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  • Una violenciaque viene de lejos

    » Diario Cordoba

    Fecha: 03/08/2025 09:59

    La violencia de género sigue siendo un problema sistémico de muy difícil erradicación, a pesar de los repetidos esfuerzos para ponerle fin. Se nos presenta en su extrema crueldad cuando en pocos días, como sucedió a finales de junio y principios de julio, los casos de asesinatos machistas se agolpan. La ley integral contra la violencia de género, de finales de 2004, puso las bases para tratar el asunto con una perspectiva global, un enfoque que se redobló con el Pacto de Estado contra la violencia de género de 2017, que justamente tendría que revisarse en esta legislatura. También ha ayudado a tomar conciencia de la gravedad el recuento oficial de víctimas que se inició en 2003 y que hasta ahora llega a la cifra de 1.317 mujeres asesinadas. Sin embargo, en este panorama, hasta ahora, no se ha hecho especial hincapié en un dato que este verano ha saltado a las primeras páginas. El aumento del porcentaje de víctimas mayores de 60 años, que ha visualizado la situación de las mujeres en esta franja de edad. El 50% de las asesinadas en la temporada veraniega son mujeres de edad más avanzada de lo habitual, un porcentaje notablemente superior al 30% del trágico recuento anual y, por descontado, al 13% del registro histórico. Una de las posibles causas del aumento de casos con este perfil es que las víctimas forman parte de un colectivo que padece, la mayoría de veces en silencio y con el conocimiento de allegados en el ámbito familiar, un tipo de violencia soterrada y continuada, de perfil bajo pero sistemático y constante, que se percibe como algo connatural a la propia relación de pareja. Entre las personas de esta franja de edad que han podido desarrollar una vida laboral autónoma se produce un fenómeno casi inverso (desde un incremento de las rupturas de parejas tras la independencia de los hijos, o la decisión de emprender giros vitales o ampliar horizontes, que aun así a veces desencadena una respuesta violenta). Pero la dependencia económica (sin recursos propios por haber trabajado toda la vida en sus labores familiares), el temor a represalias, el vivir en un hábitat social en el que la violencia era vista como normal, y la protección o el miedo a perder a sus hijos, son factores que, unidos a la fragilidad propia de la edad, conforman una tormenta perfecta que es difícil de percibir en el radar de la protección hasta que ya es demasiado tarde. Si en algo se ha mejorado en la lucha contra la violencia es en la progresiva sensibilización social y en la capacidad de enfrentarse al agresor con recursos legales y policiales, algo que las mujeres de este colectivo, por diversas circunstancias, no tienen suficientemente a su alcance. Basta con recordar el informe del Instituto de las Mujeres que sacó a la luz que el 40% de las víctimas mayores de 65 años habían sufrido violencia durante 40 años y que el 25% la habían padecido entre 20 y 30 años. Quizá tras estas estadísticas subyace el hecho de que las generaciones más jóvenes cuentan con más recursos e instrumentos para afrontar los delitos, identificarlos como tales y denunciarlos, en un entorno familiar y social más permeable a las campañas de sensibilización. Pero eso no resta un ápice de la gravedad al fenómeno que hoy destacamos, ni a la necesidad de incluir esta realidad particular, las consecuencias de un machismo secular pero que, y eso es lo más inquietante, se resiste a desaparecer, en las estrategias de prevención.

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