el lugar en que se realizó el entierro de ambos, etcétera. Parte de esta trama de falsedades es notoria y no resiste el menor análisis. No se necesita ser un profesional o un perito forense para detectar los detalles del fraude. Por ejemplo, algunos testigos dijeron que solo quedaron cenizas de los cuerpos y se sabe que esto es imposible en una incineración de este tipo, a cielo abierto, ya que la temperatura necesaria para reducir un esqueleto a polvo está estimada entre 1.400 y 1.800 grados Celsius (2.552 a 3.272 grados Fahrenheit). Esta temperatura se alcanza en un horno crematorio y no en una hoguera luego de haber impregnado los cuerpos con gasolina, tal como oficialmente se contó. Según la historia oficial, Hitler exigió a sus hombres de confianza que cremaran su cuerpo de modo tal que no se pudiera encontrar ningún rastro de su cadáver, para así evitar que fuera exhibido al público, tal como había ocurrido con el cuerpo del dictador italiano Benito Mussolini. Por ese motivo, según se argumenta, se decidió quemar sus restos junto a los de Eva Braun al aire libre para luego sepultarlos en el mismo lugar. De acuerdo a ese relato, esto se realizó con cierto riesgo ya que la Cancillería del Reich, en cuyo parque se realizaba la supuesta cremación, estaba siendo intensamente bombardeada por los soviéticos. No se comprende por qué se adoptó esa resolución cuando en el sótano de hormigón reforzado de la Cancillería funcionaban dos enormes hornos de coque que eran ideales para deshacerse de los restos de Hitler de forma segura y sin la eventualidad de testigos indeseados. Algo más, la historia oficial asegura que, bajo la supervisión de los jerarcas Martin Bormann y Joseph Goebbels, se prendió una pira funeraria que fue alimentada con cientos de litros de gasolina, que fue vertida para encender el fuego y para mantenerlo durante varias horas. Resulta raro que a la fogata no se le agregó leña o madera, lo que hubiera permitido aumentar el poder calórico y hacerla durar más tiempo, a pesar de que había una gran cantidad de tirantes de construcción en ese lugar debido a reformas que se estaban haciendo al edificio de la Cancillería. Pero lo más llamativo es que los detectives rusos, al inspeccionar el lugar, no encontraron un área de terreno calcinada en los jardines de dicho edificio. Si el relato fuera cierto debería haberse verificado un lugar alterado por las llamas ya que, como consecuencia de una gran fogata, tendría que haberse encontrado por lo menos material carbonizado, cenizas y tierra impregnada en gasoil. "La tumba de Hitler", de Abel Basti. Al respecto, en un informe de la inteligencia soviética se indica que el 10 de julio de 1945 se realizó una inspección en el lugar donde supuestamente se quemaron los cuerpos, de acuerdo al relato de los testigos nazis. En relación al texto de dicho documento, las tareas de rastrillaje estuvieron a cargo «del camarada Bogdan Kobúlov», un oficial de alto rango del aparato de seguridad y policía soviética. En ese informe, al procederse a la verificación, se expresa: «no se encontró rastros de gasolina en el lugar de inhumación y quema de cadáveres», lo que le impidió a los soviéticos ratificar con una pericia los dichos de los testigos referidos a la cremación. Los investigadores rusos aseguraron haber hallado los cuerpos calcinados, enterrados en un hoyo que habría causado una bomba, muy cerca de la superficie, pero no hay datos que indiquen que se constataron rastros de una hoguera en el jardín de la Cancillería. Es más, los soviéticos permitieron que el famoso investigador privado Louis C. S. Mansfield hiciera una minuciosa pericia del área en cuestión y él llegó a la conclusión que indica que nunca ardió una fogata en ese lugar. Las conclusiones de Mansfield no fueron secretas ya que se publicaron en los diarios de todo el mundo. Entonces, si no existió la mentada pira funeraria, ¿cómo se quemaron esos cadáveres utilizados para simular las muertes de Hitler y Eva Braun? Una hipótesis que desarrollaré más adelante indica que se usaron lanzallamas, un método muy rápido y seguro para destruir la piel y consecuentemente hacer desaparecer las facciones del rostro, ya que los rasgos faciales resultan clave para una identificación segura. Claro que, para los fanáticos nazis, hubiera resultado inaceptable que se divulgara que los restos de su jefe habían sido destruidos de esa humillante manera. En cambio, una cremación en una pira funeraria, que ardía mientras sus hombres de confianza lo despedían con el brazo en alto pronunciando el consabido «Heil Hitler», resultaba un relato más romántico para una fábula que se comenzaba a escribir mientras Berlín languidecía, destruida por la artillería soviética: el capitán de ese barco llamado Tercer Reich no dudó en quitarse la vida ante el irreversible naufragio y el inminente hundimiento de su imperio. Hitler no huyó como un cobarde, sino que se inmoló, junto a su querida mujer, ante la imposibilidad de salvar a su amada Alemania. Y finalmente sus hombres de confianza los cremaron con los honores de rigor. Pero dejemos la fantasía de lado y volvamos a la realidad para continuar con el análisis de los hechos. Hay otro razonamiento que resulta incomprensible: si Hitler ordenó que su cadáver no debía ser encontrado, ¿cómo fue entonces que a sus colaboradores se les ocurrió sepultarlo en una zona tan obvia para encontrarlo, como lo era el jardín de la Cancillería, y a escasa profundidad sin disimular el sitio del enterramiento, a punto tal que parte del esqueleto sobresalía de la superficie? Y la respuesta es obvia: se hizo así para que los cuerpos fueran encontrados por los soviéticos y para confirmar que el Führer y su esposa se habían suicidado, noticia que permitió encubrir la fuga de ambos.
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