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  • Ingenieros españoles tratan de lograr la invisibilidad de los aviones de combate

    » Diario Cordoba

    Fecha: 03/08/2025 10:05

    El caza de sexta generación que defienda a España -y Europa- en un futuro deberá ser de muy baja visibilidad al radar, o no podrá sortear las cada vez más afinadas miras de las baterías antiaéreas y los cada vez más sensibles hocicos de los misiles. El ejército que consigue la capacidad del vuelo furtivo multiplica su disuasión, de forma parecida a cómo se empodera una armada si cuenta con la furtiva ayuda del submarino. En la aviación militar lo llaman “stealth”, sigilo, volar y golpear objetivos sin ser detectado. El vuelo furtivo es el gran escalón en las fuerzas aéreas del mundo: lo dominan los cazas F35 y los bombarderos B-2 norteamericanos… El resto de países van a la zaga. Un grupo de ingenieros persigue esa capacidad no (solo) en escuelas de ingeniería británicas, ni desde plantas aeronáuticas en Alemania o Francia, sino en TecnoGetafe, un parque tecnológico en el centro de la meseta. Allí está FIDAMC, fundación dedicada a la investigación sobre materiales. La dirige un ingeniero industrial veterano de Airbus, Ernesto González Durán, cuyo despacho está presidido por una pared convertida en pizarra llena de flechas y ecuaciones. “Se conseguirá -asegura-. España lidera en Europa el conocimiento de los materiales compuestos”. La fundación -de la que Airbus es el principal patrón- ocupa un complejo de 8.000 metros cuadrados y 26 millones de euros, en el que, a la californiana, los ingenieros de cálculo y diseño y los técnicos de las mesas de corte y las salas limpias conviven en dos alas. Allí se cavila cómo al caza de sexta generación que ha de venir, en combate no se le verá llegar. Alquima Hay dos estrategias para hacer indetectable al radar a un avión de combate. Una pasa por la forma de su fuselaje. La otra por sus materiales. O más bien son tres, porque hay una previa, y es aceptar la advertencia de la ingeniera química Vanessa García, asturiana de Oviedo, jefa del proyecto: “La invisibilidad total del caza es imposible, roza la utopía”, dice sentada en una de las sillas altas del laboratorio en el que desarrolla su trabajo. La invisibilidad total no existe, pero sí la baja visibilidad. Cuentan en FIDAMC que los diseñadores de los cazas modernos tratan de huir del ángulo recto. A menos rigidez de la forma, menos rebote de la señal que envía el radar. Los radares han evolucionado mucho, pero se siguen basando en lo mismo con que los inventaron: calcular tiempos entre rebote y rebote. Huir de ángulos rectos es la razón de esas colas bífidas de muchos aviones de guerra. Pero dislocar el diseño para que lo que el radar perciba no le parezca un avión implica también hacer menos efectivo su vuelo. “De ahí parte de los problemas del F-117”, comenta Ernesto González, en alusión al bombardero furtivo norteamericano con forma de diamante que fue predecesor del actual F-35 americano, hoy el caza más furtivo del mundo. Para lograr vuelo fantasma, el F-35 oculta el armamento en su fuselaje, de manera que el radar no pueda apreciar misiles colgando de sus alas, aunque “lo paga en aerodinámica”, explica. Ernesto González Durán, director de FIDAMC, y la pared-pizarra que recorre su despacho. / José Luis Roca Pero en TecnoGetafe piensan más en la segunda estrategia. Las investigaciones que están desarrollando los ingenieros españoles para Airbus entran en el terreno de lo secreto. Sí al menos trasciende que es una búsqueda de materiales que absorben el impacto de las ondas y que devuelven muchas menos vibraciones de las que reciben. Y esa es otra manera de hacerse electrónicamente invisible. Esta segunda estrategia se ve acompañada con los esfuerzos de los ingenieros por reducir la huella térmica, o sea, el rastro del chorro caliente de los motores. “Somos sastres” El caza que es hoy referente de las fuerzas aéreas europeas, el Eurofighter, no oculta su armamento, lo lleva al aire en los trece acoples que tiene bajo la panza y las alas en delta que caracterizan su silueta. Tampoco su fuselaje de titanio, aluminio y polímeros de carbono logra el mayor silencio electrónico en vuelo. Por eso es un caza de cuarta generación. Lograr el stealth está reservado, en el caso de Europa, para los cazas de sexta generación. Esos que se esperan para 2035. Vanessa García, doctora en Ciencias de los Materiales, dirige la investigación para cazas de baja visibilidad. / José Luis Roca La ingeniera García asevera que "Europa va por detrás", pero apuesta por que “para 2030 ya tendremos algo… si no pasa nada que lo impida. En este campo, los deterioros de planes pueden ser muy rápidos”. Habla Vanessa García de industria de defensa, y de la inestabilidad que ha sufrido el sector. Ahora se siente optimista esta doctora en ciencia de materiales por la Universidad Rey Juan Carlos, que se emboza en su bata blanca tras haber pasado parte de la mañana una planta más abajo, en los talleres, viendo a una máquina tejedora -“En el fondo somos sastres”, dice Ernesto- confeccionar una especie de mantel de fina fibra para el SIRTAP, el Sistema Remotamente Tripulado de Altas Prestaciones -que eso significan sus siglas-, el dron principal de alta cota para las Fuerzas Armadas, que empezará a recibir en 2026 el Ejército y que protagoniza uno de los programas de modernización de Defensa, 595 millones de euros de inversión por 27 unidades con nueve estaciones de control, encargo para Airbus y la firma finlandesa Patria. Va a ser una máquina voladora no tripulada clave para la obtención de inteligencia, la aeronave insignia de una naciente flota española de grandes drones. “Nos pueden espiar” Como en el caso del material para hacer poco visible al futuro caza de sexta generación, lo relacionado con el SIRTAP es secreto en FIDAMC. Y eso se escenifica elocuentemente. En los grandes espacios abiertos de la planta hay vallados de paneles blancos para guardar la confidencialidad de trabajos que allí se le hacen a las empresas. Y biombos negros estabulan el máximo secreto. Se cierran con llave y están vigilados. Abundan tanto los cercados que “de hecho tenemos a una persona dedicada a los biombos”, cuenta Ernesto González. La contrainteligencia es una constante para el personal: “Se les explica al entrar y se les recuerda a menudo: somos objetivo de espionaje”, relata. La cultura anti espionaje implica estricta trazabilidad, y un filtro poco poroso de las visitas. “Si viene alguien de fuera, la regla general -explica el director- es preguntarse: ‘Esto, ¿es necesario que lo vea?”. Un técnico manipula una máquina confeccionadora entre panles blancos para guardar la discreción del producto. / José Luis Roca Por esa cultura hablan amables pero lacónicos, reservados, los técnicos de talleres. Se les ve uniformados con ropa azul y botas de seguridad, jóvenes, muchos de ellos formados en la entidad, una parte en el escalón de salarios medios de 35.000 euros anuales. En cada cambio de turno se repasa el KPI, el Key Performance Indicator, o sea, un baremo de tiempo y eficacia empleados en la producción. Reunión de equipo Hay una breve reunión de puesta en común de instrucciones e incidencias del turno anterior. Los técnicos forman un corro alrededor del jefe de equipo, como jugadores de baloncesto escuchando al entrenador. Todos son de la cada vez más grande y sofisticada conurbación industrial sur de Madrid. “Yo, de Fuenlabrada de toda la vida”, especifica con orgullo periférico. “Y aquí se ha colado una de Toledo”, bromea otro con una novata. Ciertamente, la influencia gravitatoria laboral de este centro de investigación se une a las de las no lejanas plantas de Airbus y otras empresas aeronáuticas en Getafe, e irradia a provincias limítrofes. Reunión de técnicos de FIDAMC en un cambio de turno / José Luis Roca Detrás del jefe que habla en el briefing hay un cartelón que recoge, entre otros apartados, uno que se titula “ideas”. Los operarios llevan impolutos monos. El suelo está igualmente limpio. Por todas partes hay avisos de seguridad en el trabajo. Y reina una obsesión contra el FOD, foreign object damage, el daño que cualquier tornillo, cable, tuerca que ha podido quedarse por el suelo podría ocasionar si se incrusta en un alerón salido del taller. Inventos Los técnicos evolucionan en silencio entre cabezas mecánicas que cuestan más de un millón de euros, asomando de brazos robot de Kawasaki y MTorres. Cómo son esas cabezas tejedoras es también un secreto. Todo lo que se mueve en este curioso polo de materia gris dual, civil y de defensa, es cuestión de talento, personal y fondos. Pero también de horizonte. Cree el director de FIDAMC que se está viviendo un momento único que “solo se ha vivido antes una vez, a finales de los 60”. Es la convergencia de tres factores: “Democratización del espacio con los lanzamientos de Space X y otras firmas, crecimiento de la aviación comercial y expectativas de inversión en aviación de defensa”. Recuerda, sí, a los años de la carrera espacial y el Apolo XI. “Pero el sector se tiene que ordenar muy bien, saber a dónde va. Sería un problema invertir dinero en algo que no acabe en proyectos estables”, piensa. Suscríbete para seguir leyendo

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