08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
08/08/2025 10:30
» Misionesopina
Fecha: 08/08/2025 07:02
Por Luis Huls* Días atrás, una vicedirectora de primaria, maestra de 5to gado y concejal electa de La Libertad Avanza en el municipio de Montecarlo compartió en Facebook una imagen de un Ford Falcon verde —símbolo del terrorismo de Estado de los años 70 - y le agregó la frase “con un baúl “mejorado para acarrear zurditos llorando”, adornado con emojis de carcajadas. Como si la apología de la Dictadura fuera un tema de broma para likes. No creo necesario entrar en la discusión estéril de si fueron 30 mil, 300 o 30 las víctimas del aparato represivo. Porque si fue una sola, es igual de aberrante. Acá hubo personas torturadas, asesinadas, desaparecidas. Mujeres embarazadas a quienes les robaron sus bebés. Ciudadanos perseguidos por pensar distinto. Y todo eso fue ejecutado por un Estado que secuestró la democracia y puso sus recursos —económicos, institucionales, militares— al servicio de la muerte. Una semana antes, un influencer libertario conocido como “el Gordo Dan”, cuyo único mérito es ser influencer libertario – y dudo de que sea un mérito - pedía, sin pudor, en su cuenta de X, que Milei sacara tanques y aviones a la calle para frenar al Congreso porque le había votado en contra. Quiere decir que si alguien no adhiere al dogma libertario, merece misiles y cañonazos. Literalmente. Este patrón de una ideología presuntamente superior que no respeta a las otras no se limita al terreno de los Derechos Humanos o lo político. En lo económico también se expresa: el extenista devenido en diputado en Misiones, Diego “el Gato” Hartfield, defiende con fervor la desregulación de la yerba mate, aunque eso implique arrasar con miles de pequeños productores. Y el secretario de Agricultura de la Nación, Sergio Iraeta, dijo “que diversifiquen y se dediquen a otra cosa” si los números no le cierran. El problema es que, en este país, el pequeño productor no elige qué plantar. El rico sí. Y esa es la verdadera grieta: entre los que pueden elegir qué sembrar y a dónde exportar, y los que apenas sobreviven necesitando regulaciones del Estado para que los grandes no se los devoren. Todos pagan impuestos. Desde esa misma lógica de Hartfield se critican programas como “Ahora Misiones” que sirve para que los consumidores puedan comprar sin intereses en una época de alta inflación, o el plan lanzado por Passalacqua para desendeudar a miles de estatales que cayeron en la trampa del endeudamiento por culpa del ajuste nacional. ¿Por qué atacan estos programas? Porque no encaja en la fe del libre mercado absoluto. Porque asiste, contiene, repara. Porque parte de una idea solidaria del Estado. Todo esto no son hechos aislados. Son eslabones de una misma cadena. Una conducta repetida por sectores que se creen moral, ideológica y económicamente superiores. Una pretensión que se ha vuelto doctrina desde que asumió La Libertad Avanza pero que ya estaba presente desde hace décadas en un sector acomodado de la sociedad. Pero en este caso, lo grave es que parte desde la cabeza del Estado: el presidente Milei se burló de personas con discapacidad. Reivindicó a Margaret Thatcher —la enemiga de nuestros caídos en Malvinas—. Propuso la legalización de la venta de órganos y hasta la de personas. Desfinanció la universidad pública, bastión del ascenso social argentino. Mandó a reprimir jubilados. Y continúa naturalizando la violencia como si fuera política pública. La idea es clara: al pobre y al zurdo, palos y desprecio. No hay derechos, sólo mercado. No hay Estado, sólo sálvese quien pueda. Como si ser libertario otorgara licencia para ser violento, despectivo, odiador y descalificador de todo lo que sea diferente o de los que piensen diferente. ¿Y la superioridad dónde está o cómo la demuestran? No se la ve en acciones, en gestión ni en resultados. La economía no repunta. Casi la mitad del mandato pasó sin que llegaran los frutos prometidos. Y ahora empiezan a instalar la idea de que las soluciones llegarán recién en un segundo mandato. ¿No era que venían a arreglar todo de inmediato? ¿Y la transparencia? El apoderado de LLA en Misiones fue denunciado por quedarse con parte del sueldo de sus empleados. Milei y su hermana están involucrados en una denuncia por estafa por 90 millones de dólares en el caso Libra —diez veces más que los famosos bolsos de José López—. La familia de Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, firmó un contrato por $4 mil millones con el Banco Nación. Entonces, ¿dónde está la diferencia moral? No, no son mejores. No lo son en gestión, ni en ética, ni en ideología. Solo pregonan superioridad, mientras la realidad desmiente sus discursos. Ojo, este comportamiento no es propiedad exclusiva del actual Gobierno y sus fanáticos. El kirchnerismo tuvo actitudes similares con la prensa, con los jubilados (aunque sin reprimir) y con la oposición, como cuando Cristina Fernández dijo “vamos por todo”. Los libertarios y el perokirchnerismo tendrán ideas opuestas pero estando en el poder se comportan parecido. La idea de dividir el país entre ciudadanos de primera y de segunda no es nueva. Tiene siglos. Pero no va a prosperar. Porque este país es, y será, diverso. Con ricos y pobres. Con hijos del privilegio y trabajadores que se rompen el lomo toda la vida por una jubilación que apenas roza los 300 mil pesos. Ambos sectores tienen miradas distintas. Pero conviven. Coexisten. Se necesitan. Esa tensión forma parte de la historia argentina, desde unitarios y federales hasta nuestros días. Y no hay ideología mejor o peor que otra. Hay ideas. Hay visiones. Hay diferencias que deben ser respetadas. El problema no es lo que dijo la señora de Montecarlo, ni los exabruptos del “Gordo Dan”, ni los resbalones económicos de Hartfield, ni siquiera los mamarrachos del Presidente. El problema es la persistente construcción discursiva de una élite ideológica que cree tener el monopolio de la razón. Y que, en lugar de gobernar, se dedica a provocar, a dividir, a humillar, creyéndose con derecho a todo eso. Es la pedagogía del odio. El envenenamiento sistemático de la convivencia democrática. Una forma de violencia simbólica que se disfraza de incorrección política para disimular su brutalidad. Y lo más grave es el efecto: jóvenes que ya venían desapegados a la política y las instituciones, ahora también contaminados de odio, anestesiados ante el dolor del otro, repitiendo sin pensar discursos vacíos e insensibles. Hay que frenar. Porque el odio no se disuelve, se multiplica. Y tarde o temprano, vuelve. Y vuelve sobre todo contra quien lo causa. No hay ideología superior. Ni en lo ético. Ni en lo moral. Ni en lo económico. Ni en lo intelectual. Quien cree lo contrario, lo único que demuestra es la pequeñez de su espíritu. Y el tamaño de su ignorancia. * Fundador, Director y Propietario de Misiones Opina
Ver noticia original